Luna, lunita  

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · jueves 12 de octubre de 2023

Figurilla de Ixchel, con conejo. Pieza arqueológica Isla de Jaina, Campeche. Foto: cortesía | @mediateca.inah


para Dunia y para Ixchel FTO


Fruto del amor, de ese gran amor, entre el sol y la luna es que vive su hija, la Tierra. Las diversas culturas que han existido en el mundo lo han sabido, y lo han representado a través de diversas leyendas. Es el mito el que da sentido a los saberes, es el mito el que organiza las ideas y las presenta, el que estructura los conocimientos más profundos. En la cultura maya, por ejemplo, su mitología ubica a Itzamná, como origen del sol, y a Ixchel como origen de la luna. Itzamná, el gran guerrero que se enamora perdidamente de Ixchel, pero ella es pretendida por otro, y debido a ello ambos se enfrentan en un duelo a muerte para ganar el amor que ya había sido dado a Itzamná. En ese duelo Itzamná es asesinado a traición, e Ixchel se suicida al no poder soportar la desgracia de tal pérdida. Luego, premiados por los dioses, debido al gran amor que se tuvieron y que fue injustamente interrumpido, Itzamná se convierte en el sol, e Ixchel en la luna, y de esa manera pueden volver a vivir su amor y convertirse en astros benéficos para el planeta Tierra.

Desafortunadamente, todas estas nutritivas leyendas son desconocidas para una inmensa mayoría sumida en la ignorancia y en la superficialidad. Aparte, ya casi nadie presta atención al cielo, no hay tiempo de levantar la vista y mirar las estrellas, mucho menos de conocerlo con mínima sapiencia para saber dónde está tal estrella. Quizá en algunos círculos sociales o científicos sí se acostumbre o necesite saber del cielo, pero para la mayoría éste pasa desapercibido, ya sea por apatía, ignorancia, porque está nublado, lleno de contaminación, esmog, o porque hay mucha prisa, estrés y pereza mental.

Mariposa. Ciudad de México, 1938. Fot. L. Bolland. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Sin embargo, si se toma uno algunos minutos para mirar al cielo, de día o de noche, se pueden tener vivencias extraordinarias que pueden ser el principio de muchas cosas buenas para el alma, el cuerpo y el conocimiento.

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Para escuchar el sonido del viento a través de las hojas y mirarte a ti, luna bella y radiante incrustada en el firmamento -apenas asomándote como para mirarnos en secreto-, me recargo en un árbol y me deleito con calma con esa música suave y discreta, serena y meditativa. Tú me miras desde allá con tu rostro pálido, pareciera que me cerraras un ojo, te miro embelesado. Eres la caja de los secretos, la que hay que abrir con mucho cuidado porque detrás de ti están las estrellas conformando un retablo maravilloso como esos del siglo XIV d. C.

Conforme cae la noche tu luz se va haciendo más potente, vas hacia la plenitud guiando el paso de cada calendario lunar en todas las culturas. Eres la fuente de los secretos, la fuerza magnética que se vuelve aliento. No existiría nada en esta Tierra sin ti. Tu energía es tan fuerte y poderosa como la del sol, pero callada, silenciosa, tan sólo un pálido reflejo nocturnal, embriagador, a veces, enloquecedor. Aquí te miro asombrado, intentando desarrollar la conciencia. Entiendo que estoy formado de la mismas sustancias que tú y me atrevo a pedirte un consejo. Tú me respondes con un acertijo, otra vez me guiñas un ojo y me miras sonriente y complacida. Soy un conejo, un ave, soy un humano, pero sin miedo, con confianza porque sé que todo está en mí y yo en todo. Siento con claridad la presencia de Dios y mi espíritu se estremece, a la vez que se fortalece en Él.

Insecto sobre una rama. International News Photos. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Y me doy cuenta muy claramente, en la mañana, al beber un delicioso jugo de zanahoria y empezar a agradecerlo, cómo estamos unidos a la tierra, al viento, al agua, al fuego, en pocas palabras: a todo el universo. Ese jugo entró en mi cuerpo y se convirtió, de una forma u otra, en mi carne y en mi sangre, es decir, llevo a la madre Tierra en mí, y también llevo energías magnéticas y eléctricas, llevo Sol, estrellas y a todas las fuerzas terrestres y cósmicas que se ven involucradas en la producción de una aparentemente sencilla y simple zanahoria. Darme cuenta de eso me produce una serie de emociones y certezas que seguramente irán aumentando. En adelante me queda claro que soy uno con todo, que todo está en mí y yo en todo. Que he sido agua, río, nube, hojas de árbol, relámpago, estiércol, manzana, arena del desierto, flor de jacaranda y de bugambilia. Somos una unidad que manifiesta las leyes terrestres y cósmicas y en ese ambiente nos movemos. Si lográramos tomar conciencia de esto comenzarían a caer muchas vendas de nuestros ojos, no necesitaríamos recurrir a ningún vicio para estar contentos, y empezaríamos a comprender la vida de otra forma, más clara, más solidaria, más amorosa. Somos sol y somos luna.

Luna, lunita, cascabelera, luz para el camino de la noche cuando la tiniebla acecha, cuando no se sabe para dónde caminar. Musa de las ranas y de las iguanas, musas de los seres que viven en los pequeños charcos y en esos lagos donde tu rostro se refleja sin narcisismo. Sabes que eres bella, pero no escupes sobre la sombra de nadie. Eres luz brillando en las pupilas de los búhos y de las lechuzas vigilantes. Habitas en la vigilia de los animales que caminan durante el día, y eres compañera eterna de los animales que viven de noche. Amiga, maestra, desconocido talismán, fórmula mágica de todos los secretos, reveladora de hechizos, cómplice de los libros escritos bajo el manto de la noche, de esos que susurran mantras únicos al oído de los poetas, Luna lunita.


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