/ martes 28 de agosto de 2018

Máscara / Ocultamiento / Lo dado desde la simulación del mapache

La máscara oculta la intención. | Secreto |. El rostro no se ve. La mirada apenas si logra colarse por la rendija que simula el ojo (pienso en el ojo de Vladimir Nabokov cuando escribió El ojo). La realidad se aprecia como potencia (no acto) desde la posibilidad de lo oculto que da sentido al tejido del texto. | Cripta |. Se afirma el exterior como efecto transido por un posible no-ser. En ese sentido es que se niega la raíz de la máscara gramatológica. Lo interior —se colige— es apariencia negada, atisbos de una imaginación-lectora que incendia los textos. Provocación de cualquier atrevimiento que pudiera surgir como estética escriturística.

La máscara del mapache sirve como apariencia sutil —casi difuminada—, para enrarecer cualquier posibilidad de interpretación hermenéutica. Ser y no-ser vuelven a la carga. Ariete que rompe circunstancias no pronunciadas. Así es como, a pesar de que quien lee es el lector-mapache, el texto permanece virgen. Las palabras silentes en el acto de leer no logran incrustarse en el pensamiento del lector | la página sigue llena de páginas | | del secreto a la cripta hay solo una mirada |.

Sin embargo un temblor | temor y temblor | hace moverse a la hoja. Algo queda en ella como huella, como guía infinita. El mapache deja su rastro cuando lee. Las anotaciones en las orillas del texto son semillas que hay que recoger para plantarlas de nuevo. No hay, en ese sentido, posibilidad de renuncia absoluta. El texto se sigue dando como hilaridad discursiva silente.

El ocultamiento es parte de la sustancialidad tanto del texto como del lector. En ambos se da un recorrido laberíntico-escriturario. Las posibles salidas se multiplican. 1, 2, 300, 4000… El texto ha caído ante el embate del lector oculto. La hermeneusis ha explotado. Sus esquirlas han quedado grabadas en otras páginas (leídas o imaginadas). Un dinamismo se ha vuelto en contra del mismo texto para reorientarlo. Reconstrucción es deconstrucción abierta, incluso no confirmada.

En suma: qué se puede decir de la realidad del texto, ¿puede seguir siendo igual después de haber sido leído?, ¿puede permanecer inmutable ante la mirada huidiza del lector? En todo caso en la medida en que se lee, la realidad reacomoda al sujeto-lector y al texto. Los vuelve sustancia de sí y para sí. Enrarecida forma de existir desde la decodificación del texto. Ser para leer el ser.

Pero el mapache sigue leyendo. Sus ojos se mueven al ritmo del paso de las letras. Piedras ígneas e intermitentes que arrojan luces y sombras al texto. Y su paso es la destrucción escrituraria: un hueco por aquí, otro por allá; una frase olvidada, una palabra aislada; espacios sin sentido, y sentidos llenos de nada. Caos. Paso brutal que permite una reconstrucción animada, para inquirir a la tierra de la que está formado el texto; para provocar la reflexión antes que la repetición o el asentimiento ingenuo.

Pero el avance del mapache sigue. No detiene su paso. Los túneles se abren y ceden ante el enmascarado (círculos negros alrededor de los ojos), ʻoso lavadorʼ, ʻperro mudoʼ. Quién puede con este infinito husmeador de ideas que se esconden en las palabras. Su vida es leer, apropiarse de la realidad que domina. Y mientras lee, voltea de vez en cuando hacia los lados, como buscando nuevas realidades que hagan circunstancias factibles de atravesar. Sus vibrisas están atentas, igual que sus ojos redondos. Parece que guarda en las franjas de su cola los motivos de su lectura: círculos que tienden ala banda de möbius.

El rastro de una posible presa lo obliga a desviar la lectura. Quizá una frase lapidaria que pueda mantenerse durante unos días, o dos o tres semanas; tal vez una idea que subyace bajo los escombros de un argumento fallido; o una palabra que rememora más de una sensación que se creía perdida. En fin, ser y no-ser para modificar la ruta lectora; para recrear al sujeto-lector; para insuflarle vida al texto; para que la realidad escriturística tenga un pretexto para ser texto y postexto. Ser —dicho de otra manera— desde la modificación del sentido unidireccional.

Comprender que «ser» y «ver» las letras, no es otra cosa más que ocultarse como lector para dejar que el texto florezca en uno mismo. Asumirse como lector en la medida en que las ideas se incrustan en un pensamiento fugaz. A esto se podría agregar una lógica difusa escriturística: las variables cambian, son infinitas, mutan, pueden incluso ser más que variables. El sujeto, en este sentido, no tendría por qué ser sólo sujeto. En todo caso habría que preguntarse sujeto a qué. Y seguramente cada texto se pronunciaría como responsable putativo.

Entonces la máscara, el ocultamiento al sentido prístino del texto, es lo dado desde la simulación del mapache. No hay posibilidad de una tránsfuga que sea sólo fuga. O de que una sola realidad sea solo lidad. Cualquier ensimismamiento de la realidad escrita puede provocar a más de un sentido. Lo mismo sucede con el lector-mapache: en la medida en que se asume con un rostro oculto, deja abierta la posibilidad para que el texto sea el que alce la voz. Y él, aunque no para siempre, sea un papel para leerse a sí mismo.

Ser y leer, leer para ser «ser». | La cripta es sarcófago (sarco, carne; fago, comer = lugar para comer la carne) | El texto es una especie de cripta en donde el lector-mapache se des-cubre como lector de sí |. Su antifaz muestra su verdadera intención: construirse desde una ontología textualizante.


La máscara oculta la intención. | Secreto |. El rostro no se ve. La mirada apenas si logra colarse por la rendija que simula el ojo (pienso en el ojo de Vladimir Nabokov cuando escribió El ojo). La realidad se aprecia como potencia (no acto) desde la posibilidad de lo oculto que da sentido al tejido del texto. | Cripta |. Se afirma el exterior como efecto transido por un posible no-ser. En ese sentido es que se niega la raíz de la máscara gramatológica. Lo interior —se colige— es apariencia negada, atisbos de una imaginación-lectora que incendia los textos. Provocación de cualquier atrevimiento que pudiera surgir como estética escriturística.

La máscara del mapache sirve como apariencia sutil —casi difuminada—, para enrarecer cualquier posibilidad de interpretación hermenéutica. Ser y no-ser vuelven a la carga. Ariete que rompe circunstancias no pronunciadas. Así es como, a pesar de que quien lee es el lector-mapache, el texto permanece virgen. Las palabras silentes en el acto de leer no logran incrustarse en el pensamiento del lector | la página sigue llena de páginas | | del secreto a la cripta hay solo una mirada |.

Sin embargo un temblor | temor y temblor | hace moverse a la hoja. Algo queda en ella como huella, como guía infinita. El mapache deja su rastro cuando lee. Las anotaciones en las orillas del texto son semillas que hay que recoger para plantarlas de nuevo. No hay, en ese sentido, posibilidad de renuncia absoluta. El texto se sigue dando como hilaridad discursiva silente.

El ocultamiento es parte de la sustancialidad tanto del texto como del lector. En ambos se da un recorrido laberíntico-escriturario. Las posibles salidas se multiplican. 1, 2, 300, 4000… El texto ha caído ante el embate del lector oculto. La hermeneusis ha explotado. Sus esquirlas han quedado grabadas en otras páginas (leídas o imaginadas). Un dinamismo se ha vuelto en contra del mismo texto para reorientarlo. Reconstrucción es deconstrucción abierta, incluso no confirmada.

En suma: qué se puede decir de la realidad del texto, ¿puede seguir siendo igual después de haber sido leído?, ¿puede permanecer inmutable ante la mirada huidiza del lector? En todo caso en la medida en que se lee, la realidad reacomoda al sujeto-lector y al texto. Los vuelve sustancia de sí y para sí. Enrarecida forma de existir desde la decodificación del texto. Ser para leer el ser.

Pero el mapache sigue leyendo. Sus ojos se mueven al ritmo del paso de las letras. Piedras ígneas e intermitentes que arrojan luces y sombras al texto. Y su paso es la destrucción escrituraria: un hueco por aquí, otro por allá; una frase olvidada, una palabra aislada; espacios sin sentido, y sentidos llenos de nada. Caos. Paso brutal que permite una reconstrucción animada, para inquirir a la tierra de la que está formado el texto; para provocar la reflexión antes que la repetición o el asentimiento ingenuo.

Pero el avance del mapache sigue. No detiene su paso. Los túneles se abren y ceden ante el enmascarado (círculos negros alrededor de los ojos), ʻoso lavadorʼ, ʻperro mudoʼ. Quién puede con este infinito husmeador de ideas que se esconden en las palabras. Su vida es leer, apropiarse de la realidad que domina. Y mientras lee, voltea de vez en cuando hacia los lados, como buscando nuevas realidades que hagan circunstancias factibles de atravesar. Sus vibrisas están atentas, igual que sus ojos redondos. Parece que guarda en las franjas de su cola los motivos de su lectura: círculos que tienden ala banda de möbius.

El rastro de una posible presa lo obliga a desviar la lectura. Quizá una frase lapidaria que pueda mantenerse durante unos días, o dos o tres semanas; tal vez una idea que subyace bajo los escombros de un argumento fallido; o una palabra que rememora más de una sensación que se creía perdida. En fin, ser y no-ser para modificar la ruta lectora; para recrear al sujeto-lector; para insuflarle vida al texto; para que la realidad escriturística tenga un pretexto para ser texto y postexto. Ser —dicho de otra manera— desde la modificación del sentido unidireccional.

Comprender que «ser» y «ver» las letras, no es otra cosa más que ocultarse como lector para dejar que el texto florezca en uno mismo. Asumirse como lector en la medida en que las ideas se incrustan en un pensamiento fugaz. A esto se podría agregar una lógica difusa escriturística: las variables cambian, son infinitas, mutan, pueden incluso ser más que variables. El sujeto, en este sentido, no tendría por qué ser sólo sujeto. En todo caso habría que preguntarse sujeto a qué. Y seguramente cada texto se pronunciaría como responsable putativo.

Entonces la máscara, el ocultamiento al sentido prístino del texto, es lo dado desde la simulación del mapache. No hay posibilidad de una tránsfuga que sea sólo fuga. O de que una sola realidad sea solo lidad. Cualquier ensimismamiento de la realidad escrita puede provocar a más de un sentido. Lo mismo sucede con el lector-mapache: en la medida en que se asume con un rostro oculto, deja abierta la posibilidad para que el texto sea el que alce la voz. Y él, aunque no para siempre, sea un papel para leerse a sí mismo.

Ser y leer, leer para ser «ser». | La cripta es sarcófago (sarco, carne; fago, comer = lugar para comer la carne) | El texto es una especie de cripta en donde el lector-mapache se des-cubre como lector de sí |. Su antifaz muestra su verdadera intención: construirse desde una ontología textualizante.


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