No pude ocultar mi paranoia semántica cuando leí el título El trilobite (Fondo Editorial de Querétaro, 2016). Según yo, la palabra correcta para referirnos a ese artrópodo extinto es trilobites o trilobita, debido a los tres lóbulos o tagmas que conforman su fisonomía. No obstante, mi inquietud se disipó en cuanto conocí a “El trilobite”.
José Luis Fernández Sepúlveda (Ciudad de México, 1958), autor de Memorias del ermitaño (Sediento Ediciones, 2015), El modelo de Lizardi (2017), y de El trilobite, del cual nos encargamos en esta entrega, propone una narrativa lúdica e imaginativa, con caminos que se bifurcan entre el realismo mágico/cientifico y un desdoblamiento histórico/iconográfico de la cultura popular.
Un aspecto que el lector encontrará interesante es el recurso de dualismos que establece el autor a modo de constructos dialécticos. Por ejemplo, en “Teoría mexicanista de la evolución”, cuento que abre el volumen, el dualismo se establece entre el personaje principal del cuento, Rogelio Echeverría, y su alter ego, el científico galardonado construido de modo fraudulento a partir de su propuesta arqueológica hilarante del “Mexicanophitecus erectus”. Este dualismo se evidencia tanto en el cambio de la voz narrativa como en las referencias a una doble felicidad del personaje.
En “Tierra 2”, el segundo relato del volumen (que, por su disposición en el libro, nos remite de manera inmediata a “Song 2” de Blur, esto en el plano musical) el autor recurre a un dualismo distópico que apuesta por la ciencia ficción, tensando las ariastas iconográficas de la historia cultural, como los posibles habitantes que se encarguen de darle continuidad a la vida humana en un lejano microcosmos.
En “Tierra 2” hay referencias que se desdoblan en un efecto cabalístico hacia el dualismo: la conservación/transformación de la materia/energía, el nombre de Icaría que remite mediante la vía intertextual a la mitología griega de Ícaro/Dédalo. Uno de los núcleos intocados de Tierra 2 es una biblioteca que, aunque se estructura con las características de aquel tiempo lejano, nos ancla en la memoria a fuerza de la tradición.
“El dibujante”, una de las piezas con mayor brío imaginativo, interrumpe momentáneamente el dualismo para encaminarnos a una alegoría de la locura de la mano de un personaje misterioso que, más que rayar en la locura, carece del defecto de la imaginación que padece el artista. El personaje principal es una representación del conflicto en donde la córdura (cualquier cosa que eso signifique) cede ante la ferrea inocencia y la genuida ingenuidad de quien perpetua su capacidad de asombro hasta las últimas consecuencias.
Uno de los recursos riesgosos es la historia contrafactual, no tanto por la cantidad de propuestas narrativas que existen al respecto, sino por el desafío narrativo que demanda, so pena de caer en un determinismo demagógico complaciente. “La silla eléctrica” juega con un pasado contrafactual, que inicia y termina en un siniestro fragmentado en cortes cinematográficos, en un desdoblamiento de la curva de aprendizaje de un personaje femenino que recaé en falso héroe.
En “El fraile que murió dos veces”, breve y con tintes picarescos, se decanta hacia una doble muerte en pos del dualismo, aunque en este caso se acuentúa con una presencia que el lector encontrará divertida y trágica.
“Placeres malignos” es un relato rico en reminiscencias del tradicionalismo de la segunda mitad del siglo XX, tan familiares para los que habitamos en el centro del país: la herencia familiar, una casa misteriosa, el tabú del sexo. En este caso, la señorita Prudencia Arreguín, personaje principal del cuento, lleva en el nombre la penitencia y la ironía: Prudencia nos refiere a una de las cuatro virtudes cardinales del cristianismo (prudencia, justicia, fortaleza y templanza); y Arreguín, aprellido de origen vasco que, por su raíz “Aregui”, nos remite a “piedra”.
En “Moisés” se anuncia un constructo metaliterario que, a través del camino la experiencia del autor, conduce a una paradoja sobre la muerte del autor. El dualismo se evoca a través de la presencia/ausencia del autor y de Moisés. Las referencias resultantantes solamente serán posibles en el universo simbólico de cada lector.
El cuento titulado “Chupacabras en Estrasburgo” confirma la convicción irónica de Fernández Sepulveda, pero potenciada por referencias sensoriales del gusto culinario y de estampas geográficas que se aderezan con un icono de la historia fantástica e infame de México.
Al llegar a “Contrabajo Fiorelli”, el último relato del libro, el lector paseará por las pasiones de Fernández Sepúlveda a través de los cromatismos simbólicos puestos en escena a fuerza de la memoria y su persistencia. Si bien el relato sabe establecer un entramado sólido y, a pesar de su extensión, prolijo en cuanto a la historia que se cuenta, el lector desvelará una historia de amor a la música, acaso el verdaro hilo fantasma con el cual están unidos los cuentos que conforman esta colección de relatos.
¿Y “El trilobite”? Todos piensan que es un animal extinto, pero no es así. Prefiero que usted, desocupado lector, lo encuentre en el texto. No olvide llevar consigo un costal de sal, por si acaso.
@doctorsimulacro