/ viernes 21 de enero de 2022

Del punto como inicio, al silencio que es inmenso

Literatura y Filosofía

Empezamos un nuevo año. Punto y aparte. O mejor: punto y seguido. Pausa para reemprender el camino. Coma para extender el paso. Punto y coma para un asombro mayor, quizá infinito. Dos puntos para continuar un existenciario difuso (Heidegger una vez más). Alto, continuar. Alto, continuar. Sucesión interminable de pausas y recovecos que inquieren seguir en la brega (Heráclito sabe de estas cosas).

La realidad decanta entre pisos y escaleras que no cesan de aparecer. Hoy, a principios de enero, el llano, el horizonte, una planicie en la que se puede soñar el galope; mañana, a medio año, no sé, tal vez la montaña, el río, el descenso…

Lo que subyace es, en todo caso, la mirada que, inquieta, intenta posicionarse de la lejanía. Allá está la realidad que se mira desde esta lejanía, que es cercanía. El límite es difuso, se confunde entre mirar y ser; o bien, el ser es un constante mirar y mirar-se.

El año insiste, está aquí. En medio de la pandemia, realidad que nos modificó, además de las palabras, los silencios. Su ser es infinito, al menos por ahora. Igual que nosotros, que podemos extendernos hasta los demás, o hasta nosotros mismos. Todo depende de la mirada. ¿Hasta dónde vemos lo que vemos? ¿Hasta qué punto somos nosotros quienes miramos, y no nuestros convencionalismos? Alto, silencio, continuar, voz, mirar, ser…

Albert Camus murió el 4 de enero de 1960, al inicio de un año. Su final es el inicio de 1960, igual que para muchos este inicio ha sido un final. La realidad se desenvuelve, se va, deslizándose entre las llanuras de los recuerdos.

Hoy sé que los años no son sólo años: son aves de rapiña que esperan a comerse hasta el último gramo de nuestras carnes festivas. Los días vuelan sobre nosotros, planeando el ataque, la caída, la sorpresa. Y no nos damos cuenta. Quién se puede dar cuenta cundo cree que todo se reduce a un inicio: enero de 2022, principio de algo, cualquier cosa, el caso es que sea un inicio.

De verdades y silencios están llenos los días. Cada hora es un insecto que carcome la silla en la que estamos sentados cómodamente. Cada instante es un infinito que no avanza: la repetición sin final no es infinito sino imposibilidad de avanzar hacia el infinito.

La mirada sigue su curso; los pasos la siguen, las ganas no, a veces se quedan en el nido. No todo lo que se mueve se va, ni todo lo que está quieto se queda. La apariencia es cotidiana, tanto, que la confundimos con la realidad. Ser y no-ser a principio de año, intentando seguir siendo después de seis o siete meses.

Desde la oscuridad del inicio, sólo se ve la claridad del umbral. Se ve la distancia, o más aún: se imagina. Es la imaginación la que camina, la que avanza, cuando se está al inicio. Así, las huellas dejan sus propias huellas antes de iniciar. El inicio del año se puebla de sus propias huellas, de sus fantasmas, de sus palabras aladas.

Hay puntos difusos que se vuelven un solo punto. Punto que —a su vez— se proyecta hacia una montaña inmensa: roca de voz, de voces de monolito. La realidad inicia con pasos inmensos, esperanzas que hacen voz en las hendiduras del silencio. Por eso, del punto al silencio todo es inmenso. Se mueven las arenas de los cielos, y las gotas que no hacen desiertos.

La palabra se acomoda, prepara sus pasos, está a punto de soltar sus ansias. La ruta es abierta, sin muros que la detengan. Todo puede suceder a principios de año. Las semillas están creciendo, los frutos pueden caer. ¿Quién los recogerá? Sólo pueden hacerlo quienes los ven y aprecian.

Hay verdades que nadie oye, y mentiras que todos maquillan. Susurros que deambulan en expresiones políticamente correctas. Los primeros días son ancilares de estas ideas. No se puede empezar con cambios tan bruscos, hay que seguir una impronta convencional, no importa que sea una quimera.

El año es lo que importa, el camino que hemos trazado con antelación. La idea de la idea, la verdad que hemos impuesto, el silencio que hemos maquillado. Hemos domesticado a la realidad, la hemos llenado de nombres e ideas dóciles, aún y cuando su docilidad es ficticia; no importa otra cosa más que la seguridad de nuestros pasos. A quién le puede importar que estemos en medio de arenas movedizas, a la mitad de un abismo. Si se puede imaginar el año, con eso basta. Son suficientes la idea y la falsa seguridad.

Yo, mientras tanto, sigo aquí. Al inicio de este año. Inmóvil, esperando a que amanezca, porque la claridad de la luz no es suficiente. Las palabras requieren de otras luces, igual que los silencios: el inicio de un año siempre es motivo para hablar y guardar silencio. La seguridad de lo inesperado nos espera.

Empezamos un nuevo año. Punto y aparte. O mejor: punto y seguido. Pausa para reemprender el camino. Coma para extender el paso. Punto y coma para un asombro mayor, quizá infinito. Dos puntos para continuar un existenciario difuso (Heidegger una vez más). Alto, continuar. Alto, continuar. Sucesión interminable de pausas y recovecos que inquieren seguir en la brega (Heráclito sabe de estas cosas).

La realidad decanta entre pisos y escaleras que no cesan de aparecer. Hoy, a principios de enero, el llano, el horizonte, una planicie en la que se puede soñar el galope; mañana, a medio año, no sé, tal vez la montaña, el río, el descenso…

Lo que subyace es, en todo caso, la mirada que, inquieta, intenta posicionarse de la lejanía. Allá está la realidad que se mira desde esta lejanía, que es cercanía. El límite es difuso, se confunde entre mirar y ser; o bien, el ser es un constante mirar y mirar-se.

El año insiste, está aquí. En medio de la pandemia, realidad que nos modificó, además de las palabras, los silencios. Su ser es infinito, al menos por ahora. Igual que nosotros, que podemos extendernos hasta los demás, o hasta nosotros mismos. Todo depende de la mirada. ¿Hasta dónde vemos lo que vemos? ¿Hasta qué punto somos nosotros quienes miramos, y no nuestros convencionalismos? Alto, silencio, continuar, voz, mirar, ser…

Albert Camus murió el 4 de enero de 1960, al inicio de un año. Su final es el inicio de 1960, igual que para muchos este inicio ha sido un final. La realidad se desenvuelve, se va, deslizándose entre las llanuras de los recuerdos.

Hoy sé que los años no son sólo años: son aves de rapiña que esperan a comerse hasta el último gramo de nuestras carnes festivas. Los días vuelan sobre nosotros, planeando el ataque, la caída, la sorpresa. Y no nos damos cuenta. Quién se puede dar cuenta cundo cree que todo se reduce a un inicio: enero de 2022, principio de algo, cualquier cosa, el caso es que sea un inicio.

De verdades y silencios están llenos los días. Cada hora es un insecto que carcome la silla en la que estamos sentados cómodamente. Cada instante es un infinito que no avanza: la repetición sin final no es infinito sino imposibilidad de avanzar hacia el infinito.

La mirada sigue su curso; los pasos la siguen, las ganas no, a veces se quedan en el nido. No todo lo que se mueve se va, ni todo lo que está quieto se queda. La apariencia es cotidiana, tanto, que la confundimos con la realidad. Ser y no-ser a principio de año, intentando seguir siendo después de seis o siete meses.

Desde la oscuridad del inicio, sólo se ve la claridad del umbral. Se ve la distancia, o más aún: se imagina. Es la imaginación la que camina, la que avanza, cuando se está al inicio. Así, las huellas dejan sus propias huellas antes de iniciar. El inicio del año se puebla de sus propias huellas, de sus fantasmas, de sus palabras aladas.

Hay puntos difusos que se vuelven un solo punto. Punto que —a su vez— se proyecta hacia una montaña inmensa: roca de voz, de voces de monolito. La realidad inicia con pasos inmensos, esperanzas que hacen voz en las hendiduras del silencio. Por eso, del punto al silencio todo es inmenso. Se mueven las arenas de los cielos, y las gotas que no hacen desiertos.

La palabra se acomoda, prepara sus pasos, está a punto de soltar sus ansias. La ruta es abierta, sin muros que la detengan. Todo puede suceder a principios de año. Las semillas están creciendo, los frutos pueden caer. ¿Quién los recogerá? Sólo pueden hacerlo quienes los ven y aprecian.

Hay verdades que nadie oye, y mentiras que todos maquillan. Susurros que deambulan en expresiones políticamente correctas. Los primeros días son ancilares de estas ideas. No se puede empezar con cambios tan bruscos, hay que seguir una impronta convencional, no importa que sea una quimera.

El año es lo que importa, el camino que hemos trazado con antelación. La idea de la idea, la verdad que hemos impuesto, el silencio que hemos maquillado. Hemos domesticado a la realidad, la hemos llenado de nombres e ideas dóciles, aún y cuando su docilidad es ficticia; no importa otra cosa más que la seguridad de nuestros pasos. A quién le puede importar que estemos en medio de arenas movedizas, a la mitad de un abismo. Si se puede imaginar el año, con eso basta. Son suficientes la idea y la falsa seguridad.

Yo, mientras tanto, sigo aquí. Al inicio de este año. Inmóvil, esperando a que amanezca, porque la claridad de la luz no es suficiente. Las palabras requieren de otras luces, igual que los silencios: el inicio de un año siempre es motivo para hablar y guardar silencio. La seguridad de lo inesperado nos espera.

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