La película La Cucaracha tiene derecho a ser lo que quiera, pero el problema es que al banalizar la Revolución mexicana el público queda sin entender la problemática de fondo. Y si ya de por sí en las escuelas de educación básica se profundiza poco en el tema, una película como esta tampoco permite entender más o menos lo que pasaba en ese entonces porque todo queda a un nivel superfluo, reducido a amoríos, chacota, hierba, alcohol, hombres que someten a mujeres por más bravas que parezcan, y mujeres que sólo quieren seducir hombres. La bola es la bola, solo eso, no hay una conciencia clara ni objetivos planteados. Aunque en parte es verdad que la Revolución fue en gran medida un desmán generalizado, que terminó en un quítate tú para ponerme yo, es cierto también que en la Revolución, tanto entre la bola como en los mandos, hubo diversos grados de compromiso, claridad y convicción, de ninguna manera se trató sólo de individuos aislados, cada participante representaba consciente o inconscientemente a una clase social determinada, y por lo tanto, a un manera de comprender el mundo y una cierta praxis e intereses. En los diferentes bandos hubo quienes tuvieron claridad respecto al modelo económico y político que proponían para conducir a la nación, pero esto jamás aparece en La Cucaracha. No se trata de plantear rollos teóricos revolucionarios en una película de ficción, pero para un guionista comprometido y hábil hubiera sido fácil incluir en unas cuantas líneas textos clave que marcaran una definición más clara de los ideales perseguidos.
Esa soldadera perfectamente peinada, maquillada, sin un rasguño, sin una mancha de lodo en la cara ni en la ropa, siempre espléndida, hermosa, bella, no es creíble. Mientras todas las demás mujeres aparecen despeinadas, mugrosas, pobres, ella jamás se ve con el aspecto de una soldadera real, la mujer que vemos ahí como la Cucaracha es siempre María Félix, la Doña.
Ni en el pleito que tienen La Cucaracha e Isabel por el coronel Zeta se despeinan, la pelea nunca se ve en pantalla. Asimismo, hasta las canciones que acompañan las escenas están sacadas totalmente de contexto, no corresponden ni a los tiempos históricos ni a los momentos en que fueron compuestas, salvo la canción tema a la que le cambiaron la letra para adaptarla a la trama, es decir, todas las canciones presentadas se someten al drama vivído: la lucha entre esas dos mujeres por su hombre. La cucaracha es una canción muy antigua que se adaptó perfectamente a los tiempos revolucionarios.
Eso sí, la Cucaracha siempre se presenta con la ceja levantada aunque ese gesto no forme parte de la puesta en escena ni de la acción representada. Señala Carlos Monsiváis “<< […] Con sarape, sombrero, revólver y puro, María anuncia a la Revolución que no fue, a lo que habría pasado si la violencia se independiza de la belleza, a las versiones sofisticadas de la Hembra Bravía, al estilo imaginario que instala la moda en las trincheras.>>
En la película podemos observar infinidad de eventos micro y macro machistas repartidos a todo largo. No encontramos un cuestionamiento al machismo, al contrario, éste campea tan normal, mientras las mujeres solo aparecen como objetos de adorno, uso y diversión, o cuando mucho como acompañamiento.
Señala Carlos Monsiváis en su libro Días de guardar: “María Félix como la mujer que hizo la Revolución, nos reveló que gesto es violencia. La presunción comunicativa de sus cejas, el enronquecimiento de la voz, la mirada despreciativa, el atavío masculinizado, dibujan una magnifica parodia del hecho revolucionario. El látigo de la Cucaracha traza la toma de Zacatecas”.
La Cucaracha es una película que se mueve también en el terreno que describió Monsiváis en el mismo texto, donde apunta que “la Revolución mexicana es enigmática, impulsiva, atroz, sólida, cruel, inconsciente, paternal, programática, socarrona, legalista, caótica, recelosa, idealista, entre el código de valores y el purito desmadre, inflexible, paciente, suspicaz, noble, melancólica, risueña, grotesca, inalterable”.
La Cucaracha es una película que piensa de principio a fin en la taquilla, la ganancia. La historia de México es secundaria, la temática profunda de la Revolución no importa, importa el estrellismo, las luminarias del cine, la cámara reveladora, la pose, el close up, el lucimiento de la belleza indiscutible de María Félix y de Dolores del Río. La historia puede esperar.
Pero la Revolución sí fue asunto serio, triunfante o fracasada fue un intento real de transformar de raíz la situación social opresiva y dictatorial que existía en México. La Revolución dejó millones de muertos, vidas truncadas, huérfanos, viudas, mutilados, mujeres violadas, robadas, gente que dio su vida, su sangre, para que la situación económica, política, social y cultural pudiera cambiar. Y a pesar de todas sus contradicciones y fracasos, también hubo logros concretos, por citar uno solo: la Constitución política mexicana de 1917, considerada como una de las más avanzadas del mundo en su momento.
Una Revolución que en muchos temas no logró lo que buscaba. El historiador Adolfo Gilly consideró un tiempo que era una Revolución inconclusa. Hay críticos que señalan que la tesis planteada en el libro de Gilly es relevante. “La revolución interrumpida es sin ninguna duda un importante aporte teórico e historiográfico para poder comprender desde el marxismo la historia de la Revolución mexicana y sus consecuencias. El potencial revolucionario de los campesinos y sus limitaciones de clase aparecen magníficamente ilustrados en el libro, de la misma manera que se ilustra la incapacidad de la burguesía para dirigir una revolución de carácter nacional antiimperialista, desnudando a su vez el carácter reaccionario de esta clase.”
Por todo ello, podemos concluir que la película La Cucaracha tan solo fue hecha para la taquilla, nunca importó dejar un retrato más serio, ya no digamos crítico, de la Revolución Mexicana.