Cabría citar aquí sus nexos con Pessoa, hablar de la frecuencia del hipérbaton, del uso del endecasílabo, el octosílabo y anexos, los versos impares, y toda una ensayística que los estudiosos aplican a los poetas por igual, con una metodología deslumbrante, digna de hacer uniforme todo lo que toca. No lo haremos. Tampoco vamos a decir, nuestro poeta romántico postrero, para confundir la decisión ética de un hombre con una fijación, tratando con ello de explicar, con este simple decir de catálogo, su forma de mirar el mundo, de expresarse, y de actuar ante una vida. Los sentimientos y expresiones de una persona no se resumen en afiliarla a un movimiento literario, y de antiguo se sabe que otras y muy mejores cosas se aprenden si uno se sienta a leer a los poetas. También, aclaro que aquí hablaremos de mi experiencia lectora de la obra del poeta, y que no me interesa si algunos grandes escritores piensan que es una barbaridad decir lo que nos dice un poema e incluso interpretarlo. Ante todo, también desde la antigüedad es conocido que los poemas dicen, y que es necesario no ocultar lo que han revelado a las personas. Este decir es de Homero.
Más que meras elucubraciones dramáticas, los poemas de Cervantes tienen un contenido más hondo que la simple evocación de la muerte. Su Nada, su Nadie, son elementos que no se generan en el romanticismo ni en la modernidad. Nada es un concepto que no dice nada. Y Nadie un concepto tan amplio que no designa a persona alguna. (Salvo a Odiseo en la literatura, de una forma lúdica). Cantar para nadie, o cantar para todos, da igual también en la poesía de Cervantes, es lo mismo: Los que murieron cantando un himno propio,/ Los que murieron cantando un himno ajeno,/ Los caídos del lado de los justos,/ Los muertos del bando equivocado,/ ¿Quiénes son? Fungen como conceptos que definen más bien la cercanía con un sentimiento que no puede ser nombrado como añoranza, nostalgia o amargura, y por ello queda en la vaguedad de no poder ser pronunciado. Un sentimiento que congrega en el hombre una aspiración a no tener que ser algo definido. Y en el cual él se imbuye como en un lugar donde puede estar consigo mismo comparando su actitud y sus certezas con las certezas que para los demás son comunes.
Quizás, la peculiaridad de la poesía de Cervantes sea la parquedad con la cual se expresa, y quizás esta parquedad venga de una apreciación honda, en la cual el poeta ve que las palabras no sirven para trasladar a los demás sus sentimientos sobre la existencia. El olvido, esa sustancia que permite al hombre no ser una máscara, que le permite ser nadie, ser nada, es una aspiración, el hombre carga muchas verdades para ser. Estas verdades definen al hombre. Y este hombre finalmente es transitorio. La muerte, el olvido, el ser nadie, el ser nada, son un catálogo que nos indefine, pero que en la obra de Cervantes nos define. Y esos conceptos sobre la bondad, dios, la poesía, el amor, la amistad, la sociedad, donde el común ve asuntos maravillosos, para Cervantes son el transcurrir de una representación. Al no haber Dios en la poesía de Cervantes, la vaguedad es lo único que queda para ser nombrada. Ya desde sus primeros poemas denunciaba su postura: ¿Quién es aquel que acepta ser/ la sola encarnación de un instante,/ el proyecto de un instante?/ Esto sucede a su pesar,/ Aunque no haya sido decretado/ Ni exista aquel que lo decrete./ La resistencia y aún el acto de acatar,/ Rebeldía o resignación,/ Son gestos de los dioses/ Y todos somos caretas para que ellos hagan muecas./ Pero, a su vez, ellos no son sino el consuelo/ De quienes buscan un bastón o un antifaz para dormir. Oh pequeños, aceptad la belleza de todo/ Porque no perdura, y lo que al tiempo se resiste/ No es más lo que al principio fue,/ Ni los dioses otra cosa son/ Que vanidad todavía más frecuentada. Donde, más que las evidentes influencias de Nezahualcóyotl y Salomón, lo que resalta es el abandono, el enfrentamiento de todo lo que él cree ser, con el olvido de todo lo que él cree ser, y que finalmente será. Ahí es a donde dirige el asunto de sus poemas. El enmascaramiento de la historia como recurso literario, o el tema caballeresco, sólo son pantallas para generar una representación más.
Un acto comedido para llevarnos a otra parte. Su poesía viene en líneas deslumbrantes lejana siempre al marco donde están siendo representadas. Un poco de tu brillo esperan./¡Si supieran que tu brillo es tu vacío! A fondo, el poeta no está tocando ningún tema romántico o caballeresco, está, admirablemente, tocando un tema místico, y a la vez, está tocando el tema social de la imagen, lo que él representa para los otros, lo que los otros se han construido de él para mantener su propia representación. Aquí, bajo esta concepción, es donde nace esa falta de cercanía con el mundo como una falta de comprensión y como una intolerancia de su parte. A Francisco no lo salva ni la poesía. Su soledad, su distancia, también se enmascaran detrás de un sesudo empeño por mostrar una esencia común. Es ahí donde se encuentra el hombre sensible y donde están los sentimientos de esta poesía. El elemento de su distanciamiento comunicativo con el mundo es en ocasiones la expresión del hastío. Y no hay una postura ética ni moralista o aleccionadora en ello. No pretende que el mundo sea como él. Incurre en un retiro prudente, en vida, que la mayoría confunde con una adopción, con una máscara más, con ellos mismos, y jamás se le da el rango de elección de vida de un hombre. Por el contrario, abusando de esta condición, el mundo pretende pasar esta actitud todavía como una ética trascendental.
Pudiera, claro, como varios lo dicen, ser Cervantes un estoico, pero no hay que olvidar que el estoico se da cuando los embates del medio en el cual se desenvuelve una persona han escindido a la persona negando sus posibilidades. Y esto, mejor que un gran mote para presumir con sombrero ajeno, debiera ser escrito con nombres y apellidos. La realidad comunicativa de Cervantes está a lo largo de su obra: Pregunto por ti, Pedro/ Escucho el ir y venir de las dudosas sílabas que llaman./ Pero hablo con alguien que no me escucha. Este evidente distanciamiento con el mundo genera un diálogo interno fructífero, que a la postre dicta los poemas más celebrados de Cervantes, bajo la voz de un hombre que se desdobla, se proyecta y se habla a sí mismo como último recurso, un recurso desesperado, La cólera, el silencio, / Su alta arboladura / Te dieron este invierno./ Mas óyete en tu lengua:/ Acaso el castellano,/ No es seguro./ Canciones de otros siglos si canciones/ Dolores los que tienen todos, aun aquellos / —Los más— mejores que tú mismo./ Y es bueno todo: el vino, la comida,/ En la calle los insultos/ Y en la noche tales sueños./ ¿A dónde regresar si sólo evocas?/ ¿Amor? Digamos que entendiste y aun digamos/ que tal cariño te fue dado./ Pero ni entonces ni aun menos ahora/ Te importó la comprensión que no buscaste/ Y es claro que no tienes,/ Bien es verdad que no sólo a ti te falta./ La ira, el improperio,/ Los bajos sentimientos/ Te dieron este canto. Más allá de un concepto unificador que le diga a él mismo la vanidad de la existencia y sus elementos, Cervantes descubre al hombre, habla de sí en un poema que nos devela sus pensamientos, su forma de conducirse ante los otros. Es natural que asocien esta forma de decir el verso, por el uso del punto de vista ocupado en el poema, con poemas de Pessoa, pero, antes que nada, antes que las filiaciones, está el hombre, un hombre vivo diciéndose a sí mismo lo que sabe. Hay tópicos todavía por abordar en la poesía de Francisco. Su postura moral ante la religión y la apropiación de la palabra Dios por las instituciones para hacerla perder su contenido y castrarla con una simple inconografía.
Su postura ante la palabra honor. Ambas ejemplificadas en un poema que es, a la vez que una oración, otra charla consigo mismo, Dame, Señor, piedad para mí mismo/ Y que mi obra te responda,/ No espero comprensión de nadie/ Pues la máquina humana es limitada/ Y no hay otra cosa/ Que ajena consistencia de aquello/ que desprecio/ Y de igual manera me desprecia./ Al nombrarte, Señor, me nombro a mí/ No creas que no me entiendo./ Pero antes de regresar a las tinieblas/ Es posible que tú quieras que te/ exprese al expresarme./ Si así fuera, Señor, lo estoy haciendo. Hay algo lúdico en este juego de espejos que el común no comprende. La propia ensoñación de las palabras y los siglos de sangre para imponer la cultura que ha vuelto intolerantes a los hombres al decir de un gran pagano. La poesía aún debe ser bella en su edificio arquitectónico y portadora de verdades de consenso. Esas verdades que el común de los hombres aprecia como si fueran un rincón de belleza, son, para Cervantes, un mundo construido, en ellas no está el hombre. También, su apuesta porque los sentimientos del hombre no cambian y que el hombre en sustancia sigue siendo el mismo, amén de que es muy religiosa, se ve cuestionada por la realidad.
La sociedad ha cambiado tanto que antes lo hubieran quemado en la hoguera y hoy le publican libros, hablan de su obra y le hacen ciclos de conferencias. No es la misma sociedad ni la misma forma de sentir la que tiene el hombre, y mucho menos son los mismos motivos. El hombre se ha convertido en tejido social. Hay, en esta sociedad, un signo de su realidad en todo ese empeño por hacer de los poetas un fetiche. No es la poesía lo que importa, sino la fabricación de un escenario que indique una sociedad cultural. Los poetas de hoy ocupan a sus poetas no en su decir, su decir es algo que no importa, los usan como una iconografía que muestran a un público ignorante, como un escapulario que los va a santificar y los va a mostrar verdaderamente religiosos. Pretenden que sea la imagen, no la literatura, el motivo de culto. Claro que han cambiado algunas cosas. Es, en este sentido, como avalan su existencia. La poesía sirve ahora de marco legal para comerciar un lugar en el compendio de ciudades culturales del mundo. No recrea ni enseña nada al hombre.
Y esto también es una máscara y una realidad de vida impuesta por el mercado. La obra de Cervantes no adquiere las características del drama que la lleven a ser colocada al lado de un panteón donde alguno de sus máximos exponentes se colgó de una viga por el amor a una dama que, sencillamente, se resistió a tener relaciones con un hombre que consideraba poder tener entre ambos a su madre como un dios. Su vida tampoco es una estampa donde puedan ponerse nichos. No hay santos en todo esto. Por el contrario, adquiere más un sentido que lleva a cuestionar al hombre los azares de su existencia. Sus trabajos, son un juego de espejos, el poeta es infinito, y esa condición de disociación entre un Cervantes y otro, entre un Cervantes presumiblemente imaginario y el real, son la broma más hermosa que he leído. Ambos son irreales. Ambos son sujetos soñados por un sujeto indefinido y definido. Ambos están acotados por palabras, por actos, por el dolor humano, por su propio hecho transitorio, con temas y tonos diversos posibles de admirar. Y donde ciertos versos lúdicos son risa del alma. Más allá de sus incursiones lusitanas, más allá de la genealogía de la moral, lo cual vale un rescate o una exposición, el hombre Francisco Cervantes se trasluce en cada uno de sus poemas mostrando su universo. ¿Quién eres que no sabes/ Que eso eres y no otra cosa diferente?/ Todo lo que sabes te sirve para ignorar que no lo sabes. Y nos indica el camino: Porque también las visiones nos contemplan/ Y ay de aquel a quien nunca lo eligieron para verlas. ¿Hay algo de poesía mística en Francisco Cervantes que queda inmerso en el marco donde todos miran su poesía? Es posible. Aquí no se narra más/ su lema de todos conocido/ pero no de todos entendido/ decía ama sobre la tierra como bestia/ y muere pronunciando esas palabras sólo suyas/ aquí se habla de su lema/ y ha poco de su dama/ de sus armas las realmente poderosas/ fueron su altivez/ su magnífica sangre de bruto/ y su terquedad a prueba de delirios/ ¿de tal caballero el nombre?/ el de la Inquieta Espada.