Concluyendo con el recorrido de las leyendas más impactantes en el estado de Querétaro, y para cerrar con broche de oro esta serie de relatos que han sido una joya entre las historias urbanas que han pasado de generación en generación entre las familias de arraigo en la ciudad, nos abocaremos a los hechos que sucedieron en el Templo de San Agustín, protagonista de un suceso desgarrador, que el libro de José Guadalupe Ramírez Álvarez, Leyendas de Querétaro lo titula “La Gárgola Suicida”.
Todo sucedió por ahí de 1745 cuando recién el Templo fue terminado de construir, frente al lugar existía una casona habitada por una familia acomodada, el matrimonio tenía una bella y jovencita hija que su gusto era desde su ventanal observar la imponente gárgola que yacía en las columnas de San Agustín, la cual pareciera la observaba. Día a día realizaba la misma rutina al levantarse, abrir el ventanal, observar la imponente estatua de piedra, rezar sus oraciones y continuar con sus deberes como bordar y sus lecciones escolares; en uno de tantos días rutinarios sus ojos se cruzaron con la mirada de un apuesto joven que la observaba diariamente. Enamorado de la belleza de la muchacha se decidió hablar con ella, pero la timidez de esta hacía que bajará la mirada, se cubriera con su fino pañuelo blanco y cerrará el ventanal. Así pasaron los días, hasta que el gallardo caballero le dijo, que no volvería a visitarla, pero que subiría hasta la gárgola y si ella no agitaba su pañuelo en señal de que su amor era correspondido, este se lanzaría al vacío por la desdicha de no contar con él.
Aterrada la joven cerró el ventanal y tras un tiempo sigilosamente observó que ya su pretendiente se encontraba sobre la gárgola, llena de angustia corrió a buscar su pañuelo. Entre los nervios de saber que su amado podía caer al vacío no logró encontrar aquel pedazo de tela que en esos momentos era crucial para su felicidad y la del arriesgado varón. De pronto se escuchó un golpe seco que le enchino toda la piel, un mal presentimiento recorrió su cuerpo. Al abrir la ventana se encontró con el fatídico suceso, la enorme gárgolas de cantera no pudo soportar el peso del joven, desprendiéndose y arrojando al enamorado al vacío.
Atónita y sin poder creerlo corrió hasta la calle donde ya se encontraba inerte el cuerpo del desdichado y encima de él pedazos de la estatua.
Enloquecida de dolor y sintiéndose profundamente culpable, la joven corrió hasta su habitación para llorar amargamente la muerte de quien tanto la amo.