Los hombres sembrados son letras que conforman textos más allá de Tebas

Literatura y filosofía

José Martín Hurtado Galves

  · jueves 20 de diciembre de 2018

Los espartos [espartoi] fueron sembrados por Cadmo después de que venciera a la serpiente (también llamado dragón), hija de Ares, dios de la guerra. Sus nombres reflejan un sentido profundo en un sentido literal: Equión (ʻvíboraʼ), Udeo (ʻde la tierraʼ), Ctonio (ʻdel sueloʼ), Hiperénor (ʻel hombre que surgeʼ) y Peloro (ʻserpienteʼ). En ellos se esconde la intención de que en la tierra está el secreto de la sabiduría: la serpiente es sabia porque vive en las profundidades de la tierra; de ahí que fuera venerada por los griegos, piénsese —por ejemplo— en la que llevaba enroscada en su báculo Asclepio, dios de la medicina.

Pero la tierra no es sólo tierra negra o roja, también es página blanca en donde se siembran espartos para fundar más de una Tebas (ciudad fundada por Cadmo / aunque existen historias que dicen que su fundador fue Ógigo): tierra = página | siembra | imaginación | cosecha |.

En todo caso si el origen de la salida de su tierra natal de Cadmo fue ir en busca de su hermana Europa (raptada por Zeus, convertido en un toro blanco, que se la llevó al mar), la intención de fundar Tebas fue el resultado de lo que le dijo el oráculo: seguir a una vaca con lunas en los costados y fundar una ciudad en el lugar en donde la vaca se echara a descansar. En ese lugar fundó Cadmea, llamada posteriormente Tebas. Pero no trabajó solo: le ayudaron los espartos.

Igual que en Tebas, cuando se escribe, la página se llena de espartos. Entonces la serpiente sale de las entrañas (profundidad | imaginación) y se enrosca en el báculo que hiere la quietud de la inmensidad en blanco. Con su reptar constante aparecen ideas con cuerpo de ser y no ser. Fantasmas que deambulan entre líneas y márgenes que dan sentido a la obra escrituraria: ser es ser-siendo-al-escribir.

Después de la brega, viene la paz: la «armonía» llegó en forma de mujer: Harmonía, hija del incesto entre Ares y su hermana Afrodita, se unió con Cadmo (su etimología puede provenir de Cosmos, que significa ʻordenʼ). Este matrimonio simboliza la unión entre dioses y seres humanos, forma hipostática que permite comprender el sentido profundo de la escritura: a Cadmo, el de origen fenicio —el extranjero—, se le atribuyó la invención de la escritura. Ahora los hombres podían ser como los dioses. El silencio se podía encerrar en la palabra escrita que, al ser leída, recobraba la fuerza de la voz. La tierra había abierto sus entrañas a sus hijos. Humano, humus, tierra hecha de amor.

De ahí que la tierra sea habitada por la serpiente, igual que la página en blanco que abre sus entrañas a las letras: los nuevos espartos. Después de todo la realidad escrituraria tiene que ver con un origen divino; con el ansia de ser como los dioses, capaces de distinguir entre la verdad del silencio y la apariencia que hace la voz. Pero qué palabra no es también apariencia, y qué voz no es, al final, imagen que hurga silencios para soñar.

Cadmo imaginó una ciudad. Quien escribe no deja de pensar en la posibilidad de que el texto sea más que un montón de letras en frases ordenadas. La creación es rizomática, se extiende como las serpientes, entre la tierra de la página, entre el ser de quien escribe y el no-ser que cobra sentido en la obra que deja de ser papel.

Sólo la lectura hace germinar la semilla sembrada en esta tierra. Voz y germinación encierran una simbiosis continua. Así crece el fragmento, como la laguna de sangre que quedó después de que Cadmo matara a la serpiente. Vida y muerte, dejar de ser para que la obra se complete en quien lee. Si la realidad no es del todo real es tan sólo porque la lectura aún no ha terminado | leer | ser | ser para leer |.

De la introspección la posibilidad escriturística se hace realidad lectora. Ay, cuántas Tebas dejaron de ser Cadmea. Cuántas que modificaron su inicio, al contacto de la voz. Si la serpiente hubiera tomado otra ruta, quizá una que condujera hacia el abismo que desemboca en el mar. Pero no, siguió el mismo paso que horadaron sus antepasados (túneles seguros). La costumbre fue más fuerte. La curiosidad quedó atrás.

No es extraño —entonces— que Cadmo y Harmonía hubieran sido convertidos en serpientes al final de sus vidas. Él se convirtió en el mismo ser que le abrió las puertas de su destino; ella, por su parte, prefirió sufrir la muerte de su esposo, antes que quedar intacta (como quedan los dioses). Zeus decidió convertir a ambos en serpientes, tal vez porque sabía que en la tierra está el misterio de la vida: la muerte que nutre la tierra no es sino una forma de continuar con la vida.

Después de todo, al regresar a la tierra; es decir, al volver al papel, a la relectura, el ser-de-voz (lector) vuelve a ser Cadmo y su destino: seguir a otra vaca con lunas en los costados, seguirla hasta que se eche para fundar otra ciudad, otra Tebas. O dicho de otra manera: hasta que su voz sea capaz de formular su propia lectura. Reflexión que no es sino inflexión en ciernes constante. Así, al releer la ciudad, se descubre el mito; camino que lleva hasta la tierra de la que emergen serpientes y espartos: los hombres sembrados, las letras que conforman textos más allá de Tebas.