Vivimos una época brutal en donde el desamor campea por todos lados. Los chavos no encuentran pareja, las muchachas tampoco. Los feminicidios están a la orden del día, al igual que las violaciones y los atentados contra las mujeres. La falta de valores éticos y morales cobra un precio muy alto. Nadie se extrañe de tanta violencia, mientras se le siga justificando.
Sin embargo, la historia humana no siempre ha sido así. También han coexistido junto a la violencia otras formas desarrollo social. De hecho, fue la solidaridad y la cooperación lo que permitió a los humanos evolucionar y sobrevivir en el planeta, pero la violencia ha sido su cáncer.
Actualmente, nuestra sociedad está tan inmadura, tan inconsciente, tan agresiva, que espanta. Muchos recurren a la violencia a la menor provocación. En México este es un mal muy añejo que nos ha impedido crecer como sociedad. Ya Samuel Ramos (“El perfil del hombre y la cultura en México”, en 1934), y Octavio Paz (“El laberinto de la soledad”, 1950), han analizado el caso, sería muy fructífero leerlos o releerlos.
El tejido social está destruido, se requieren urgentemente políticas a nivel de Estado para repararlo. No con demagogia, ni con parchecitos moraloides, ni regalando dinero. Uno de los primeros pasos que tienen que tomarse es combatir a fondo la impunidad y la corrupción. No como forma de venganzas personales, sino como política pública y como un deber. Esto sólo puede ir del brazo de la existencia y crecimiento de una democracia sólida a todos los niveles, sin centralismos ni tutelajes. Educación de calidad, justicia plena, generación de riqueza y trabajo para todos, también son parte esencial.
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Y en el terreno de las relaciones humanas, de la relación hombre-mujer, los varones deben desarrollar su lado femenino, sin miedo, sin prejuicios, es decir, regresar al origen, al parto de la sensibilidad, al camino del corazón. Tienen que desarrollar su ánima (Carl Jung), su alma, su intuición. Con esto se acercarán a la integridad, a la totalidad del ser. Es un proceso que debe gestarse poco a poco, y en el que hay que caminar con los ojos del interior muy abiertos.
Para caminar la senda de la vida hay que ir de la mano de la sabiduría. Buscarla, encontrarla, poseerla debería ser uno de nuestros máximos anhelos. La falta de sabiduría sólo genera problema tras problema.
No hay mujer sin hombre, no hay hombre sin mujer. Los hombres debemos estar siempre atentos a escuchar nuestro lado femenino, porque si no, nos parcializamos, no tenemos la posibilidad de entender la vida en su totalidad. E igualmente la mujer, en su caso.
No quieras tratar a una mujer sólo como un objeto de uso sexual, te arrepentirías toda la vida. El precio es la infelicidad, y no sólo por una cuestión moral y de principios éticos, sino porque nunca estarás completo, íntegro. Te faltará siempre la riqueza de la parte emocional, el cariño, el afecto, la comunicación que podrías haber tenido. Serás infeliz, así de simple y de brutal. Infeliz, carente de amor, de compañía, de amistad. Cierto, las mujeres son hermosas y fuente de los más exquisitos placeres, pero también los hombres. El gozo del momento no será permanente, y mucho menos si es producto de un abuso o de un engaño. El pasado, presente y futuro se te vendrán encima de un solo golpe, cercenarán tu capacidad intelectual, tus sentimientos y tu capacidad de gozar. Nunca sabrás qué es el amor, el cual es uno de los máximos tesoros que un ser humano puede conocer en su corta y única vida. Estarás incompleto mientras vivas. Quizá no te importe, porque nunca captaste lo que es ser humano. Sólo en el dominio de las pasiones y los instintos están la conciencia y el amor esperando. Sólo así podrás gozar de las pasiones más secretas, pero sometidas al dominio de la voluntad y la conciencia. Sólo así comprenderás el origen de los mitos más poderosos que guían a las civilizaciones.
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Si puedes, siempre hazte acompañar de una mujer, busca sus palabras, su punto de vista, reflexiona en lo que te dice. Pero busca que sea una mujer sensible, si es posible, sabia, experimentada, que haya vivido. Encontrarás un manantial en donde saciar tu sed. Busca que tenga madurez, que no sea cualquier bruta engreída, sino de buen corazón, de razones y argumentos. Muchos creen que estas mujeres ya no existen, yo digo que sí, puede que escaseen, al igual que hombres con estas características, pero de que las hay, las hay. Tu visión estará incompleta sin el punto de vista de ellas. La parte femenina es indispensable, fundamental. No hay verdades sin su participación. Y casi nada: no habría vida en la tierra.
Seres perfectos no existen, ni hombres ni mujeres, pero si tienes la dicha de encontrar una amiga o compañera o maestra sabia síguele los pasos, no te le despegues. Respétala siempre, maravíllate ante su presencia, nútrete del alma junto a ella. Tu vida se transformará.
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¡Ya es tiempo de la liberación masculina! ¡Basta de esclavitud! ¡Basta de la opresión enajenante a la que hemos estado sometidos los hombres! Hay que comenzar de inmediato a escuchar a las mujeres, a entender sus puntos vista, a dejar el monólogo autoritario y a dialogar de verdad, a ejercer la crítica mutua respetuosa, cariñosa, y a practicar la sanadora autocrítica, aunque sea poco a poco, sin angustias, pero con determinación, con ganas de lograrlo, buscando ayuda profesional si es necesario. Hay que empezar con toda conciencia y cariño a trabajar en todas las labores de la casa, a lavar los trastes, la ropa, a tender, a hacer de comer, a tender la cama, a barrer y trapear la casa, a cuidar a los niños. ¡Ya es justo! ¡Libertad y responsabilidad mutua! Eso nos traerá comodidad, descanso al alma, empatía, sentido de la equidad y de la solidaridad, daremos un magnífico ejemplo a nuestros hijos, comprenderemos muchas cosas que hasta ahora no hemos entendido, y nos amaremos más al contemplar el hogar que construimos juntos, codo a codo, día a día. Nunca es tarde para que nos caiga el veinte. Hay mucho, muchísimo que aprender de nuestras compañeras esposas, y de nuestras hijas e hijos. ¡Consciencia plena YA!
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Es tiempo de ver más allá de nuestras pestañas, más allá de nuestros prejuicios, más allá del sometimiento, más allá de la satisfacción animalesca, de nuestros placeres a costa de la libertad de otra persona. Y en cada generación se da este tiempo, es cíclico, se repite. No lo captamos por la pequeñez de nuestra visión, por la falta de educación adecuada y por la cortedad de nuestra vida. La cuestión es tomar consciencia de nuestro ser y de nuestra relación con lo que nos rodea, con el todo, despertar, abrir los ojos, acercarse a la sabiduría. Para darse cuenta de que las mujeres son la otra mitad de nuestro todo.
Pueden parecer rollitos de buena fe, de libro de autoayuda, pero observemos la realidad, los hechos concretos, ¿a dónde ha llevado a la sociedad mexicana –y a muchas otras– el poder omnímodo del machismo? ¿Ha traído felicidad, paz, tejido social sano, mujeres contentas, libres? No, lo que ha traído tal dominación es tristeza, crímenes, sometimiento, vacío, dolor, llanto, soledad, rencores, enfermedad. Voltea a los lados y en tu misma calle encontrarás estas historias, si no es que hasta entre tu misma familia y origen. Basta ya, hay que transformar esta situación de inmediato.