/ viernes 5 de noviembre de 2021

Del leitmotiv de Richard Wagner a la difusidad del ensayo

Literatura y filosofía

Richard Wagner acuñó la palabra leitmotiv para referir el tema musical recurrente en una obra sinfónica, sobre todo en las de gran extensión. Piénsese en la tetralogía El oro del Rin, la Valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. Esto dio pie para que el término se usara como ‘motivo conductor’ en obras literarias y cinematográficas. Su uso se volvió —incluso— tópico para hablar del punto central que da pie a un ensayo. En este sentido, hay que considerar que el término ‘ensayo’ significa ‘lo que sale de dentro’, ya que proviene del latín exagium: ex (sacar lo de adentro) y agere (verbo hacer). Así, el leitmotiv del ensayo es lo que sale de dentro del ensayista, es decir, lo que dio origen a su obra.

Pero la obra es, al final de cuentas, el resultado de la separación de lo que quiere decir el autor de lo que le es contingente. Para ello necesita de la crítica. Este término proviene del latín criticus y éste del griego κριτικός (kritikós) que significa ‘capaz de discernir’. Para su mejor comprensión, considérese que proviene del verbo griego κρίνειν (krínein) que significa separar. Su origen más remoto es la raíz indoeuropea krei que significa ‘cribar’ y, por antonomasia, discriminar, distinguir. Piénsese en los cernidores o los actuales coladores: separan lo que se quiere utilizar con respecto de lo que no sirve. Así, la «crítica» quita la ʻpajaʼ de lo que se dice (echa abajo la parte que no es necesaria para la obra, para el ensayo, para el debate); después, con lo que se queda, se crea u opina de manera argumentada: se aporta algo a la obra o discusión; es decir, se toma postura sobre el tema en cuestión. En el caso de Wagner es claro que su aporte fue significativamente impetuoso.

Pero, ¿cómo llegar a la separación, a la crítica, al leitmotiv? Una forma de hacerlo es diferenciando el análisis de la reflexión. El primero (análisis) es un término compuesto: ἀνά (ana) que significa ‘en contra’ o ‘por encima de’, y λυσις (lisis), que significa conducto o disolución. Así, en vez de que se vea la obra como una totalidad cerrada, se le comprende a partir de observar sus partes, sin embargo, éstas no tienen sentido si se les disocia de la totalidad. De ello se colige que el leitmotiv está en toda la obra, pero de una forma fragmentada, respondiendo a las necesidades de la parte. En suma: aunque la atención está en el objeto (al observar al objeto, todo análisis es objetivo), aun así, lo objetivo responde a las necesidades subjetivas de la obra (como en la tetralogía antes referida de en Wagner).

A diferencia del análisis, la reflexión es subjetiva. Esto se debe a que el término ‘reflexión’ proviene del latín reflectus, término compuesto de re (volver a) y flexión, acción de doblar, curvar (ver desde diferentes enfoques / curvar la mirada, el enfoque). Así, la atención está en el sujeto que ve al objeto, es decir, en el autor de la obra. Esto permite comprender que no basta con atender de manera objetiva a la obra, ya que ello eliminaría la posibilidad de el acto creador del autor. Esto —por supuesto— es un sinsentido, pues el hecho mismo de la apreciación (o aprehensión) de la obra implica ya, de suyo, un acto creador: el lector u observador que crea al asir al objeto y darle un sentido artístico o, incluso, estético. De todo esto se colige que lo sensual tiende a la percepción material, mientras que lo racional se basa en la lógica (estructura mental). Y la obra se basa en las dos. Hay —digamos— un cruce de vasos comunicantes que dan sentido y forma (esencia) a la obra.

Para ello es necesario que el autor esté consciente de que está creando o tomando una postura crítica: que está haciendo una <tesis>, una propuesta. Una forma de hacerlo es considerar el origen de este término. Tesis proviene de Theos (Θεός) dios, del que se deriva Tehorós (Θεωρός) espectador, quien consulta al oráculo, y, como consecuencia, Tehoreo (Θεωρέω) yo veo; es decir, que se tiene una Thea (Θέα) visión; esto da sentido al verbo ‘horao’ (ὁράω), es decir, ‘yo veo’. Y es que al hacer una tesis se crea una Teoría (Θεωρία), es decir, se sigue el camino de los dioses, la especulación. Al respecto, considérese la leyenda de Prometeo: le robó el fuego a los dioses y se lo llevó a los hombres, a quienes enseñó a leer y escribir, entre otras cosas, así, el ser humano dejó de ser un animal para convertirse en un ser capaz de afirmar de crear. De ahí que quien hace una tesis es porque tiene la capacidad de afirmar (de estar firme), como los dioses.

Sin embargo, la afirmación se ha vuelto un subjetivismo que se encierra en la expresión del autor, sin tomar en cuenta nada más. Esto, que podría parecer un acto de plena libertad, se vuelve un ensimismamiento que rompe la posibilidad de la crítica en el acto creador, ya que el leitmotiv no se reduce a una implosión de creatividad. De ahí que muchas tesis (ensayos y obras artísticas) que insisten en dicho ensimismamiento no sean más que expresiones racionales ‘de creencias’, ‘afectivas’, ‘convencionales’ y hasta ‘instrumentales’ (véase Max Weber). En ese sentido, cabría inquirir por la reflexión (necesidad de diversos enfoques) desde una inflexión epistémica (el requiebro), para una nueva epistemología ontológica (¿o una ontología epistemológica?) que dé cuenta de que no se trata solamente de un sentido racional-lógico (ya sea desde una lógica binaria o una polivalente), sino también —y no en menor medida— de un sentido racional-sensual. Pero no sólo uno de ellos (o sensual o racional).

Después de todo, el leitmotiv de Wagner ha mutado en un hilo conductor parecido al de Ariadna: existen (existimos) diversos Teseos que buscan su propia voz creadora: ya Wagner lo dijo en la última parte de la tetralogía: la casa de los dioses ha caído, ahora es tiempo de que el hombre busque su propio leitmotiv; sin embargo, como diría el filósofo Martin Buber: “Toda verdadera civilización debe tener su horizonte no en la tierra, sino en el cielo —más allá de lo humano— para que el hombre se humanice”. ¿Fue esto, o algo parecido, lo que consideró Richard Wagner para su gran obra (tetralogía) de alrededor de catorce horas? Y más aún: ¿cuál es el leitmotiv que da sentido a la idea de ensayo en la actualidad? Habrá que considerar al respecto —me parece— el leitmotiv de Wagner.

Richard Wagner acuñó la palabra leitmotiv para referir el tema musical recurrente en una obra sinfónica, sobre todo en las de gran extensión. Piénsese en la tetralogía El oro del Rin, la Valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. Esto dio pie para que el término se usara como ‘motivo conductor’ en obras literarias y cinematográficas. Su uso se volvió —incluso— tópico para hablar del punto central que da pie a un ensayo. En este sentido, hay que considerar que el término ‘ensayo’ significa ‘lo que sale de dentro’, ya que proviene del latín exagium: ex (sacar lo de adentro) y agere (verbo hacer). Así, el leitmotiv del ensayo es lo que sale de dentro del ensayista, es decir, lo que dio origen a su obra.

Pero la obra es, al final de cuentas, el resultado de la separación de lo que quiere decir el autor de lo que le es contingente. Para ello necesita de la crítica. Este término proviene del latín criticus y éste del griego κριτικός (kritikós) que significa ‘capaz de discernir’. Para su mejor comprensión, considérese que proviene del verbo griego κρίνειν (krínein) que significa separar. Su origen más remoto es la raíz indoeuropea krei que significa ‘cribar’ y, por antonomasia, discriminar, distinguir. Piénsese en los cernidores o los actuales coladores: separan lo que se quiere utilizar con respecto de lo que no sirve. Así, la «crítica» quita la ʻpajaʼ de lo que se dice (echa abajo la parte que no es necesaria para la obra, para el ensayo, para el debate); después, con lo que se queda, se crea u opina de manera argumentada: se aporta algo a la obra o discusión; es decir, se toma postura sobre el tema en cuestión. En el caso de Wagner es claro que su aporte fue significativamente impetuoso.

Pero, ¿cómo llegar a la separación, a la crítica, al leitmotiv? Una forma de hacerlo es diferenciando el análisis de la reflexión. El primero (análisis) es un término compuesto: ἀνά (ana) que significa ‘en contra’ o ‘por encima de’, y λυσις (lisis), que significa conducto o disolución. Así, en vez de que se vea la obra como una totalidad cerrada, se le comprende a partir de observar sus partes, sin embargo, éstas no tienen sentido si se les disocia de la totalidad. De ello se colige que el leitmotiv está en toda la obra, pero de una forma fragmentada, respondiendo a las necesidades de la parte. En suma: aunque la atención está en el objeto (al observar al objeto, todo análisis es objetivo), aun así, lo objetivo responde a las necesidades subjetivas de la obra (como en la tetralogía antes referida de en Wagner).

A diferencia del análisis, la reflexión es subjetiva. Esto se debe a que el término ‘reflexión’ proviene del latín reflectus, término compuesto de re (volver a) y flexión, acción de doblar, curvar (ver desde diferentes enfoques / curvar la mirada, el enfoque). Así, la atención está en el sujeto que ve al objeto, es decir, en el autor de la obra. Esto permite comprender que no basta con atender de manera objetiva a la obra, ya que ello eliminaría la posibilidad de el acto creador del autor. Esto —por supuesto— es un sinsentido, pues el hecho mismo de la apreciación (o aprehensión) de la obra implica ya, de suyo, un acto creador: el lector u observador que crea al asir al objeto y darle un sentido artístico o, incluso, estético. De todo esto se colige que lo sensual tiende a la percepción material, mientras que lo racional se basa en la lógica (estructura mental). Y la obra se basa en las dos. Hay —digamos— un cruce de vasos comunicantes que dan sentido y forma (esencia) a la obra.

Para ello es necesario que el autor esté consciente de que está creando o tomando una postura crítica: que está haciendo una <tesis>, una propuesta. Una forma de hacerlo es considerar el origen de este término. Tesis proviene de Theos (Θεός) dios, del que se deriva Tehorós (Θεωρός) espectador, quien consulta al oráculo, y, como consecuencia, Tehoreo (Θεωρέω) yo veo; es decir, que se tiene una Thea (Θέα) visión; esto da sentido al verbo ‘horao’ (ὁράω), es decir, ‘yo veo’. Y es que al hacer una tesis se crea una Teoría (Θεωρία), es decir, se sigue el camino de los dioses, la especulación. Al respecto, considérese la leyenda de Prometeo: le robó el fuego a los dioses y se lo llevó a los hombres, a quienes enseñó a leer y escribir, entre otras cosas, así, el ser humano dejó de ser un animal para convertirse en un ser capaz de afirmar de crear. De ahí que quien hace una tesis es porque tiene la capacidad de afirmar (de estar firme), como los dioses.

Sin embargo, la afirmación se ha vuelto un subjetivismo que se encierra en la expresión del autor, sin tomar en cuenta nada más. Esto, que podría parecer un acto de plena libertad, se vuelve un ensimismamiento que rompe la posibilidad de la crítica en el acto creador, ya que el leitmotiv no se reduce a una implosión de creatividad. De ahí que muchas tesis (ensayos y obras artísticas) que insisten en dicho ensimismamiento no sean más que expresiones racionales ‘de creencias’, ‘afectivas’, ‘convencionales’ y hasta ‘instrumentales’ (véase Max Weber). En ese sentido, cabría inquirir por la reflexión (necesidad de diversos enfoques) desde una inflexión epistémica (el requiebro), para una nueva epistemología ontológica (¿o una ontología epistemológica?) que dé cuenta de que no se trata solamente de un sentido racional-lógico (ya sea desde una lógica binaria o una polivalente), sino también —y no en menor medida— de un sentido racional-sensual. Pero no sólo uno de ellos (o sensual o racional).

Después de todo, el leitmotiv de Wagner ha mutado en un hilo conductor parecido al de Ariadna: existen (existimos) diversos Teseos que buscan su propia voz creadora: ya Wagner lo dijo en la última parte de la tetralogía: la casa de los dioses ha caído, ahora es tiempo de que el hombre busque su propio leitmotiv; sin embargo, como diría el filósofo Martin Buber: “Toda verdadera civilización debe tener su horizonte no en la tierra, sino en el cielo —más allá de lo humano— para que el hombre se humanice”. ¿Fue esto, o algo parecido, lo que consideró Richard Wagner para su gran obra (tetralogía) de alrededor de catorce horas? Y más aún: ¿cuál es el leitmotiv que da sentido a la idea de ensayo en la actualidad? Habrá que considerar al respecto —me parece— el leitmotiv de Wagner.

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