“Lo primero que escribí no fue un poema, fue una canción”, dice Margarito Estrada, enseguida con voz profunda y adolorida –como si acabara de sufrir una desilusión–, entona Rosario de Penas: “Doce horas tienen las noches, doce horas tienen los días, 24 horas son las horas que te llora el alma mía”.
A sus 85 años, el compositor queretano nacido en la localidad de Santa Rosa Jáuregui, escribe música e improvisa versos. Cada día se levanta a las 6 de la mañana para continuar su labor y como al principio de su carrera, sigue buscando al artista perfecto para sus temas, que atesora tanto como a sus hijos.
BARROCO viajó hasta Ciudad Nezahualcóyotl en el Estado de México, para conocer la PROMESA (Promotora Margarito Estrada S.A.) del autor; un estudio musical ubicado en la primera planta de una morada que el compositor fue construyendo de canción en canción, a lo largo de 50 años.
Luego de describir cómo era antes este municipio: “rodeado de lagunas, sin calles asfaltadas y sin luz”, cuenta que por su sala de grabación han transitado decenas de agrupaciones y artistas como Aarón y su grupo Ilusión, Rayito Colombiano, Samo (ex integrante de Camila), Mariana Seoane, Los Huracanes del Norte, Lapizito y Las Hermanas Núñez.
En la cabina de controles, toma asiento, y orgulloso por todo el trayecto que recorrió para llegar hasta donde él y su familia –también dedicada a la música– se encuentran, inicia la historia.
En Santa Rosa nací
Nacido en el seno de una familia campesina, Margarito Estrada aprendió desde muy pequeño a cultivar el campo. Por necesidad sólo cursó hasta el cuarto año de primaria, cambiando las tablas de multiplicar y las oraciones por el azadón y la yunta.
Recuerda que en aquél tiempo sembraban las tierras de Antonio Aguado, quien le prestaba a varios medieros locales sus parcelas para que pudieran cultivar y cosechar.
“Sembrábamos frijol y maíz, y sabía yo muy bien tomar la mancera y el yugo, la yunta y el barzón. Todavía me tocó. Cuando llegaba el tiempo de la cosecha el patrón nos repartía nuestra parte ‘un costal para acá, un costal para allá’, pero ni resultaba ser un negocio para nosotros, porque a veces incluso terminábamos debiéndole. Durante la labor le pedíamos prestado que frijol o maíz y cuando nos tocaban malos años de cosecha no alcanzábamos ni a pagarle: ‘¿Qué negocio es este? ¡Vámonos!’, dijimos, y así fue”.
Como muchos hombres de la localidad, su padre tomó rumbo hacia la Ciudad de México buscando mejor suerte, mientras que Margarito se quedó de “media cuchara” de albañil en el templo del pueblo y asegura que incluso el muro oriente de la delegación lo construyó junto a su padre.
Primeros pasos en la música
Al cumplir 12 años, ingresó a una escuela católica en la localidad y a un coro a cargo de Jesús Estrada, quien tocaba en la iglesia y tenía un piano en su casa donde los jóvenes ensayaban las diferentes piezas para la misa.
Este sería su primer acercamiento a la música, no obstante a los tres años su padre lo ingresó a un internado josefino para varones en San Juan Teotihuacán donde de la mano de los sacerdotes conocería la poesía, aprendería a leer partituras y a componer.
A esa edad, dice, todavía no se le ocurría escribir versos de amor “porque ni novia tenía (risas)”, pero en sus primeras rimas hablaba de sus recuerdos en el campo y de sus vivencias a lado de los otros jóvenes en el internado.
“Al salir empecé a escribir en serio, no a escribir sólo un verso sino varios que completaran un tema. Empecé a convencerme de que a lo mejor sí podía escribir cosas mejores; lo intenté y lo logré” .
Tras cursar sus estudios en Teotihuacán, regresó a su tierra natal donde trabajó de todo: haciendo mandados, como campanero y hasta organizando los rosarios de la iglesia.
Inquieto y motivado por sus deseos de convertirse en compositor, a los 23 años decidió hacer su maleta y tomar rumbo hacia la capital para probar suerte.
“Le dije al cura José Malagón que yo me quería venir a México a buscar otra vida. Hasta un dinerito sacó y me lo dio. Nunca imaginé que fuera a ayudarme, pues me iba a mover a la aventura; ni siquiera tenía dónde trabajar, yo iba con la actitud de que me iba a poner donde me aconsejaran pararme”.
Llegó al municipio de Coyoacán a vivir con su padre y trabajó como mozo en el Ayuntamiento. Al poco tiempo consiguió un trabajo en una fábrica de tuercas de bronce, ubicada a dos cuadras de la XEW, donde se dirigía después de su jornada para ver de cerca a los artistas de aquella época.
Primer éxito
De piel morena, 1.64 cm de estatura y ojos pequeños –pero alegrones–, el joven compositor aguardaba largas horas en la estación de radio, esperando a que por sus pasillos desfilaran grandes artistas; de la talla de Toña la Negra, Jorge Negrete, Fernando Fernández, Javier Solís, Antonio Aguilar y Amparo Montes.
Recuerda que en la cafetería de la XEW, junto a otros compositores como Melesio Díaz “Melo Díaz”, autor de “Tu retratito”, y Antonio Valdez Herrera, compositor de “Esta tristeza mía” –quienes también habían migrado a la ciudad motivados por el mismo sueño–, sobrevivían las tardes y los desvelos tomando café.
“Tras muchas desveladas, hambres, malos ratos, desprecios y muchos azotones de puerta –dice recordando particularmente el desaire de Miguel Aceves Mejía–, un día gritaron en la W: ‘¡¿quién por aquí es Margarito Estrada?’, –el autor, incrédulo, alzó la mano–: ‘Tienes mucha suerte, te acaba de grabar Chelo Silva’. En aquellos tiempos ella era la gran señora, más que lo que hoy es Paquita [la del Barrio]”.
Bajo la firma de Columbia, en 1958 Chelo Silva “La reina del arrabal” graba Rosario de Penas y Las últimas gaviotas, y a partir de entonces agrupaciones y artistas como Los Alegres de Terán, Irma Serrano, Las Hermanas Huerta, Gerardo Reyes, Felipe Arriaga y Flor Silvestre comienzan a cantar sus temas.
– ¿Se puede vivir de la composición en este país? –, se le cuestiona.
“Siempre que me lo preguntan, me da mucha pena contestarles, porque de 100 compositores puedo asegurarte que solamente unos 10 viven de esto, afortunadamente yo estuve dentro ese número; tuve compañeros que pasaron años sin que nadie les grabara”.
Más de 60 años como compositor
Con más de 400 temas originales que han sido utilizados también como soundtraks para bioseries y películas mexicanas, el autor consagró su carrera dentro del bolero y la música norteña.
Sobre su propuesta musical, dice escribir desde el sentir de los campesinos, “desde un ambiente sencillo, muy sencillo, ‘corriente’ dirán algunos, porque la música fina es otro rollo, lo mío lo hago con un lenguaje sencillo”, asegura.
Entre sus éxitos se enlistan “Flor hermosa”, “Puede que sí, puede que no”, “Borracho y loco”, “Junto a un perro”, “El errante”, “El jaboncito”, “De México a Durango” y “Gaviota Traidora”; interpretadas por artistas como Las hermanas Calle (Colombia), Banda MS, Paquita la del Barrio, Antonio Aguilar, Conjunto Primavera, Los Huracanes del Norte, K- Paz de la Sierra, Antonio Aguilar y La Banda El Recodo.
Por su trayectoria como compositor, músico y cantante –a través del dueto Oro y Plata–, Margarito ha sido reconocido con diversos premios por parte de la Sociedad de Autores y Compositores de México y por la BMI Awards, un galardón que le fue entregado en 2016 por sus 60 años como compositor en Las Vegas, Nevada; de manos de Los Tigres del Norte.
Tras cumplir medio siglo en esta labor, recuerda con emoción que el pueblo de Santa Rosa Jáuregui lo celebró en grande. Conmovido y en gratitud, Margarito produjo un disco dedicado a su tierra, en la que suenan canciones como Querétaro mío, Queretanita, La Carambada y En Santa Rosa nací.