/ domingo 20 de noviembre de 2016

La música popular en la Revolución Mexicana

Por Pablo Dueñas

La llegada del cometa Halley, agorero, señalaba muchos cambios entodo el planeta, especialmente para un México que se movía en unambiente de franca efervescencia política.

La publicación del libro “La sucesión presidencial”,escrito por don Francisco I. Madero, había levantado ámpula entrelos mexicanos, todos deseosos de ver poner “pies en polvorosa”al héroe del 2 de abril, el general Porfirio Díaz. Todo esteambiente resultaba lógico, debido a que la dictadura paternalistaresultaba hasta esos momentos, insostenible.

Y aun así, con todo ese gran movimiento antireeleccionista, lanación entera buscaba cualquier forma de hacerse más placenterala convivencia.  Sonaba fuerte ya, en todos los ámbitos, el valsromántico por excelencia del compositor guanajuatense JuventinoRosas, el inmortal “Sobre las olas”, así como “En altamar”, otro vals laureado en Europa, mientras su autor AbundioMartínez vivía en la miseria.

Para hacer más llevadera la presencia de la Revolución, enmuchos lugares de la provincia mexicana no faltaban las verbenas ylas fiestas rumbosas, donde la algarabía era secundada por lasbandas pueblerinas, y los conjuntos de alientos y cuerdas,  sindejar a un lado el tradicional salterio.

Año: 1910. Mes: noviembre. Hora: cualquiera de esas fríasmadrugadas. Ciudad: la Puebla de los Ángeles, la Roma de América,así llamada por sus amuralladas casonas, y por sus múltiples ypolicromas cúpulas y arcos de medio punto. Sobrenombre tambiénganado por  librepensadores, como los hermanos Serdán, mismos queel 18 de noviembre iniciaron la Revolución Mexicana.

Y, con ella, el apogeo del corrido revolucionario y la canciónromántica del campo de batalla. Canciones que lo mismo loaron alcaudillo, al héroe anónimo, a los fieles caballos yprincipalmente a las mujeres de la revolución: las soldaderas,hembras que hicieron del rebozo, paño de lágrimas, palio, banderay sobre todo, venda curandera del dolor producido por la guerra,daño perpetrado a sus Juanes revolucionarios.

El rebozo también formó parte del romanticismo revolucionario;idílico confidente, cuna que en el fragor de la batalla vio naceral vástago. Rebozo que en la contienda sirvió de mortaja; rebozomexicano al que cantó el más sublime de los poetas poblanos, donGregorio de Gante:

Rebozo que visitas los salones

entre pieles y abrigos y mantones

insurrecto rebozo de bolita

que arropaste el amor de la norteña

de la Valentina y la Adelita

rebozo popular que en las verbenas

te olvidaste de las penas

y eres entre la algarabía

banderín de los gozos

y estandarte triunfal de la alegría

bien vales un mariachi michoacano

unas madrugadoras mañanitas

una dulce valona del bajío

un huapango febril veracruzano

y un jocundo jarabe tapatío.

https://cdn.oem.com.mx/diariodequeretaro/2016/11/los-corridos.png

La Revolución montó su brioso corcel, recorriendo el amplioterritorio nacional, entre las notas de “La marcha dragona” ylos clarinazos cuarteleros de la “Diana”, pero también alritmo cadencioso de las arrebatadas, alegres o tristonas cancionesamorosas, y los corridos como aquellos que sabía hacer el juglarde la revolución, don Samuel Margarito Lozano.

Con el “rodar de la bola”, todas estas canciones fueronpasando de boca en boca, por tradición oral; algunas ya eran deldominio popular desde hacía algún tiempo. Tal es el caso de “LaMarieta” misma que desde principios del siglo había llegado enla carpeta musical de algún filarmónico europeo viajando desdeultramar en un pesado vapor francés.

La forma literaria utilizada en las canciones de la Revolución(corridos y piezas románticas), resulta pletórica de girostotalmente regionales y plena de pintoresquismo. Descripciones quesubstituían la carencia de elementos difusores y que por lo mismose diseñaban en forma de relato, para después ser  esparcidas enforma oral.

Los únicos vehículos para su popularización, fueronindiscutiblemente los continuos desplazamientos de las tropasrevolucionarias y los viajes trashumantes de los trovadores o“juglares” que caminaban por todas las veredas de México,siempre con su guitarra bajo el brazo.

Estas voces de la Revolución, al llegar a las poblaciones yrancherías, se apropiaban de los atrios y los mercados para narrarlas sonadas hazañas de los caudillos y las mujeres valerosas, comola Valentina, la Adelita, la Jesuita o la incógnita rielera que allado de su “Juan”, supo de la lucha en carne propia, viajandoen los techos de los carros y furgones del ferrocarril sin emitirninguna queja.

Las canciones nacidas bajo el fuego de la metralla y en losvivacs, siempre se  apegaron al estricto sentido romántico querequieren los cánones de lo sentimental: ”si Adelita quisieraser mi novia”, “dame un abrazo y un besito, prenda amada”,“por tus amores, trigueña hermosa, yo he sufrido”. Estascoplillas describían el amor espontáneo y sublime que lasarrojadas soldaderas despertaban entre los juanes.

En cambio, en las ciudades y en las grandes concentracionesurbanas de la República Mexicana, al abrigo de las ráfagas y lametralla de los fusiles “máusser” y las baterías alemanasMondragón, muchas de las familias burguesas se entregaban  alhastío de la tarde, para escuchar en el reluciente fonógrafo“del perrito que escucha la voz del amo”,  las cancionessentimentales de moda. Piezas que de ningún modo supieron de lalucha en las  trincheras, de los aguerridos sureños  de Zapata,de los “carranclanes” o de los fieles dorados de Pancho Villa.Valses afrancesados como “Tristes Jardines” o “Alejandra”;notas que jamás pisaron la línea de combate, pero que de algúnmodo amenazaron la tertulia de los estados mayores de tal o cualdivisión del ejército del pueblo.

Cuando menos lo sentía la población de la Ciudad de México,era brutalmente conmovida por la presencia de los carrancistas,militares de “caqui” y sombrero tejano, diferentes en mucho alos llamados “sombrerudos” de Zapata. Sin embargo, todos ellostenían en común la empresa de la Revolución. Derecho que lespermitía divertirse por igual; visitas a lugares nonsanctos, bailongos en los sitios públicos amenizados por labanda de don Velino M. Preza, a la consabida velada en algúnteatro donde Maria Conesa, “La gatita blanca” deleitaba a la“revolucionaria concurrencia” con los cuplés de moda, o conalguna canción alusiva al general Villa, a Zapata, o al temidoGenovevo de la O.

Y fue en el Teatro Principal, donde nació un mes de septiembrede 1913, la canción de la época revolucionaria, quizás la másrepresentativa que habla del sentimiento amoroso hacia la mujermexicana: “Ojos tapatíos”, escuchada como río sonoro por losrudos oídos de los militares revolucionarios y por los expertostímpanos de los tandófilos de todas las noches revisteriles delPrincipal: “No hay ojos más lindos en la tierra mía”. Lacanción “Ojos tapatíos” nació como parte de la obra “Lasmusas del país” donde José F. Elizondo y Fernando Méndez,obsequiaron a la concurrencia con su estupenda creación musical.De esta manera, la música y el teatro manifestaron su presencia enlos momentos críticos del movimiento armado de 1910.

Por Pablo Dueñas

La llegada del cometa Halley, agorero, señalaba muchos cambios entodo el planeta, especialmente para un México que se movía en unambiente de franca efervescencia política.

La publicación del libro “La sucesión presidencial”,escrito por don Francisco I. Madero, había levantado ámpula entrelos mexicanos, todos deseosos de ver poner “pies en polvorosa”al héroe del 2 de abril, el general Porfirio Díaz. Todo esteambiente resultaba lógico, debido a que la dictadura paternalistaresultaba hasta esos momentos, insostenible.

Y aun así, con todo ese gran movimiento antireeleccionista, lanación entera buscaba cualquier forma de hacerse más placenterala convivencia.  Sonaba fuerte ya, en todos los ámbitos, el valsromántico por excelencia del compositor guanajuatense JuventinoRosas, el inmortal “Sobre las olas”, así como “En altamar”, otro vals laureado en Europa, mientras su autor AbundioMartínez vivía en la miseria.

Para hacer más llevadera la presencia de la Revolución, enmuchos lugares de la provincia mexicana no faltaban las verbenas ylas fiestas rumbosas, donde la algarabía era secundada por lasbandas pueblerinas, y los conjuntos de alientos y cuerdas,  sindejar a un lado el tradicional salterio.

Año: 1910. Mes: noviembre. Hora: cualquiera de esas fríasmadrugadas. Ciudad: la Puebla de los Ángeles, la Roma de América,así llamada por sus amuralladas casonas, y por sus múltiples ypolicromas cúpulas y arcos de medio punto. Sobrenombre tambiénganado por  librepensadores, como los hermanos Serdán, mismos queel 18 de noviembre iniciaron la Revolución Mexicana.

Y, con ella, el apogeo del corrido revolucionario y la canciónromántica del campo de batalla. Canciones que lo mismo loaron alcaudillo, al héroe anónimo, a los fieles caballos yprincipalmente a las mujeres de la revolución: las soldaderas,hembras que hicieron del rebozo, paño de lágrimas, palio, banderay sobre todo, venda curandera del dolor producido por la guerra,daño perpetrado a sus Juanes revolucionarios.

El rebozo también formó parte del romanticismo revolucionario;idílico confidente, cuna que en el fragor de la batalla vio naceral vástago. Rebozo que en la contienda sirvió de mortaja; rebozomexicano al que cantó el más sublime de los poetas poblanos, donGregorio de Gante:

Rebozo que visitas los salones

entre pieles y abrigos y mantones

insurrecto rebozo de bolita

que arropaste el amor de la norteña

de la Valentina y la Adelita

rebozo popular que en las verbenas

te olvidaste de las penas

y eres entre la algarabía

banderín de los gozos

y estandarte triunfal de la alegría

bien vales un mariachi michoacano

unas madrugadoras mañanitas

una dulce valona del bajío

un huapango febril veracruzano

y un jocundo jarabe tapatío.

https://cdn.oem.com.mx/diariodequeretaro/2016/11/los-corridos.png

La Revolución montó su brioso corcel, recorriendo el amplioterritorio nacional, entre las notas de “La marcha dragona” ylos clarinazos cuarteleros de la “Diana”, pero también alritmo cadencioso de las arrebatadas, alegres o tristonas cancionesamorosas, y los corridos como aquellos que sabía hacer el juglarde la revolución, don Samuel Margarito Lozano.

Con el “rodar de la bola”, todas estas canciones fueronpasando de boca en boca, por tradición oral; algunas ya eran deldominio popular desde hacía algún tiempo. Tal es el caso de “LaMarieta” misma que desde principios del siglo había llegado enla carpeta musical de algún filarmónico europeo viajando desdeultramar en un pesado vapor francés.

La forma literaria utilizada en las canciones de la Revolución(corridos y piezas románticas), resulta pletórica de girostotalmente regionales y plena de pintoresquismo. Descripciones quesubstituían la carencia de elementos difusores y que por lo mismose diseñaban en forma de relato, para después ser  esparcidas enforma oral.

Los únicos vehículos para su popularización, fueronindiscutiblemente los continuos desplazamientos de las tropasrevolucionarias y los viajes trashumantes de los trovadores o“juglares” que caminaban por todas las veredas de México,siempre con su guitarra bajo el brazo.

Estas voces de la Revolución, al llegar a las poblaciones yrancherías, se apropiaban de los atrios y los mercados para narrarlas sonadas hazañas de los caudillos y las mujeres valerosas, comola Valentina, la Adelita, la Jesuita o la incógnita rielera que allado de su “Juan”, supo de la lucha en carne propia, viajandoen los techos de los carros y furgones del ferrocarril sin emitirninguna queja.

Las canciones nacidas bajo el fuego de la metralla y en losvivacs, siempre se  apegaron al estricto sentido romántico querequieren los cánones de lo sentimental: ”si Adelita quisieraser mi novia”, “dame un abrazo y un besito, prenda amada”,“por tus amores, trigueña hermosa, yo he sufrido”. Estascoplillas describían el amor espontáneo y sublime que lasarrojadas soldaderas despertaban entre los juanes.

En cambio, en las ciudades y en las grandes concentracionesurbanas de la República Mexicana, al abrigo de las ráfagas y lametralla de los fusiles “máusser” y las baterías alemanasMondragón, muchas de las familias burguesas se entregaban  alhastío de la tarde, para escuchar en el reluciente fonógrafo“del perrito que escucha la voz del amo”,  las cancionessentimentales de moda. Piezas que de ningún modo supieron de lalucha en las  trincheras, de los aguerridos sureños  de Zapata,de los “carranclanes” o de los fieles dorados de Pancho Villa.Valses afrancesados como “Tristes Jardines” o “Alejandra”;notas que jamás pisaron la línea de combate, pero que de algúnmodo amenazaron la tertulia de los estados mayores de tal o cualdivisión del ejército del pueblo.

Cuando menos lo sentía la población de la Ciudad de México,era brutalmente conmovida por la presencia de los carrancistas,militares de “caqui” y sombrero tejano, diferentes en mucho alos llamados “sombrerudos” de Zapata. Sin embargo, todos ellostenían en común la empresa de la Revolución. Derecho que lespermitía divertirse por igual; visitas a lugares nonsanctos, bailongos en los sitios públicos amenizados por labanda de don Velino M. Preza, a la consabida velada en algúnteatro donde Maria Conesa, “La gatita blanca” deleitaba a la“revolucionaria concurrencia” con los cuplés de moda, o conalguna canción alusiva al general Villa, a Zapata, o al temidoGenovevo de la O.

Y fue en el Teatro Principal, donde nació un mes de septiembrede 1913, la canción de la época revolucionaria, quizás la másrepresentativa que habla del sentimiento amoroso hacia la mujermexicana: “Ojos tapatíos”, escuchada como río sonoro por losrudos oídos de los militares revolucionarios y por los expertostímpanos de los tandófilos de todas las noches revisteriles delPrincipal: “No hay ojos más lindos en la tierra mía”. Lacanción “Ojos tapatíos” nació como parte de la obra “Lasmusas del país” donde José F. Elizondo y Fernando Méndez,obsequiaron a la concurrencia con su estupenda creación musical.De esta manera, la música y el teatro manifestaron su presencia enlos momentos críticos del movimiento armado de 1910.

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