Pan favorito de Mía: mantecada de pistache, sin duda alguna, a veces seleccionaba todos los trozos de pistache para comerlos primero, y otras ocasiones, por el contrario, lo comía todo junto, dando pequeñas mordidas, con el deseo que no se terminara nunca, pues su sabor era indescriptible.
Antes de que cayera la noche, la niña pensó: ¿qué puede provocar un pan?, ¿qué es capaz de hacer? Le gustaba pensar que éste adquiría vida y llegaba a hacer cosas por voluntad propia, logrando, así, tener más funciones que simplemente alimentar estómagos. Pensó que la manera más adecuada de plasmar sus ideas era por medio de un dibujo.
Nunca se había demorado tanto en terminar uno, pero sabía que debía ser especial. Pintó una gran mantecada de pistache, de la cual se desprendían muchas migajas. La peculiaridad de este pan es que se trataba de un rey, y dicho puesto lo reflejaba su corona dorada y su cuerpo verde como el pistache. Tanto la mantecada, como las migajas, tenían la misma consistencia y sabor, y las pequeñas coronitas en cada migaja lo demostraba.
¡De verdad que me ha quedado bonito este dibujo! Seguramente este rey, si quisiera esparcir su sabor por todo el mundo, sería capaz de viajar y desplazarse en tal solo tres meses a lugares muy lejanos, como por ejemplo China, ¡qué digo meses!, seguramente días. O tal vez las migajas podrían caminar por su propia cuenta. Y es que claro, a este rey le encantaría visitar nuevos lugares para que lo conozcan y lo saboreen, pero, ¿qué pasaría si las personas piensan que su sabor es horrible y por ende lo rechazan?, ¿podría causar asco, miedo o enfermedad?
Estas preguntas le quedaron a Mía en su cabeza, las pensó una y otra vez, después recordó que tenía tarea de su escuela, así que antes de irse a dormir concluyó dicho trabajo. Luego pensó en los $27 pesos que le debía a su compañera. En fin, mañana podré verla para pagarle, dijo despreocupada antes de cerrar sus ojos y comenzar a soñar.
Mía despertó tarde. De un salto se levantó y corrió hasta el reloj del pasillo para ver si aún había posibilidad de llegar. Su madre se acercó a ella y le dijo: hoy es viernes 13, recuerda que no tienes clase porque hay puente hasta el lunes. Qué alivio, ahora tendré un largo fin de semana, pensó la niña. Entonces, sin sentir más preocupación, regresó a su cuarto.
Inevitablemente el día martes 17 de marzo de 2020 llegó, pero, para sorpresa de Mía, las clases no se reanudaron. La niña se enteró de la existencia del coronavirus, pues su madre le contó lo que había escuchado en noticieros. Al parecer se trataba de algo muy contagioso, le dijo que su origen había sido en China, y en tan sólo tres meses había llegado a México, su país. Le explicó que era nombrado coronavirus porque su cuerpo parecía tener pequeñas coronas. Mía se quedó paralizada: su boca calló y su cerebro gritó.
Así, ya va más de un año desde que Mía no ha pisado su salón de clases. Todos los días piensa en la situación que vive a nivel mundial, así como en aquel dibujo inocente que hizo en su habitación, preguntándose ¿qué es capaz de hacer mi pan de pistache, el pan-de-Mía?
Virus que entran, palabras que vuelan
No pienso utilizar un inicio para comenzar este texto, tampoco quiero describir al personaje, pues evidentemente todos conocen, o han oído hablar sobre el coronavirus: el principal actor que, con tan pequeño tamaño, ha sido capaz de paralizar masas gigantescas.
“Llegó para quedarse”, o al menos eso dicen muchas personas, pues ha cambiado la forma de vivir del mundo entero, tal como lo han hecho las voces que evocan palabras, ideas y expresiones del ser.
El ser humano es un cambio constante, modifica su físico, su intelecto, así como las palabras que guarda en su interior. ¿Por qué no habría de cambiar también las relaciones sociales, o su forma de ser dentro del contexto?
Los virus vuelan como las palabras, palabras que salen del hombre y virus que entran. ¿Cuál es el fin?, ¿existe en esta realidad?
Amelia soltó el lápiz, cerró el cuaderno mientras tomaba la mano de su hermano, que, con un respiro, liberó las últimas palabras de su ser. Quizá ese es el final, o bien, el inicio de algo mejor. –pensó–. Después de todo, ahora es un número más de las estadísticas.