Medir el tiempo, contar los días: los viejos calendarios

Cartografía del tiempo y la memoria

Edgardo Moreno Pérez | Colaborador Diario de Querétaro

  · viernes 13 de enero de 2023

Foto: Cortesía | Edgardo Moreno

En la mitología romana, Jano el dios de dos caras, representa el vigilante de las dos puertas; principio y final de las transiciones. Mira hacia el pasado y el futuro.

Apropiaciones

Atrapar el tiempo, medirlo, arreglarlo, construirlo, repartirlo, de acuerdo a las diversas cosmovisiones y posicionamientos geográficos, ha sido desde siempre una tarea humana. La observación del ritmo astral hasta convertir el cielo en un reloj inmenso y las montañas y templos en marcadores solares. Quedó así inscrito en piedra, madera, barro, centros ceremoniales, permaneció –con sus transformaciones– al paso de las civilizaciones y sus nuevas abstracciones. Ritos, ceremonias, costumbres y tradiciones inscritas en la memoria histórica se trasladaron, para construir adaptar y recrear a los tiempos medidos para ceremoniales propiciatorios, ritos solsticiales o equinocciales, fijando el tiempo de la siembra y la cosecha la época de ofrenda y reparto de bienes a la comunidad.

Marcar hechos trascendentales sea por pestes, inundaciones, caída de meteoros, aparición de planetas y muerte de estrellas; la epopeya y la épica, el desastre la guerra, quedaron registrados en las calendas entre otros acontecimientos cismáticos. Al discurrir de los siglos, dejó de ser el calendario materia de agoreros, astrónomos, nigromantes, astrólogos, chamanes y sacerdotes; el conocimiento hermético pasó a formar parte de la vida cotidiana. En nuestras apropiaciones culturales orientales, europeas, afroantillanas y mesoamericanas nos dio como resultado una manera sincrética y peculiar de medir el tiempo a través de los diversos calendarios, oscilando entre los viejos dioses duales y los iconos europeos.

El calendario es un medio para contar los días y organizar en unidades convencionales años, meses y semanas. –En arreglo al tiempo del calendario Gregoriano, vigente desde 1582-. Así tenemos inscrito un santoral (que aún en una sociedad que de define como laica), marca el tiempo de la fiesta patronal en los centros urbanos y rurales. Devociones y tradiciones, actos cívicos, conmemoraciones y efemérides, marcan el trascurso de los días en arreglo a ciclos de rotación y traslación; ahí están las lunaciones, que sirvieron a nuestros abuelos para ciertos ritos, constituir las “cabañuelas”, esperar por “donde vendrá el año”. Regulador contemporáneo de la vida social y laboral. En las cuadriculas se van registrando las citas, marcando los días especiales, Inscritos también el calendario íntimo o familiar, nacimientos, decesos, matrimonios, días cabalísticos, “días de guardar”, re-encuentros o de plano crear nuestra propia semana de colores (Elena Garro DIXI); caducidad y permanencia, en fin, esas argucias para mantener los recuerdos y revitalizar el presente.

Foto: Cortesía | Edgardo Moreno

Almanaques, calendarios y el Galván

Es en el siglo XIX cuando aquellos almanaques y santorales incluyen otras características: las misceláneas noticiosas, curiosidades y “juguetes”, efemérides y consejos. Que tienen una aceptación inmediata al igual que los manuales y devocionarios, no obstante, la reproducción masiva el público era mayoritariamente analfabeto. Así aparecieron El Museo Mexicano, los álbumes, las alacenas “de frioleras”, el Neceser de las Señoritas, El Mosaico Mexicano; que servían como guía de viajeros, consejeros para señoras y Señoritas. Con las posibilidades de enterarse de los “adelantos científicos” además de solazarse con las gracejadas y chistes tener nuevas ideas tanto de los figurines como de la alquimia de las cocinas con recetas “sugestivas” y finalmente de suspirar con un soneto o una rima de un romanticismo ramplón.

Precursores de los saberes “enciclopédicos” y espacio para las litografías y dibujos obtenidos a través de “cámaras oscuras”. En 1826 inicia la publicación de los almanaques por Mariano Galván Rivera. El discurso es el mismo durante esta etapa, la ilustración como base del desarrollo y la civilidad. Próceres y santos, fiestas cívicas y religiosas, litografías de las capitales de la joven nación, reflejan a esas sociedades de un nuevo país que se comenzaba a conocer, admirando el pasado indígena, queriendo integrar a las etnias a la visión de “modernidad, higiene y progreso”. Pero siempre sujetos, tutelados y explotados como siempre. Al mediar el siglo XIX, aparece el calendario de Pedro de Urdemalas, en un ambiente de bandidos, y salteadores, precursor de la historieta mexicana. Los “cuadros históricos”, el Doble Calendario de Momo y Minerva. 365 días de pedagogía, cursos de historia, urbanismo y buenos modales y ejercicios religiosos para fortalecer la moral en tiempo de “jacobinos”. Las guerras intervencionistas, asonadas, cuartelazos, pronunciamientos dan cabida a nuevas expresiones, las transformaciones de la sociedad son evidentes y tienen su escaparate en los calendarios, el Galván ira registrando los diversos episodios. Al finalizar el siglo decimonono la moda, la arquitectura y las lecturas son traídas e mayor medida de Francia. El Almanaque Bouret, ya no registra aspectos de santos y mártires, su orientación está hacia El Mercurio, el comercio que sobre todo empieza a ser de capital inglés, francés y norteamericano. Lo que importa es la publicidad, así marbetes, etiquetas y personajes de “actualidad” son instrumentos para remarcar las bondades de los productos.

En la próxima entrega, culminaré esta cartografía del tiempo y la memoria. ¡Buen inicio de año!


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Enero de MMXXIII.