Como si los brazos no fueran de él,
colgando de su tronco, hipnotizados,
la vista perdida -para nosotros-,
pero mirando la revelación dentro de sí.
El lienzo enorme por delante, blanco, blanco,
y el abismo del ser más grande aún,
la sombra en proyección, el contraluz.
Del vacío infinito brota todo.
De pronto aquellos brazos comienzan a moverse,
las manos toman vida propia
y el maná adquiere aliento en forma de colores,
lo abstracto danza sobre la tela agradecido.
Han nacido a la vida, brincan eufóricos,
chorros de color sin formas concretas,
explosión de metrallas inconscientes,
Mandelbrot y sus fractales revelados.
La risa brota por todas partes,
el amanecer nos ha cogido pintando,
el plazo se ha cumplido y Peggy, la mecenas,
tendrá su cuadro en amarillos.
La ventana quedará abierta para siempre,
el Mural, del 43, estará destinado a hacer historia,
ya nada será igual, estos pasos se dan
cada que un ángel baila.