/ lunes 2 de julio de 2018

Letras y mariposa en negro: imaginación semántica

La tinta de este libro es negra, igual que las mariposas que rondan mi casa. Su vuelo no augura nada, ni siquiera su suciedad (como imaginan los japoneses: creen que esa suciedad les va a traer buena suerte). No es tampoco la black witch, la bruja negra de los ingleses transformada en mariposa para aterrar en noches de fantasmas y seres espeluznantes.

La mariposa es negra —simplemente— porque sus alas son noche, porque en ellas hay tinta escrituraria que llega hasta los ojos del lector, desde lo más profundo de la oscuridad del Universo. Y cuando se lee la noche en sus alas empieza un parpadeo poiético, es decir, creador: el proceso lector ha iniciado.

Las palabras también parpadean. Lo hacen en unísono, desde una idea primigenia que hace extender sus alas. Pero todo esto no es más que imaginación, metamorfosis austral. Vigilia tenue. Por eso el vuelo de la mariposa permite imaginar todo, incluso algún augurio furtivo (bueno o malo).

Las palabras en negro se vuelven remolino que asciende. Sensación que deconstruye hasta la más mínima posibilidad de cerrar la puerta del texto que abrió el lector. Mariposa negra | negra Mariposa | vuelo — altura — lejanía: ojos que se van. Cualquier cosa que permita echar a volar las palabras desde el papel.

En ese sentido es que negro + negro es = a la claridad. La tachadura no siempre es para anular o corregir algún error [errante in situ]. Y es que la claridad surge de la oscuridad, de lo impreciso, de lo que puede ser, de lo que tal vez se imaginó. Ya en la Europa medieval se decía: “orietur in tenebris” (la luz nacerá de las tinieblas). ¿Y qué otra cosa podrían ser las letras como grafía, sino tinieblas de las que nacerá la imaginación que es —al final— claridad obnubilada? Moldes escriturísticos simples, que ocultan en sus entrañas formas de conjurar la realidad. El Aleph | א | profundo se hizo alpha | α | extensa… y nació el ser como razón de sí mismo [ratio | sum]. Misterio que Borges —lector profundo del Zohar— decantó más de una vez en la inmensidad de sus cuentos.

Y es que el lector es también escritor de sí mismo: taumaturgo no siempre in-errante. Cuando lee las palabras —alas de mariposa— las llena de vida: les insufla su propia existencia, las vuelve a su imagen y su semejanza. Así nació el Golem, Frankenstein, Pinocho… todos esos seres que reproducen la idea de creación fallida: limita a las palabras al dotarlas de vida. Porque la medida es su propia lectura, su propia aprehensión. La realidad es circunstancial a la posibilidad de ser «ser». ¡Ay, Protágoras ya lo intuía!

De ahí que para los mexicas la mariposa negra haya simbolizado una forma de ser y estar: micpapalotl (mariposa de la muerte); al mismo tiempo que un lugar infinito: mictlanpapalotl (mariposa del país de los muertos); y una sensación proterva: tetzahupapalotl (mariposa del espanto); inclusive una consecuencia: miquipapalotl (mariposa de mala suerte). Sin embargo, en los cuatro casos: 1) forma de ser y estar, 2) lugar infinito, 3) sensación y 4) consecuencia, se resume —de alguna manera— el hilo de las Moiras (Μοίραι), las ʻrepartidorasʼ, seres fantásticos que personificaban el destino: parte o porción de vida que le tocaba a los seres humanos.

Así, Cloto (Κλωθώ) hilaba la hebra de la vida en una rueca (los romanos le decían Nona y la identificaban con el último mes de gestación de las mujeres, cuando están a punto de dar a luz). Láquesis (Λάχεσις), por su parte, era la que echaba a suertes, lo hacía al medir con su vara la longitud del hilo, esa sería la longitud de la vida (los romanos la llamaban Décima). Por último Átropos (Ἄτροπος), la que no se podía evitar, la que hacía que no girara o se modificara el destino: fatalidad era su última palabra. Su tarea era asegurarse de que el destino de los hombres fuera el que había dispuesto el hilo que los simbolizaba. Por ello cortaba con unas tijeras el límite de la existencia humana (los romanos la llamaban Moira, es decir, muerte).

Todo esto sintetiza la lectura: lectura que es alas de tinta [mariposa] negra (Cloto), suerte o destino de la lectura (Láquesis), y —por último— imposibilidad de escapar a la imagen y semejanza del lector (Átropos): el que con su lectura midió su destino.

La mariposa sigue volando en el papel, se mueve en forma horizontal: de izquierda a derecha πεταλούδα (petaloúda); de derecha a izquierda פרפר

(parpa´r). Así, del casi pétalo griego va hasta el casi parpadeo hebreo. Sólo el latín la convirtió en ser de noche: mariposa nocturna: papilio; es decir, no era ya la tinta negra, sino la lectura que habita las alas oscuras de la imaginación; aunque fuera a través de la calavera en su dorso. Rostro descarnado que recuerda lo efímero que puede ser a veces la lectura.

Sin embargo, hay que reconocerlo, la efimeridad es cuestión de enfoques. Puede decirse —a partir de ello—, que un instante engloba un infinito (sin límite de tiempo), incluso una eternidad (ausencia de tiempo). Suspensión lectora que inunda cualquier reflejo falso de la gramática creadora de la mariposa negra.

Al final, las letras-mariposa seguirán en negro: formas contradictorias de imaginación que seguirán deambulando como sensaciones inacabadas en la lectura. Semanticidad arrojada a cualquier gramatología derridiana. El fragmento puede seguir insuflando el texto: el lector sabe que hasta el más pequeño aleteo de la mariposa que lee puede ser la causa de un caos en su existencia-lectora : mariposa | alas | vuelo | mirada | imagen | sensación | imagen | mirada | vuelo | alas | mariposa. ¡Implosión!


La tinta de este libro es negra, igual que las mariposas que rondan mi casa. Su vuelo no augura nada, ni siquiera su suciedad (como imaginan los japoneses: creen que esa suciedad les va a traer buena suerte). No es tampoco la black witch, la bruja negra de los ingleses transformada en mariposa para aterrar en noches de fantasmas y seres espeluznantes.

La mariposa es negra —simplemente— porque sus alas son noche, porque en ellas hay tinta escrituraria que llega hasta los ojos del lector, desde lo más profundo de la oscuridad del Universo. Y cuando se lee la noche en sus alas empieza un parpadeo poiético, es decir, creador: el proceso lector ha iniciado.

Las palabras también parpadean. Lo hacen en unísono, desde una idea primigenia que hace extender sus alas. Pero todo esto no es más que imaginación, metamorfosis austral. Vigilia tenue. Por eso el vuelo de la mariposa permite imaginar todo, incluso algún augurio furtivo (bueno o malo).

Las palabras en negro se vuelven remolino que asciende. Sensación que deconstruye hasta la más mínima posibilidad de cerrar la puerta del texto que abrió el lector. Mariposa negra | negra Mariposa | vuelo — altura — lejanía: ojos que se van. Cualquier cosa que permita echar a volar las palabras desde el papel.

En ese sentido es que negro + negro es = a la claridad. La tachadura no siempre es para anular o corregir algún error [errante in situ]. Y es que la claridad surge de la oscuridad, de lo impreciso, de lo que puede ser, de lo que tal vez se imaginó. Ya en la Europa medieval se decía: “orietur in tenebris” (la luz nacerá de las tinieblas). ¿Y qué otra cosa podrían ser las letras como grafía, sino tinieblas de las que nacerá la imaginación que es —al final— claridad obnubilada? Moldes escriturísticos simples, que ocultan en sus entrañas formas de conjurar la realidad. El Aleph | א | profundo se hizo alpha | α | extensa… y nació el ser como razón de sí mismo [ratio | sum]. Misterio que Borges —lector profundo del Zohar— decantó más de una vez en la inmensidad de sus cuentos.

Y es que el lector es también escritor de sí mismo: taumaturgo no siempre in-errante. Cuando lee las palabras —alas de mariposa— las llena de vida: les insufla su propia existencia, las vuelve a su imagen y su semejanza. Así nació el Golem, Frankenstein, Pinocho… todos esos seres que reproducen la idea de creación fallida: limita a las palabras al dotarlas de vida. Porque la medida es su propia lectura, su propia aprehensión. La realidad es circunstancial a la posibilidad de ser «ser». ¡Ay, Protágoras ya lo intuía!

De ahí que para los mexicas la mariposa negra haya simbolizado una forma de ser y estar: micpapalotl (mariposa de la muerte); al mismo tiempo que un lugar infinito: mictlanpapalotl (mariposa del país de los muertos); y una sensación proterva: tetzahupapalotl (mariposa del espanto); inclusive una consecuencia: miquipapalotl (mariposa de mala suerte). Sin embargo, en los cuatro casos: 1) forma de ser y estar, 2) lugar infinito, 3) sensación y 4) consecuencia, se resume —de alguna manera— el hilo de las Moiras (Μοίραι), las ʻrepartidorasʼ, seres fantásticos que personificaban el destino: parte o porción de vida que le tocaba a los seres humanos.

Así, Cloto (Κλωθώ) hilaba la hebra de la vida en una rueca (los romanos le decían Nona y la identificaban con el último mes de gestación de las mujeres, cuando están a punto de dar a luz). Láquesis (Λάχεσις), por su parte, era la que echaba a suertes, lo hacía al medir con su vara la longitud del hilo, esa sería la longitud de la vida (los romanos la llamaban Décima). Por último Átropos (Ἄτροπος), la que no se podía evitar, la que hacía que no girara o se modificara el destino: fatalidad era su última palabra. Su tarea era asegurarse de que el destino de los hombres fuera el que había dispuesto el hilo que los simbolizaba. Por ello cortaba con unas tijeras el límite de la existencia humana (los romanos la llamaban Moira, es decir, muerte).

Todo esto sintetiza la lectura: lectura que es alas de tinta [mariposa] negra (Cloto), suerte o destino de la lectura (Láquesis), y —por último— imposibilidad de escapar a la imagen y semejanza del lector (Átropos): el que con su lectura midió su destino.

La mariposa sigue volando en el papel, se mueve en forma horizontal: de izquierda a derecha πεταλούδα (petaloúda); de derecha a izquierda פרפר

(parpa´r). Así, del casi pétalo griego va hasta el casi parpadeo hebreo. Sólo el latín la convirtió en ser de noche: mariposa nocturna: papilio; es decir, no era ya la tinta negra, sino la lectura que habita las alas oscuras de la imaginación; aunque fuera a través de la calavera en su dorso. Rostro descarnado que recuerda lo efímero que puede ser a veces la lectura.

Sin embargo, hay que reconocerlo, la efimeridad es cuestión de enfoques. Puede decirse —a partir de ello—, que un instante engloba un infinito (sin límite de tiempo), incluso una eternidad (ausencia de tiempo). Suspensión lectora que inunda cualquier reflejo falso de la gramática creadora de la mariposa negra.

Al final, las letras-mariposa seguirán en negro: formas contradictorias de imaginación que seguirán deambulando como sensaciones inacabadas en la lectura. Semanticidad arrojada a cualquier gramatología derridiana. El fragmento puede seguir insuflando el texto: el lector sabe que hasta el más pequeño aleteo de la mariposa que lee puede ser la causa de un caos en su existencia-lectora : mariposa | alas | vuelo | mirada | imagen | sensación | imagen | mirada | vuelo | alas | mariposa. ¡Implosión!


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