/ miércoles 27 de noviembre de 2024

Las pinturas murales de las capillas familiares del semidesierto queretano

Recorrer el presente, re/imaginar el futuro

Las capillas familiares, también conocidas como capillas oratorio, surgen de la combinación de dos ideologías: la otomí-chichimeca y la católica. Estas edificaciones se encuentran principalmente en regiones de Hidalgo, Estado de México, Guanajuato y Querétaro. En este último caso, se cuenta con un registro de 260 capillas, pero se estima que existen poco más de 300 en la zona que comprende el semidesierto y valles centrales del estado. Hay algunas pocas que se localizan en la Sierra Gorda y están asociadas a movimientos de familias provenientes de dichos valles y no a la tradición local.

Durante la época virreinal, entre los siglos XVI, XVII y XVIII, y como parte de una estrategia evangelizadora, se formaron comunidades constituidas por poblaciones chichimeca (jonaces y pames), que se mezclaron con población otomí. Esto dio origen a la población actual del semidesierto queretano que adoptó la lengua otomí como medio de comunicación.

Dentro de la tradición otomí-chichimeca del semidesierto queretano, estas capillas constituían un espacio de culto doméstico que formaba parte de la construcción misma de la casa o que existían dentro del mismo terreno. Estas capillas eran custodiadas por la descendencia de quienes las construyeron y representan al Xita (hombre viejo) o primer hombre bautizado del linaje familiar. Así las capillas son celosamente heredadas por línea paterna – con algunas excepciones actuales- y los conceptos de “linaje, parentesco y familia” son fundamentales para comprender su uso y función.

Con base en lo anterior y en sintonía con el texto Espacios sagrados. Una expresión de continuidad cultural de Aurora Castillo Escalona podemos considerar a las capillas como “espacios que tienen un sentido genealógico, pues están vinculadas con el patrilinaje familiar llamado descendencia, y son un elemento de identificación cultural en la vida cotidiana y religiosa. Asimismo, son parte del patrimonio doméstico con múltiples funciones, en donde se desarrollan actividades ceremoniales ligadas con el sistema de cargos. Son un punto de referencia de la filiación étnica y constituyen un patrimonio que incluye no sólo el inmueble, sino objetos rituales que tienen significación dentro y en relación con el recinto sagrado”.

La mayoría de las capillas del semidesierto datan de los siglos XVIII y XIX; poseen características arquitectónicas similares tales como bóvedas de cañón corrido, una o dos ventanas decoradas con rosetones de piedra, muros gruesos de mampostería, en algunos casos con contrafuertes, y tienen un altar de mampostería adosado al muro testero que se caracteriza por tener uno o dos niveles, así como nichos en la parte baja del mismo. Existen capillas que son de mayor tamaño y pueden llegar a presentar una o dos bóvedas de cañón corrido, cúpula y linternilla o solamente linternilla. El acceso principal puede variar entre los accesos frontales y laterales. Además de un atrio, en ocasiones las capillas tienen una barda y pequeños nichos o ermitas llamadas calvarios o calvaritos, ubicados alrededor o cerca de la capilla. El calvario principal es siempre el ubicado frente al acceso a la capilla.

Las capillas reciben el nombre de acuerdo con el apellido de la familia que es propietaria. Por ejemplo, la Capilla de Los Luna o Los Arroyo, aunque también se encuentran casos en los que el Santo Patrón remplaza al apellido en línea de importancia, como por ejemplo la Capilla de San Diego o Dos Marías. También existen capillas nombradas de acuerdo al lugar geográfico en que se encuentran como la Capilla del Garambullo o bien en relación con alguna característica de su fundador.

Antiguamente, las capillas familiares fungían como un espacio de oración dentro del núcleo familiar, algunas de ellas incluso reunían a varias familias y comunidades por medio de los compadrazgos. Eran espacios destinados al recuerdo y respeto a los antepasados y a la celebración de ceremonias religiosas enfocadas en la petición de lluvias para las buenas siembras y cosechas.

Como parte de las herencias de origen otomí-chichimeca, los antepasados tienen presencia dentro de las capillas a través de las cruces de ánimas: cruces de madera que se tallan cuando uno de los miembros de la familia fallece. Cada cruz lleva el nombre del difunto en la base y es colocada en el altar principal como parte de los antepasados que conforman el linaje de la familia. Además de estas cruces, en el altar también se pueden encontrar pinturas de ánimas sobre lámina, tela o madera con los nombres de uno o varios miembros fenecidos de la familia y cruces de ánimas decoradas con los símbolos de la pasión e imágenes de los santos a los que está dedicada la capilla.

Además de la arquitectura y de las imágenes ubicadas en los altares de las capillas familiares, destacan sin lugar a dudas, las pinturas murales que varios de dichos recintos conservan en su interior. Estas decoraciones murales son muy diversas: van desde decoraciones simples que incluyen figuras geométricas enmarcando vanos de ventanas o puertas de acceso, arcos o pilares, elementos florales solos o combinados con figuras geométricas o contenidos en jarrones, hasta representaciones de la vida y pasión de Jesús o representaciones de festividades o eventos relevantes acontecidos en la comunidad o en la familia.

Una característica que hace que las pinturas murales de las capillas familiares sean únicas son los temas representados y la diversidad en los trazos que nos permiten inferir que fueron realizadas por artistas locales con habilidad manual, pocos son los ejemplos donde se puede percibir en la factura y composición la mano de un artista estudiado.

Un elemento constantemente presente en las pinturas murales son los jarrones que contienen plantas y flores. Algunos de ellos muestran aves entre las flores y suelen ubicarse, ya sea en el muro testero o en los muros laterales de la capilla. En algunas poblaciones como San Pablo Tolimán se cree que esos floreros representan también el linaje de la familia propietaria de la capilla, puesto que cada una de ellas es decorada con flores y plantas específicas.

Por otra parte, se pueden encontrar elementos en las pinturas murales que son importados de Europa como las águilas bicéfalas coronadas o los leones coronados. En algunos casos se puede apreciar que los artistas desconocían cómo era un león por lo que su representación en la pintura suele ser una interpretación de lo imaginaban que lo era. De igual forma hay elementos heredados de época prehispánica, como flores de cuatro pétalos y escudos.

Resalta, en el caso de las pinturas con escenas de Jesús o de festividades locales, la presencia constante de ángeles músicos en las bóvedas, que además van acompañados de diversos elementos como guirnaldas, flores o estrellas y en algunos casos la luna, el sol, o ambos.

De igual forma, las escenas costumbristas que acompañan a las decoraciones, muestran animales y plantas locales, así como vestimentas y construcciones, lo que hace que estas decoraciones sean también un registro gráfico de la época.

A parte de los temas que narran escenas de la vida de Jesús, festividades o eventos locales, también se encuentran pinturas que son representativas del siglo XIX y que se conocen como “trampa del ojo”. Son de estilo neoclásico y se caracterizan por pintar elementos arquitectónicos en los muros que dan un efecto de profundidad y generan la percepción de ser realmente columnas o arcos labrados en piedra o cantera.

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En lo que respecta a las técnicas pictóricas, la mayoría son realizadas con técnicas mixtas, es decir, se utilizan pinturas a la cal y pinturas al temple, lo que permite tener una diversidad en colores y matices.

Actualmente, algunas de las capillas familiares están cayendo en desuso debido a la migración, a la llegada de nuevas ideologías religiosas y a la pérdida del conocimiento y significado de lo que representan; algunas de ellas, además, han sido víctimas de robos de imágenes o son seleccionadas como puntos turísticos que no consideran su función tradicional además de su belleza y singularidad. Es por esto que la conservación de estas manifestaciones culturales es urgente y relevante. Su existencia nos revela información histórica en ámbitos tan diversos como los estéticos y artísticos, los antropológicos y hasta los biológicos y su uso como espacios sagrados, donde convergen tradiciones e ideologías con significados muy profundos, son claves para la comprensión de las herencias culturales de los guardianes de estos recintos y nos muestran cosmovisiones que podrían servirnos como pistas para hallar formas de vincularnos con nuestros entornos de maneras más empáticas y solidarias.

Las capillas familiares, también conocidas como capillas oratorio, surgen de la combinación de dos ideologías: la otomí-chichimeca y la católica. Estas edificaciones se encuentran principalmente en regiones de Hidalgo, Estado de México, Guanajuato y Querétaro. En este último caso, se cuenta con un registro de 260 capillas, pero se estima que existen poco más de 300 en la zona que comprende el semidesierto y valles centrales del estado. Hay algunas pocas que se localizan en la Sierra Gorda y están asociadas a movimientos de familias provenientes de dichos valles y no a la tradición local.

Durante la época virreinal, entre los siglos XVI, XVII y XVIII, y como parte de una estrategia evangelizadora, se formaron comunidades constituidas por poblaciones chichimeca (jonaces y pames), que se mezclaron con población otomí. Esto dio origen a la población actual del semidesierto queretano que adoptó la lengua otomí como medio de comunicación.

Dentro de la tradición otomí-chichimeca del semidesierto queretano, estas capillas constituían un espacio de culto doméstico que formaba parte de la construcción misma de la casa o que existían dentro del mismo terreno. Estas capillas eran custodiadas por la descendencia de quienes las construyeron y representan al Xita (hombre viejo) o primer hombre bautizado del linaje familiar. Así las capillas son celosamente heredadas por línea paterna – con algunas excepciones actuales- y los conceptos de “linaje, parentesco y familia” son fundamentales para comprender su uso y función.

Con base en lo anterior y en sintonía con el texto Espacios sagrados. Una expresión de continuidad cultural de Aurora Castillo Escalona podemos considerar a las capillas como “espacios que tienen un sentido genealógico, pues están vinculadas con el patrilinaje familiar llamado descendencia, y son un elemento de identificación cultural en la vida cotidiana y religiosa. Asimismo, son parte del patrimonio doméstico con múltiples funciones, en donde se desarrollan actividades ceremoniales ligadas con el sistema de cargos. Son un punto de referencia de la filiación étnica y constituyen un patrimonio que incluye no sólo el inmueble, sino objetos rituales que tienen significación dentro y en relación con el recinto sagrado”.

La mayoría de las capillas del semidesierto datan de los siglos XVIII y XIX; poseen características arquitectónicas similares tales como bóvedas de cañón corrido, una o dos ventanas decoradas con rosetones de piedra, muros gruesos de mampostería, en algunos casos con contrafuertes, y tienen un altar de mampostería adosado al muro testero que se caracteriza por tener uno o dos niveles, así como nichos en la parte baja del mismo. Existen capillas que son de mayor tamaño y pueden llegar a presentar una o dos bóvedas de cañón corrido, cúpula y linternilla o solamente linternilla. El acceso principal puede variar entre los accesos frontales y laterales. Además de un atrio, en ocasiones las capillas tienen una barda y pequeños nichos o ermitas llamadas calvarios o calvaritos, ubicados alrededor o cerca de la capilla. El calvario principal es siempre el ubicado frente al acceso a la capilla.

Las capillas reciben el nombre de acuerdo con el apellido de la familia que es propietaria. Por ejemplo, la Capilla de Los Luna o Los Arroyo, aunque también se encuentran casos en los que el Santo Patrón remplaza al apellido en línea de importancia, como por ejemplo la Capilla de San Diego o Dos Marías. También existen capillas nombradas de acuerdo al lugar geográfico en que se encuentran como la Capilla del Garambullo o bien en relación con alguna característica de su fundador.

Antiguamente, las capillas familiares fungían como un espacio de oración dentro del núcleo familiar, algunas de ellas incluso reunían a varias familias y comunidades por medio de los compadrazgos. Eran espacios destinados al recuerdo y respeto a los antepasados y a la celebración de ceremonias religiosas enfocadas en la petición de lluvias para las buenas siembras y cosechas.

Como parte de las herencias de origen otomí-chichimeca, los antepasados tienen presencia dentro de las capillas a través de las cruces de ánimas: cruces de madera que se tallan cuando uno de los miembros de la familia fallece. Cada cruz lleva el nombre del difunto en la base y es colocada en el altar principal como parte de los antepasados que conforman el linaje de la familia. Además de estas cruces, en el altar también se pueden encontrar pinturas de ánimas sobre lámina, tela o madera con los nombres de uno o varios miembros fenecidos de la familia y cruces de ánimas decoradas con los símbolos de la pasión e imágenes de los santos a los que está dedicada la capilla.

Además de la arquitectura y de las imágenes ubicadas en los altares de las capillas familiares, destacan sin lugar a dudas, las pinturas murales que varios de dichos recintos conservan en su interior. Estas decoraciones murales son muy diversas: van desde decoraciones simples que incluyen figuras geométricas enmarcando vanos de ventanas o puertas de acceso, arcos o pilares, elementos florales solos o combinados con figuras geométricas o contenidos en jarrones, hasta representaciones de la vida y pasión de Jesús o representaciones de festividades o eventos relevantes acontecidos en la comunidad o en la familia.

Una característica que hace que las pinturas murales de las capillas familiares sean únicas son los temas representados y la diversidad en los trazos que nos permiten inferir que fueron realizadas por artistas locales con habilidad manual, pocos son los ejemplos donde se puede percibir en la factura y composición la mano de un artista estudiado.

Un elemento constantemente presente en las pinturas murales son los jarrones que contienen plantas y flores. Algunos de ellos muestran aves entre las flores y suelen ubicarse, ya sea en el muro testero o en los muros laterales de la capilla. En algunas poblaciones como San Pablo Tolimán se cree que esos floreros representan también el linaje de la familia propietaria de la capilla, puesto que cada una de ellas es decorada con flores y plantas específicas.

Por otra parte, se pueden encontrar elementos en las pinturas murales que son importados de Europa como las águilas bicéfalas coronadas o los leones coronados. En algunos casos se puede apreciar que los artistas desconocían cómo era un león por lo que su representación en la pintura suele ser una interpretación de lo imaginaban que lo era. De igual forma hay elementos heredados de época prehispánica, como flores de cuatro pétalos y escudos.

Resalta, en el caso de las pinturas con escenas de Jesús o de festividades locales, la presencia constante de ángeles músicos en las bóvedas, que además van acompañados de diversos elementos como guirnaldas, flores o estrellas y en algunos casos la luna, el sol, o ambos.

De igual forma, las escenas costumbristas que acompañan a las decoraciones, muestran animales y plantas locales, así como vestimentas y construcciones, lo que hace que estas decoraciones sean también un registro gráfico de la época.

A parte de los temas que narran escenas de la vida de Jesús, festividades o eventos locales, también se encuentran pinturas que son representativas del siglo XIX y que se conocen como “trampa del ojo”. Son de estilo neoclásico y se caracterizan por pintar elementos arquitectónicos en los muros que dan un efecto de profundidad y generan la percepción de ser realmente columnas o arcos labrados en piedra o cantera.

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En lo que respecta a las técnicas pictóricas, la mayoría son realizadas con técnicas mixtas, es decir, se utilizan pinturas a la cal y pinturas al temple, lo que permite tener una diversidad en colores y matices.

Actualmente, algunas de las capillas familiares están cayendo en desuso debido a la migración, a la llegada de nuevas ideologías religiosas y a la pérdida del conocimiento y significado de lo que representan; algunas de ellas, además, han sido víctimas de robos de imágenes o son seleccionadas como puntos turísticos que no consideran su función tradicional además de su belleza y singularidad. Es por esto que la conservación de estas manifestaciones culturales es urgente y relevante. Su existencia nos revela información histórica en ámbitos tan diversos como los estéticos y artísticos, los antropológicos y hasta los biológicos y su uso como espacios sagrados, donde convergen tradiciones e ideologías con significados muy profundos, son claves para la comprensión de las herencias culturales de los guardianes de estos recintos y nos muestran cosmovisiones que podrían servirnos como pistas para hallar formas de vincularnos con nuestros entornos de maneras más empáticas y solidarias.

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