Apenas empezó la etapa de aislamiento aquí en México llamada la Jornada de sana distancia. Salimos a la calle para cumplir con un mandado y al regresar en la noche las calles estaban semivacías, tuve un extraño sentimiento que me provocó mucha inquietud, una sensación de soledad, de miedo, de un miedo ancestral, del que pudieron haber tenido nuestros antepasados en las noches antiguas. Esos antepasados de hace muchos miles y miles de años, que al caer la oscuridad por alguna circunstancia tuvieron que moverse de un espacio a otro y salir con los hijos, las mujeres, sintiendo las acechanzas por todos lados, los animales, la tormenta, los relámpagos o el simple hecho de no tener luz para ver qué pasaba alrededor, y me hicieron ver que el miedo está en nuestro origen, en nuestros genes y se transmite de generación en generación. Son esos miedos para los que no tenemos respuesta, herencias muy antiguas, y que ahora, al recorrer las calles vacías de la ciudad, algo mueven en lo más profundo de mi ser y me llevan a una memoria perdida, pero que en este momento es recobrada abrupta y dolorosamente. Y nuevos miedos surgen, miedos contemporáneos, productos del contexto estrictamente actual, miedo aquí, en esta soledad, de que alguien te asalte, se aproveche del vacío. Miedo a quedarse solo en esta inmensa soledad.
Es un mito eso de que venimos solos y nos vamos solos. En cierta medida, es verdad, pero venimos al mundo rotundamente acompañados, protegidos en el vientre de nuestra madre y además rodeados de todo el cariño de nuestros familiares y seres queridos. Y cuando partimos, es verdad que se muere una persona, pero también es cierto que la mayor parte de las veces fallece rodeada de familiares, amigos y seres queridos que la acompañan hasta la llamada última morada. La soledad no es exactamente la compañera del ser humano, venimos de otros seres, vivimos junto a otros, dependemos de otros y compartimos la vida con los otros. Sin ellos no seríamos nada, y estas calles vacías me lo recuerdan sin compasión.
La soledad y el aislamiento que vamos a vivir ahora debido a la presencia del coronavirus no es del tipo de soledad que se elige para meditar, para crecer espiritualmente, es una soledad forzada, impuesta de una manera terrible por un virus que acecha en cada sitio y lugar, y que ya se ha llevado a miles de personas desde su aparición. Es una soledad diferente, triste. ¿Podemos convertirla en otra cosa?, cierto. ¿Podemos reflexionar acerca de su origen y convertirla en una oportunidad de reflexión y encuentro con uno mismo?, cierto. Pero esto no bastaría para ocultar la sarta de mentiras ni el manipuleo político al que hemos estado expuestos. Convertir esta soledad en algo buena onda no basta para cubrir la ineptitud de los que no previeron nada, de los que lo tomaron como una simple gripe. Ahora, nos encontramos con hospitales públicos prácticamente desnudos, sin recursos. Que han sido sometidos a recortes salvajes en donde los mismos pacientes y sus familiares tienen que comprar los insumos más elementales. Y de esa forma vamos a tener que enfrentar el crecimiento exponencial de este coronavirus que ha venido a sacudir hasta lo más hondo las costumbres de los habitantes del planeta, y por si fuera poco con todo esto, vamos a tener que encarar nuestros miedos ancestrales de manera brutal. Estamos todos enfrentados de cara a la muerte. Todos sabemos que ahí está y hemos sabido que pudiera suceder en cualquier momento y a cualquiera, pero pocas veces, cuando menos para esta generación, hemos estado enfrentados a la muerte de manera tan clara y contundente. Si bien se dice que entre los pacientes infectados solamente un promedio de 2 o 3% fallece, el punto es que hoy, 22 de marzo del 2020, la gente que ha fallecido en el planeta ya se acerca aproximadamente a los 15 mil y en algunas países como España, Italia o Estados Unidos cada vez crece el número de muertos por día.
De cara a la muerte. Eso es lo que no queremos ni escuchar. No queremos saber de los papeles que no hemos arreglado, de las herencias que no hemos definido, de los temas que no podemos hablar por no perturbar a nuestros familiares o que piensen que nos queremos aprovechar de esta situación. Pero la realidad, siempre la realidad, es más brutal que todos nuestros cuidados y prejuicios, porque es lo que es y este virus existe, y se está desarrollando exponencialmente arrasando con miles de personas. Está obligando a ciudades y países enteros a entrar en aislamientos forzosos, y quién sabe hasta cuándo dure esta situación. Algunos dicen que hasta julio, otros dicen que hasta octubre, otros que hasta entrado el 2021.
Es entonces cuando podemos realizar una revisión seria de nuestra vida, actos y palabras. Ante lo que vivimos hoy también tenemos la oportunidad dialéctica de contemplar la otra cara de la historia, la de valorar conscientemente lo que la vida es, el milagro profundo que encierra. Y si miramos con atención, obligados por este aislamiento forzado, por esta soledad, podemos comenzar a darnos cuenta de muchas cosas que no mirábamos, podemos ver de otra forma, crítica y autocrítica, las situaciones que vivimos a diario, porque si estamos viendo que tanta gente está partiendo por esta pandemia, podemos asimismo observar qué valiosa es la vida, cada detalle, cada situación, cada mirada, cada contacto con los nuestros, con todos. Y ahora que hay que mantener la llamada sana distancia podemos darnos cuenta de cuántos abrazos hemos perdido y cuántos besos hemos dejado de dar, de cuánto cariño hemos desperdiciado y cuánto amor hemos tirado a la basura. Pero hoy es el momento de recuperarnos, hoy es el momento de anhelar los abrazos, de enviar los besos por el aire y de esperar el tiempo en que podemos amarnos otra vez. No sólo como una fantasía idílica, sino como fruto de una profunda reflexión que nos haya iluminado la vida para proceder de otra forma. Del aislamiento, de la soledad, de contemplar la muerte masiva cara a cara, podemos pasar a valorar la vida nuestra y la de otros, la de los nuestros, con agradecimiento y gran aprecio. Despertemos y demos gracias infinitas a nuestro planeta y al universo entero por la vida.