La Niña víbora

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 26 de abril de 2023

Gente observando el espectáculo de un circo. Ciudad de México, 1930. Foto: Cortesía | @mediateca.inah


¡Pásenle, pásenle! Observen vivo a este engendro de la naturaleza, no volverán a tener oportunidad de verlo nunca más! ¡Pásele, pásele! conozca su historia contada por ella misma, cómo fue víctima de una maldición, cómo llegó hasta este lugar! ¡Pásele, pásele! -¡Papá, mamá, vamos a verla, vamos a entrar! Ay, no hija, son puros cuentos, tonterías.

–Anden, anden, vamos a entrar quiero verla. -Hija, son puras vaciladas, no es cierto. -¡No importa, quiero verla, quiero verla, por favor! ¡Pásele, pásele, ya va a comenzar la función, pásele!. – Vamos, vamos antes de que cierren, no se la vayan a llevar a otro lado y ya no la vimos … -Bueno, pregunta cuánto cuestan los boletos.

“-Niños y niñas, caballeros y bonitas, prepárense para ver algo terrorífico, para conocer la historia de esta hermosa niña que fue convertida en víbora por desobediente. Guarden silencio, abran muy bien los ojos, no hay ningún truco, prepárense para presenciar este monstruoso espectáculo que no lo tienen ni los mejores circos del mundo, aquí para ustedes, en su barrio, barato y espeluznante. Guarden silencio y pongan atención que la cortina se correrá en unos segundos.” De pronto la cortina se corrió de un solo jalón y ahí estaba la Niña víbora. Voltearas a donde voltearas, no se veía el truco, era una niña víbora, cabeza de humana y cuerpo como de cobra, incluso se levantaba como ese tipo de víboras. De la boca de la niña salía una lengua bífida amenazante, el presentador decía “no intenten acercarse, es peligrosísimo, tengan mucho cuidado, obsérvenla nada más, prepárense para conocer su historia, pero no intenten tocarla o acercarse porque corren mucho peligro, es una de las víboras más venenosas que hay en el planeta, nosotros la manejamos con mucho cuidado, y la alimentamos con ratas, ratones, conejos y un poco de verdura fresca. ¡Pásenle, prepárense que vamos a contar su terrible historia”.

“Hola niños, mi nombre es Verónica, soy una niña de 12 años, yo era muy feliz hasta que de pronto me sucedió algo terrible. Esta es mi historia. Era una niña normal que corría, jugaba, alegre, viviendo en familia con mis padres, pero de pronto, ni siquiera recuerdo el día, senti deseos de rebelarme a mis aparentemente cariñosos padres, lo que fue una infancia más o menos feliz hasta los 7 años, se empezó a convertir en un infierno de pleitos y discusiones, amenazas, habladas, intrigas silenciosas, en donde yo, como niña, fui dándome cuenta, poco a poco, de lo que estaba sucediendo, porque mis primeros años, como ya les conté, fueron muy felices, pero las situaciones comenzaron a cambiar, y cuando me di cuenta, yo misma había cambiado.

Todo empezó un día en que amanecí sin voz. Así, de la nada, desperté, me levanté, y de pronto me di cuenta de que no podía hablar. Corrí espantada con mis padres, y ellos también se llevaron el susto de su vida. Intentaba hablar, pero no podía articular palabras. Luego me empezaron a llevar con médicos, psiquiatras, psicólogos, curanderos, pero nadie lograba que hablara. Los terapeutas dijeron que era algo psicológico, psicosomático, y empezaron a indagar. Me pidieron que dibujara, que escribiera cosas, y de lo que les entregué empezaron a sacar algunas conclusiones que yo como niña no entendía. Preguntaban a mis padres si había conflictos entre ellos, discusiones, pleitos, y ellos al principio lo negaron, pero la psicóloga les sugirió que empezaran a asistir regularmente a algunas citas para hablar de lo que me pasaba y de las relaciones familiares. Ya en la casa mi padre se puso como loco, se negó a ir e incluso rompió los papeles donde estaba una especie de receta que la psicóloga les había dado. Mi padre dijo que no iría y que tampoco permitiría que fuera yo porque ese tipo de terapias no servían para nada. Mi madre por convicción, o por miedo, aceptó, y ya no fuimos. Creo que de verdad mi padre no se daba cuenta que había muchos problemas que era necesario atender con urgencia en la familia.

Mis padres formaban una bonita pareja y aparentemente todo era felicidad. Jóvenes, guapos, inteligentes, trabajadores, pero recuerdo que decía mi abuelita: “caras vemos, corazones solo Dios”. Estas virtudes de mis padres no es que fueran falsas, pero había mucho más detrás de la fachada que daban al mundo, y si bien es cierto que lo que sucede en una casa no es espectáculo para que todos se diviertan, también lo es que debemos dudar de casi toda familia que aparentemente se vea muy feliz. Dicen que los trapos sucios se lavan en casa, y sí, vaya que había trapos sucios.

No era culpa solamente de uno o de otro, o cuestión de víctimas y tiranos, era una relación en la que ambos, de acuerdo a su nivel y circunstancia, habían puesto en jaque lo que más amaban: su familia, con la que habían forjado grandes ilusiones. Ellos, al casarse, pensaban y aseguraban que serían diferentes a las generaciones anteriores, a sus propios padres. Se propusieron terminar con esa cadena de dolor y de tristeza para generar una familia bonita, alegre, amable, contenta, feliz, pero los desatinos del destino -¿o no será el destino?-, los hechos diarios y cotidianos, los que van construyendo nuestra vida concreta, fueron llevando la situación por rumbos diferentes, muy diferentes, a lo que ellos se habían propuesto.

La gota que derramó el vaso fue lo que ya les conté cuando mi padre se opuso a que los terapeutas intervinieran en la vida de la familia. La psicóloga, en corto, advirtió a mi madre que de no atender lo que estaba pasando con la niña, o sea conmigo, el caso se seguiría agravando y vendrían más y más problemas. Mi madre le comentó a mi padre, pero éste se mantuvo en su dicho de no aceptar entrevistas con la psicóloga ni tampoco aceptó llevarme a mí. ¿Qué era lo que habían detectado los terapeutas?, pues, esos actos, diarios, cotidianos, que aparentemente pasan desapercibidos y que, sobre todo, el que está enfermo no se da cuenta y menos los quiere aceptar. Digo enfermo porque mi padre era un hombre enfermo, era un buen hombre, pero tenía muchos problemas emocionales que ni él mismo se daba cuenta, pero que ya sus borracheras permanentes cada fin de semana eran un semáforo rojo avisando que algo pasaba.”

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