/ viernes 18 de marzo de 2022

Lección de Economía: …finalmente agregue una pizca de “utilidad” y “libre mercado” a su gusto

Sobremesa económica

Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. […] Esta carne tiene una dureza y una consistencia que no caracterizan a las reses. Ha de ser de mamut. De esos que se han conservado, desde la prehistoria en los hielos de Siberia […]

Lección de Cocina. Rosario Castellanos (1971)


Es común que cuando se habla de hechos económicos éstos se atribuyan al todopoderoso designio del mercado. Si el precio del petróleo sube o baja, o si el valor del peso mexicano se aprecia o deprecia respecto al dólar, según los más “sabios economistas”, es por obra de una entidad metafísica o cuasi divina: el Mercado. Y lo que determina el mercado no lo modifica el hombre. Lección número uno para todo economista. Pero ¿realmente es el mercado una fuerza de índole natural que opera libre y eficientemente lejos de la interacción humana? Permítame ser enfático al respecto y decir que la respuesta rotunda es No.

Ningún hecho económico es producto de una naturaleza que actúa de forma independiente a la sociedad. Cuando el nivel de empleo sube o baja, no se trata de un fenómeno natural como cuando el sol se oculta y viene la noche, hechos que suceden al margen de la acción humana. Por el contrario, cuando un hecho económico ocurre siempre está asociado a las acciones de un conjunto de sujetos sociales interactuando entre sí. De manera que todo suceso económico es al mismo tiempo un hecho social, atravesado por dimensiones históricas, políticas y culturales; inherentes, ahí sí, a nuestra naturaleza humana.

Pero vayamos por partes. La economía como disciplina académica, como ese conjunto de lecciones que todo economista debe conocer, surge en el siglo XIX con la segmentación del conocimiento en campos de estudio, justo a la par en que las universidades se consolidan como centros “productores de conocimiento”. Las nuevas disciplinas científicas -entre estas no sólo la economía sino también la sociología y la ciencia política, entre otras- recibieron el mandato de ofrecer explicaciones que revelaran las más íntimas reglas que gobiernan sobre la naturaleza y el universo con el fin de esclarecer leyes universales. Fue en ese momento cuando la economía, fiel al método positivista tomado de la física newtoniana para la producción de conocimiento, se sacude el aspecto socio-político de su análisis para centrase en la formalización lógico-matemática de los fenómenos económicos. Una metodología que conduciría a establecer al mercado y todo lo que sucede en éste como guiado por leyes naturales. Leyes que, al igual que en los campos de conocimiento de las llamadas ciencias naturales, fuesen capaces de trascender en el tiempo y el espacio para ofrecernos verdades universales, tal como lo hicieron la ley de gravedad universal de Newton o la ley de la selección natural de Darwin.

Desde entonces, las lecciones más convencionales de economía han observado un desarrollo casi autárquico respecto a otras disciplinas sociales, llevando el análisis de “lo económico” al terreno de las decisiones individuales y cuantificables de sujetos ahistóricos y supuestamente racionales que buscan satisfacer sus necesidades en el mercado consumiendo/demandando aquello que les proporciona una mayor utilidad. Un principio teórico que pasaría a la historia como Ley de oferta y de demanda y que se asentaría en el pensamiento de la mayoría de los economistas como trasfondo de todo su análisis: “Si el precio de un bien o servicio sube, su demanda baja, o bien, si el precio es menor, la demanda es mayor”. Como sea, el mercado siempre sabe cuánto es lo que se debe producir y a qué precio.

Bajo esta lógica, el mercado es capaz de procesar eficientemente toda información sobre las necesidades económicas de la sociedad. De modo que, si la producción de carne en un mercado está limitada a cierta cantidad, no será el carnicero quien decida el precio de venta final, sino la libre concurrencia de demandantes, quienes ofrecerán el precio que están dispuestos a pagar de acuerdo con la utilidad que les aporte llevar un trozo de carne a sus mesas para la comida del día. Si Eugenia, por ejemplo, considera que hoy puede prescindir de la carne, ofrecerá un precio más bajo respecto al que pueda ofrecer Augusto, quien no habiendo probado trozo de res en los últimos días estará dispuesto a pagar un precio más alto. El precio en este mercado de carne se establecerá, según la lección básica de economía de mercado, en un punto medio de equilibrio entre la indiferencia de Eugenia y la premura de Augusto. Lográndose de manera automática y eficiente la distribución de recursos como si se tratará de una subasta, siempre encontrando el mejor precio y el mejor postor. Un modelo teórico ideal, formalmente lógico y coherente, pero no por ello real.

La lección es sencilla y fácil de seguir, ya sea que se trate de la compra-venta de alimentos, gasolina o productos financieros, si toda relación económica encuentra la mejor solución en el libre mercado, habrá que “dejar ser” al mercado, que operará de manera óptima sin la necesidad de intervención alguna, incluida aquí por supuesto, sin la intervención del gobierno.

Sin embargo, el modelo teórico olvida que los mercados lejos de la abstracción no operan en equilibrio y tampoco asignan eficientemente los recursos. Sería ilusorio pensar que todos sin distinción poseemos el ingreso suficiente para llevar carne a nuestras mesas siempre que lo queramos, o que el carnicero de mi cuadra no compite con grandes cadenas de supermercados que pueden influir en el precio de la res para asar. La disputa por la ganancia siempre conducirá, como lo demuestra la historia, a la constitución de mercados ineficientes bajo estructuras monopólicas y/u oligopólicas. Por lo que valdría la pena dejar a un lado el afán determinista y aleccionador de la economía de libre mercado y en su lugar comenzar el diálogo con otras ciencias sociales que nos ayuden a mejorar el entendimiento de “lo económico” de nuestra realidad. Tal vez así, los futuros economistas dejarían de difundir la idea de que el mejor desempeño económico lo logra la lógica del mercado, como si ésta fuese una lección de cocina que, siguiéndola al pie de la letra, nos llevaría a conseguir el platillo más espléndido.

Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. […] Esta carne tiene una dureza y una consistencia que no caracterizan a las reses. Ha de ser de mamut. De esos que se han conservado, desde la prehistoria en los hielos de Siberia […]

Lección de Cocina. Rosario Castellanos (1971)


Es común que cuando se habla de hechos económicos éstos se atribuyan al todopoderoso designio del mercado. Si el precio del petróleo sube o baja, o si el valor del peso mexicano se aprecia o deprecia respecto al dólar, según los más “sabios economistas”, es por obra de una entidad metafísica o cuasi divina: el Mercado. Y lo que determina el mercado no lo modifica el hombre. Lección número uno para todo economista. Pero ¿realmente es el mercado una fuerza de índole natural que opera libre y eficientemente lejos de la interacción humana? Permítame ser enfático al respecto y decir que la respuesta rotunda es No.

Ningún hecho económico es producto de una naturaleza que actúa de forma independiente a la sociedad. Cuando el nivel de empleo sube o baja, no se trata de un fenómeno natural como cuando el sol se oculta y viene la noche, hechos que suceden al margen de la acción humana. Por el contrario, cuando un hecho económico ocurre siempre está asociado a las acciones de un conjunto de sujetos sociales interactuando entre sí. De manera que todo suceso económico es al mismo tiempo un hecho social, atravesado por dimensiones históricas, políticas y culturales; inherentes, ahí sí, a nuestra naturaleza humana.

Pero vayamos por partes. La economía como disciplina académica, como ese conjunto de lecciones que todo economista debe conocer, surge en el siglo XIX con la segmentación del conocimiento en campos de estudio, justo a la par en que las universidades se consolidan como centros “productores de conocimiento”. Las nuevas disciplinas científicas -entre estas no sólo la economía sino también la sociología y la ciencia política, entre otras- recibieron el mandato de ofrecer explicaciones que revelaran las más íntimas reglas que gobiernan sobre la naturaleza y el universo con el fin de esclarecer leyes universales. Fue en ese momento cuando la economía, fiel al método positivista tomado de la física newtoniana para la producción de conocimiento, se sacude el aspecto socio-político de su análisis para centrase en la formalización lógico-matemática de los fenómenos económicos. Una metodología que conduciría a establecer al mercado y todo lo que sucede en éste como guiado por leyes naturales. Leyes que, al igual que en los campos de conocimiento de las llamadas ciencias naturales, fuesen capaces de trascender en el tiempo y el espacio para ofrecernos verdades universales, tal como lo hicieron la ley de gravedad universal de Newton o la ley de la selección natural de Darwin.

Desde entonces, las lecciones más convencionales de economía han observado un desarrollo casi autárquico respecto a otras disciplinas sociales, llevando el análisis de “lo económico” al terreno de las decisiones individuales y cuantificables de sujetos ahistóricos y supuestamente racionales que buscan satisfacer sus necesidades en el mercado consumiendo/demandando aquello que les proporciona una mayor utilidad. Un principio teórico que pasaría a la historia como Ley de oferta y de demanda y que se asentaría en el pensamiento de la mayoría de los economistas como trasfondo de todo su análisis: “Si el precio de un bien o servicio sube, su demanda baja, o bien, si el precio es menor, la demanda es mayor”. Como sea, el mercado siempre sabe cuánto es lo que se debe producir y a qué precio.

Bajo esta lógica, el mercado es capaz de procesar eficientemente toda información sobre las necesidades económicas de la sociedad. De modo que, si la producción de carne en un mercado está limitada a cierta cantidad, no será el carnicero quien decida el precio de venta final, sino la libre concurrencia de demandantes, quienes ofrecerán el precio que están dispuestos a pagar de acuerdo con la utilidad que les aporte llevar un trozo de carne a sus mesas para la comida del día. Si Eugenia, por ejemplo, considera que hoy puede prescindir de la carne, ofrecerá un precio más bajo respecto al que pueda ofrecer Augusto, quien no habiendo probado trozo de res en los últimos días estará dispuesto a pagar un precio más alto. El precio en este mercado de carne se establecerá, según la lección básica de economía de mercado, en un punto medio de equilibrio entre la indiferencia de Eugenia y la premura de Augusto. Lográndose de manera automática y eficiente la distribución de recursos como si se tratará de una subasta, siempre encontrando el mejor precio y el mejor postor. Un modelo teórico ideal, formalmente lógico y coherente, pero no por ello real.

La lección es sencilla y fácil de seguir, ya sea que se trate de la compra-venta de alimentos, gasolina o productos financieros, si toda relación económica encuentra la mejor solución en el libre mercado, habrá que “dejar ser” al mercado, que operará de manera óptima sin la necesidad de intervención alguna, incluida aquí por supuesto, sin la intervención del gobierno.

Sin embargo, el modelo teórico olvida que los mercados lejos de la abstracción no operan en equilibrio y tampoco asignan eficientemente los recursos. Sería ilusorio pensar que todos sin distinción poseemos el ingreso suficiente para llevar carne a nuestras mesas siempre que lo queramos, o que el carnicero de mi cuadra no compite con grandes cadenas de supermercados que pueden influir en el precio de la res para asar. La disputa por la ganancia siempre conducirá, como lo demuestra la historia, a la constitución de mercados ineficientes bajo estructuras monopólicas y/u oligopólicas. Por lo que valdría la pena dejar a un lado el afán determinista y aleccionador de la economía de libre mercado y en su lugar comenzar el diálogo con otras ciencias sociales que nos ayuden a mejorar el entendimiento de “lo económico” de nuestra realidad. Tal vez así, los futuros economistas dejarían de difundir la idea de que el mejor desempeño económico lo logra la lógica del mercado, como si ésta fuese una lección de cocina que, siguiéndola al pie de la letra, nos llevaría a conseguir el platillo más espléndido.

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