La vida conventual de las monjas siempre ha tenido un aura de misterio y secrecía para la mayoría de las personas, tal vez debido a la vida de claustro que llevaron las novicias, monjas y abadesas.
Sin embargo, a la vista de todos aún se conservan varios rastros de lo que fue la vida en los conventos de monjas en Querétaro, por ejemplo Santa Clara y Capuchinas, ambos ubicados en el Centro Histórico de la capital.
La doctora en historia del arte Mina Ramírez Montes habló de esto en su conferencia Los espacios de la vida conventual femenina en Querétaro, impartida en el Museo Regional.
Durante la charla, la investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) mostró distintos planos de conventos y templos de monjas en la ciudad, reiterando que algunos de estos nunca se construyeron según la idea original, y que otros tantos fueron modificados con el paso del tiempo, debido principalmente a la exclaustración de las monjas y la venta de estos lugares a particulares; otra razón fue que varios conventos fueron utilizados como cuarteles durante los distintos periodos de guerra en el país, lo que modificó su estructura.
Las llamadas puertas pareadas o puertas gemelas hacen referencia a los templos de monjas que cuentan con dos portadas y por lo tanto, con dos grandes puertas. Estas fueron construidas con el objetivo de que las procesiones ingresaran por una de estas puertas, recorrieran el interior del templo y salieran por la otra puerta, de esa forma, las monjas que se encontraban en el coro alto de la iglesia, podrían participar –a distancia– de las procesiones. En Querétaro se pueden apreciar estas dos portadas en el templo de Santa Clara.
Mina Ramírez Montes también señaló otras particularidades de los templos de monjas, como son los coros altos, ubicados en la parte alta frente al altar, presentes todavía en el templo de Santa Clara y Santa Rosa de Viterbo.
“La parte más importante de los templos de monjas son los coros, porque ahí es donde ellas habitan. El coro alto que siempre tiene una reja y en algunos casos doble reja, algunas rejas incluso con picos o púas. En estos coros hay también una pequeña puerta a través de la cual recibían la comunión, puerta de la que sólo tenía la llave el sacerdote (por fuera) y la abadesa (por dentro). Esta pequeña puerta también servía para las elecciones, en donde las monjas emitían su voto para elegir a la nueva abadesa”.
Los altares también tenían zonas importantes para las monjas, como las llamadas tribunas, colocadas al costado del altar, en la parte superior, y esta era una zona reservada para las abadesas o alguna monja enferma al momento de presenciar la misa.
Otras zonas características en los templos de monjas son las pequeñas puertas al interior del templo y que conducen hacia el coro alto, por estas discretas puertas la mayoría de las monjas ingresaban siendo niñas o adolescentes para no salir jamás. Y como las religiosas no abandonan el convento ni siquiera estando muertas, las criptas o catacumbas también son parte fundamental de estos templos, pues los restos de las monjas eran depositados en estos nichos.
Fuerte comunidad femenina
Los conventos de monjas eran mucho más que lugares en silencio en los que sólo se rezaba y se asistía a misa, algunos de estos espacios albergaron una activa comunidad femenina conformada no sólo por monjas, sino también por sirvientas y esclavas. Uno de los espacios con dicha actividad fue el convento de Santa Clara, en el que llegaron a habitar hasta 600 mujeres, de las cuales, sólo 120 eran monjas.
“Había muchas sirvientas en el convento de Santa Clara, una sola monja llegó a tener seis sirvientas, en sus casitas o celdas vivían ellas y generalmente sus sobrinas, porque iban llamando a las hijas e sus hermanos para que ingresaran al convento; Santa Clara fue un convento de gente muy rica, que podía pagar una dote de entre 3 y 6 mil pesos, esa cantidad frenaba la entrada, porque no cualquiera podía pagar esa cantidad de dinero para que su hija ingresara al convento.
“El máximo de monjas que hubo en el convento fueron 120 monjas de velo negro, que no hacían otra cosa mas que ir al coro a rezar, después las monjas de velo blanco que pagaban la mitad de la dote y se encargaban de las labores de la casa pero tampoco lo hacían, porque había sirvientas del convento y de cada monja, también había esclavas. Algunas monjas tenían 12 años y su esclava tenía la misma edad. Llegaron a ser 600 mujeres en ese convento”, comenta Mina.
La gran actividad del convento en el que llegaron a convivir cientos de mujeres de distintas clases sociales, dificulta el mantenimiento de la disciplina. Pues continuamente ingresaban hombres para dar mantenimiento a los recintos.
“Estaba permitido el ingreso de personas como fontaneros, arquitectos, y demás personas que realizaban distintos servicios, se supone que siempre estaban acompañados por cuatro o seis monjas vigilantes pero a veces no era así, se pasaban a otros lados; había historias de relaciones entre sacerdotes y monjas, o entre monjas y alguno de los trabajadores, hay expedientes de la inquisición, siempre había cosas así, eran humanos, el provincial franciscano continuamente mandaba patentes en las que decía ‘que se cele mas la clausura’, si continuamente les estaban diciendo eso es porque estas cosas pasaban”.
Las exclaustradas
La doctora señaló que los noviciados fueron cerrados en 1957, por lo que sólo se mantienen activas las monjas que hasta ese punto ya habían tomado los votos, mismas monjas que fueron exclaustradas en 1864 por mandato del emperador Maximiliano de Habsburgo.
“Maximiliano era un liberal, a él le parecía demasiado terrible que las monjas estuvieran en clausura. En el 64 las monjas que quedaban en Santa Clara, que eran menos de 30, dejaron el convento y sufren mucho porque muchas de ellas no tenían familia, no estaban acostumbradas a vivir en familia o las trataban mal; el mayordomo del convento de Santa Clara se llevó a la abadesa y tres monjas más a su casa, las demás no sé qué sería de ellas.
“Hay libros que dicen que sacaban a las monjas de los conventos en camiones llenos de sangre por la guerra, algunas entraron al convento de 2 años de edad y cuando salieron no conocían ese mudo, no sabían qué hacer ni cómo vivir. Fue terrible la exclaustración”.