¿Cómo esperas comprender, a menos de que bebas como yo …
M. L.
Como toda novela Bajo el volcán, de Malcom Lowry, intenta representar el complejo tejido de la realidad social humana. Tarea prácticamente imposible, pero que en menor o mayor medida, y dependiendo de la capacidad del escritor, puede dar lugar a trabajos relevantes. En donde uno de los méritos consiste en crear una atmósfera, un mundo complejo y abigarrado. A veces puede ser con muchos personajes, en otras, con los mínimos.
Es una meta muy difícil querer representar la realidad, pero ese es el reto, además de que el artista no tiene de otra, parafraseando a Sartre, está condenado a crear, es su imperiosa necesidad. La vida lo exige, el arte es necesario para la comprensión del ser humano en todas sus facetas, por el ser humano mismo. Su creación lo refleja, le permite entenderse, explicarse. Así que ahí va el novelista desarrollando, a veces con maestría, su intento. Cociéndolo poco a poco, cocinándolo, cosiéndolo también.
Sí una novela no te sirve para penetrar más y más en la comprensión de la vida y su complejidad, entonces ¿para qué sirve? Y sí, la palabra es sirve, y no es darle un papel meramente utilitario a las novelas, pero es definitivo que una buena novela aporta y aporta, sin cansancio, y sin proponérselo vulgarmente. Es resultado de la recreación de la vida misma, porque ésta es multiplicidad, brota por todos lados, tal cual sucede con una buena novela.
Todo ese contexto que es presentado por los aparentemente simples hechos cotidianos, es el que da vida al texto en una constante retroalimentación entre el libro, la historia, el entorno y el lector. Es lo complejo lo que teje lo simple, y es lo sencillo lo que cifra el entramado de la complejidad. En todo ese panorama el que gana es el lector con una mejor y más amplia comprensión del mundo tanto subjetiva como objetivamente, tanto individual como históricamente. Y no sólo esto, sino también a nivel cognitivo, psicológico e ideológico. Es por todo ello que la literatura es tan importante y juega un papel tan relevante en la construcción social y en la cultura de los pueblos.
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Asombra atestiguar todo el rollote que traía consigo, a sus 38 años, Malcom Lowry, edad en la que publicó su novela Bajo el volcán. Mucha cultura, muchas vivencias. La novela está plagada de datos interesantes, que dan lugar a estar investigando permanentemente, ya sea para saber de qué habla, o para repasar y reafirmar lo ya conocido. Claro, esto obliga a una lectura cuidadosa, detallada y entre líneas. Una experiencia muy enriquecedora.
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En un artículo publicado por Hernán Lara Zavala en la revista Letras Libres se señala que “Bowker relata al inicio de Perseguido por los demonios (biografía de Lowry) cómo Malcolm decidió, desde niño y de manera inconsciente, su futura inclinación hacia el alcohol como rechazo al puritanismo y a la rigidez paternal”.
Si este dato, citado por su biógrafo, es cierto, es un testimonio muy doloroso de cuán tonto es el humano muchas veces. Hagan el favor, sólo por llevar la contra a su padre decidir hundirse en el vicio del alcohol. Qué tontería. Sí, sin duda es necesario, fundamental, independizarse de los padres, pero no a partir de una independencia mal entendida. Llevarle la contra al papá para hundirse en los vicios, transitar por la vía de la autodestrucción, es un camino muy equivocado que sólo provoca desgracias y dolor para todos los involucrados. Claro, aquí, a nivel hipotético, entra el dilema un tanto egoísta: si Malcom Lowry no hubiera sido alcohólico no hubiera producido esta obra maestra de la literatura mundial. Pero, quién lo sabe, quién puede responder a ciencia cierta. Nadie, sólo es una especulación entre barata y necesaria, son preguntas inevitables. De alguna manera Georges Bataille, entre otros, ya abordó el tema en su libro La literatura y el mal. La complejidad de la vida humana da para muchas historias y obras de arte. La vida es lo que es, así de sencillo y de complejo. En la dialéctica entre el bien y el mal surgen las síntesis, las enseñanzas para la comprensión, los elementos para actuar en ella. También ya lo señaló Paul Ricoeur en su célebre texto La vida: un relato en busca de narrador, en donde el autor apunta que “De este doble análisis resulta que la ficción, principalmente la ficción narrativa, es una dimensión irreducible de la comprensión de sí. Si es cierto que la ficción sólo se completa en la vida y que la vida sólo se comprende a través de las historias que contamos sobre ella, entonces, podemos decir que una vida examinada, en el sentido de la palabra que tomamos prestada al principio a Sócrates, es una vida narrada.”
No conozco las particularidades de la relación de Malcom Lowry con su padre, pero hablando en términos muy generales podemos decir lo que muchos libros de sabiduría han señalado: que la soberbia y la necedad producen desastres, que la humildad y la obediencia son un mejor camino. La independencia del padre es justa y necesaria, pero debería venir de la mano del cariño, del respeto, del agradecimiento, de la admiración, del amor. No sé exactamente en el caso de Lowry, pero en muchos otros casos las adicciones de los hijos, se gestan en el seno de la familia, es decir, los padres tienen una responsabilidad en ello. Sin embargo, lo ideal sería que al llegar a un período de cierta madurez, los hijos violentados física o psicológicamente pudieran visualizar con claridad que a pesar del origen de sus vicios, es posible liberarse de éstos por medio de la conciencia, de cómo interpreten esos hechos dolorosos. En lugar de una venganza contra el padre, la madre, o contra ambos, podríamos intentar una reacción asertiva, consciente, liberadora, madura. Desafortunadamente, Lowry decidió hundirse en la adicción al alcohol arrastrando a muchos con él.