/ jueves 24 de febrero de 2022

Atardecer entre pupilas

Voces del cuento

Vi el atardecer entre mis pupilas, las hojas de los árboles caían sobre mis mejillas formando gotas que resbalaron lentamente mientras dejaban huellas de sal y viento. Las nubes del paisaje taparon parte de la vista, sólo se apreciaban colores rojizos en el cielo. Entonces me llevé las manos a los ojos para masajearlos, quería estar segura de que lo que miraba no era producto de mi imaginación. Al alejar mis dedos y abrir mis ojos, vi algo que me dejó estupefacta: los colores que miraba hace unos instantes se habían convertido en negro, simplemente oscuridad.

¿Es que tan pronto se termina el atardecer?, pensé. Nunca creí que la noche fuera tan negra como la captaban mis ojos, me asusté, pero como pude, y tratando de no tropezar, me marché de aquel lugar, ¿para qué quedarme a mirar algo que es sólo oscuridad? Me gustaba usar mi mente para imaginar las cosas, es verdad, pero esta vez mi cerebro no podía trabajar entre tantas dudas y confusión. Sabía que lo mejor era irme.

Mientras me alejaba de aquel paisaje, partiendo rumbo hacia mi casa, noté otros colores en la dirección opuesta y, a pesar de mirarse borrosos y con cierta neblina, estaba feliz y con una gran sonrisa en mi rostro, pues éstos habían dejado de ser sólo negro para convertirse nuevamente en una gran variedad de colores. Nuevamente existía algo más que la oscuridad, y yo era capaz de captarlo con mis pupilas, lo cual me daba mucho gusto.

Sin perder el paso veloz que llevaba, me detuve a pensar lo siguiente: ¿y qué tal si mis ojos hubieran atrapado los colores, e incluso al mismo paisaje que miraba? Entonces recordé lo que me había sucedido al inicio: hace unas horas me encontraba viendo el atardecer, ¡un atardecer que formaba parte de mis propias pupilas!, pero eso no es todo, también había unas hojas de árboles que caían sobre mis mejillas en forma de gotas. Al parecer el paisaje formaba parte de mi ser, o bien, yo misma formaba parte de aquel paisaje. Sin duda, era una gran incógnita.

Me demoré pensando tanto que, sin darme cuenta, ya había llegado a mi casa, saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta. Mi madre estaba en la cocina, entré para saludarla y antes de recibir una respuesta, su mirada asustada ya me había respondido junto con la siguiente pregunta: ¿qué les pasó a tus ojos, hija? No supe si me aterraba más a mí o a ella el hecho de que mis ojos hayan cambiado de aspecto, pues por lo visto eso había sucedido.

No quise ocultarle nada, ¿para qué hacerlo? Estaba segura de que podía confiar en mi madre. Me dijo que iríamos al médico al día siguiente, aunque sinceramente yo no quería esperar hasta mañana para que me dieran algún medicamento, no me bastaba eso, pues en el fondo sabía que la respuesta a mi problema tenía que ver con miradas, tal vez palabras convertidas en imágenes, o quizá en colores confusos. Puede ser que la imaginación también tuviera qué ver, en fin, todo menos medicina.

Por tal motivo, le dije a mi madre que saldría un momento, mi pretexto fue querer tomar un poco de aire fresco. Ella me vio tan asustada que accedió de inmediato. Salí y me dirigí al lugar donde todo había comenzado. Caminé un largo tramo y al llegar seguía estando presente aquella oscuridad, y, supongo que mis ojos seguían teniendo. Fue entonces cuando me di cuenta que no encontraría una solución entre algo que no podía ver.

Regresé a mi casa, y al día siguiente la visita al médico fue inevitable, aunque claro, él tampoco me pudo dar una solución, su única respuesta fue que me haría algunos estudios pues parecía que tenía un problema serio, algo que nunca antes fue tratado por la medicina. Mi madre y yo salimos pensando que, si mi vista seguía igual, y sólo aquel lugar me producía oscuridad, entonces quizá la solución era alejarme de ahí. Después de todo, ahora sólo tenía unos ojos que eran distintos al resto.

Eso fue lo que había pensado hace tiempo, que sólo tenía unos ojos diferentes, pero en realidad otra cosa había sucedido en mí: cada vez que miraba fotografías o imágenes, éstas mostraban un brillo especial, era como si tuvieran vida, y claro, ¿cómo no transmitir vida entre aquellos colores del atardecer, y aquellos movimientos de las hojas cuando caen de los árboles?

Vi el atardecer entre mis pupilas, las hojas de los árboles caían sobre mis mejillas formando gotas que resbalaron lentamente mientras dejaban huellas de sal y viento. Las nubes del paisaje taparon parte de la vista, sólo se apreciaban colores rojizos en el cielo. Entonces me llevé las manos a los ojos para masajearlos, quería estar segura de que lo que miraba no era producto de mi imaginación. Al alejar mis dedos y abrir mis ojos, vi algo que me dejó estupefacta: los colores que miraba hace unos instantes se habían convertido en negro, simplemente oscuridad.

¿Es que tan pronto se termina el atardecer?, pensé. Nunca creí que la noche fuera tan negra como la captaban mis ojos, me asusté, pero como pude, y tratando de no tropezar, me marché de aquel lugar, ¿para qué quedarme a mirar algo que es sólo oscuridad? Me gustaba usar mi mente para imaginar las cosas, es verdad, pero esta vez mi cerebro no podía trabajar entre tantas dudas y confusión. Sabía que lo mejor era irme.

Mientras me alejaba de aquel paisaje, partiendo rumbo hacia mi casa, noté otros colores en la dirección opuesta y, a pesar de mirarse borrosos y con cierta neblina, estaba feliz y con una gran sonrisa en mi rostro, pues éstos habían dejado de ser sólo negro para convertirse nuevamente en una gran variedad de colores. Nuevamente existía algo más que la oscuridad, y yo era capaz de captarlo con mis pupilas, lo cual me daba mucho gusto.

Sin perder el paso veloz que llevaba, me detuve a pensar lo siguiente: ¿y qué tal si mis ojos hubieran atrapado los colores, e incluso al mismo paisaje que miraba? Entonces recordé lo que me había sucedido al inicio: hace unas horas me encontraba viendo el atardecer, ¡un atardecer que formaba parte de mis propias pupilas!, pero eso no es todo, también había unas hojas de árboles que caían sobre mis mejillas en forma de gotas. Al parecer el paisaje formaba parte de mi ser, o bien, yo misma formaba parte de aquel paisaje. Sin duda, era una gran incógnita.

Me demoré pensando tanto que, sin darme cuenta, ya había llegado a mi casa, saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta. Mi madre estaba en la cocina, entré para saludarla y antes de recibir una respuesta, su mirada asustada ya me había respondido junto con la siguiente pregunta: ¿qué les pasó a tus ojos, hija? No supe si me aterraba más a mí o a ella el hecho de que mis ojos hayan cambiado de aspecto, pues por lo visto eso había sucedido.

No quise ocultarle nada, ¿para qué hacerlo? Estaba segura de que podía confiar en mi madre. Me dijo que iríamos al médico al día siguiente, aunque sinceramente yo no quería esperar hasta mañana para que me dieran algún medicamento, no me bastaba eso, pues en el fondo sabía que la respuesta a mi problema tenía que ver con miradas, tal vez palabras convertidas en imágenes, o quizá en colores confusos. Puede ser que la imaginación también tuviera qué ver, en fin, todo menos medicina.

Por tal motivo, le dije a mi madre que saldría un momento, mi pretexto fue querer tomar un poco de aire fresco. Ella me vio tan asustada que accedió de inmediato. Salí y me dirigí al lugar donde todo había comenzado. Caminé un largo tramo y al llegar seguía estando presente aquella oscuridad, y, supongo que mis ojos seguían teniendo. Fue entonces cuando me di cuenta que no encontraría una solución entre algo que no podía ver.

Regresé a mi casa, y al día siguiente la visita al médico fue inevitable, aunque claro, él tampoco me pudo dar una solución, su única respuesta fue que me haría algunos estudios pues parecía que tenía un problema serio, algo que nunca antes fue tratado por la medicina. Mi madre y yo salimos pensando que, si mi vista seguía igual, y sólo aquel lugar me producía oscuridad, entonces quizá la solución era alejarme de ahí. Después de todo, ahora sólo tenía unos ojos que eran distintos al resto.

Eso fue lo que había pensado hace tiempo, que sólo tenía unos ojos diferentes, pero en realidad otra cosa había sucedido en mí: cada vez que miraba fotografías o imágenes, éstas mostraban un brillo especial, era como si tuvieran vida, y claro, ¿cómo no transmitir vida entre aquellos colores del atardecer, y aquellos movimientos de las hojas cuando caen de los árboles?

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