No existe el fin ni el principio

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 8 de septiembre de 2021

Foto: Cortesía | @RevistaHelios

El sol es nuevo cada día.

Heráclito


No existe el fin ni el principio. Sí existe el principio y el fin. Todo depende del color del cristal con que se mire. Todo es un proceso y un ciclo. Donde unos terminan otros están comenzando, donde unos comienzan otros están terminando. Para nosotros esto se llama vida: nacer, crecer, desarrollarse, madurar y morir. Y cada uno de estos aspectos están uno en el otro. Finalmente, lo que importa es el instante, el presente, porque si miramos bien, éste es eterno, sin pasado y sin futuro. La huella del pasado es el molde para el futuro, el pie que pisa es el presente inasible. Todo tiene su momento, terminar puede ser sólo eso, un momento.

Dice el hexagrama 41 del I Ching que cuando “La merma va unida a la veracidad obra elevada ventura sin tacha”. Y es cierto, lo importante es ser neto en el momento, en ese instante eterno. Si una creación, una criatura, como la Revista Helios, que vio la luz por primera vez en 1997 y que dirige hasta éste su número final, Omar Alexis Ramos Torres, en Canadá, fue sincera, ahí quedará para seguir iluminando nuevos espacios creativos, incluidos los recuerdos y las anécdotas alrededor de ella. Ese es el poder del arte y la literatura. Y cuando volvamos a hojear las páginas de números antiguos encontraremos cultura, arte, amigos, memorias, propuestas, gozo y vida. Porque la revista Helios es una prueba contundente de que a pesar de los escasos recursos económicos se pueden crear ventanas abiertas a la expresión del corazón, del movimiento, de la palabra, del latir cultural. Ha sido una oportunidad de aprender y corregirse en todos los sentidos.

Aunque, claro, es muy válido dolerse por lo que termina, porque a dónde van las estrellas que mueren, las estrellas enanas que eclipsan, los besos lanzados al aire, las miradas que esperan con el punto fijo al horizonte, a dónde terminan las horas de espera, cuál es el límite de la esperanza, cuál el umbral del dolor del anhelo perdido, cuánto duele contemplar la caja de madera que se hunde en la tierra, y cuánto persiste en el aire el olor de las flores que acompañan a un fenecido. Quizá menos, quizá igual, pueda doler la desaparición de una revista literaria -casi casera-, pero que amaste tanto y que viste nacer varias veces, varios números, cargados de alegría y de potencialidad creativa. Sin duda, hay derecho a la nostalgia, a la tristeza, al llanto interno, a derramar lágrimas dulces y amargas.

Pero igualmente, como en todo, está la otra cara de la moneda, la alegría cosechada, los amigos nuevos conseguidos, los amigos viejos con amistad renovada y fortalecida, el aprendizaje surgido a cada paso de la creación de cada número, el contento de verla parir con su nueva portada, la delicia táctil de tenerla entre las manos, el fuego en la mirada al contemplarla. La constatación de que estás vivo, de que eres vida y movimiento materializados. Ollin Yoliztli, ni más ni menos. El corazón azteca, mexica, latiendo más allá de las fronteras de México, asomándose al gabacho, y luego brotando todavía más al norte en la tierra de la hoja de maple, revista de hojas de papel venidas de los árboles de la tierra de los indios, de los inuit y de los métis. La Revista Helios que, aunque salía cada que Dios quería, sintetizaba anhelos lejanos y presentes, estaba trocada de frondosos árboles de pino, abeto, pícea y cedro. Revista que olía a Eric el Rojo y a Huitzilopochtli (Colibrí izquierdo), y que dio espacio a la lengua nahuatl, así como al inglés y al francés. Revista pergeñada entre la oscuridad, armada sobre bocetos en la mesa del comedor, manchada de gotas de cerveza y de vodka, insuflada de humo sagrado, nutrida de memorias secretas que iban desde Gurdjieff, pasando por Don Juan Matus y María Sabina. Revista soñada entre las rolas de Roberto González, Jaime Lopez, Rockdrigo González, Dead can dance, Leonard Cohen, Bob Dylan y el Tri de México. El aroma de todo esto y más se respira al hojear una revista de Helios y llevársela al catre para echarle una leída o una mirada a los dibujos publicados. Es la fragancia bendita de la creación, pero sobre todo, está cocinada con los lazos fraternos de la amistad, del cariño añejo, de la admiración, del gusto, de la solidaridad, del agradecimiento por cada invitación a participar.

Foto: Cortesía | @spotify

Buena vibra para Helios, buen destino, buen camino, merece ser ofrendada en una ceremonia especial al sol, a Tonalmachiotl, para agradecer que haya existido, por los días que fue sol para nuestro pensamiento y nuestros sentimientos. Y este último número presentarlo ante el sol y también ante un plenilunio, a plena luz de ambos astros con todo su poder. Hay que ofrendarla en un ceremonial en las dos cúspides de Teotihuacan, o en la mismísima Acrópolis de Atenas, porque vale la pena celebrar, es el último número, o quizá el primero de otras nuevas aventuras terrestres. Quién lo sabe, si tan solo somos paseantes en el terreno de la incertidumbre. Quién sabe nada. Lo que sí sabemos es que la revista Helios existió, y que perdurará en nuestras historias personales y grupales. Nada nace y nada muere, todo nace y todo muere. Helios, sol bendito, luz de nuestros caminos, padre del fuego sagrado que alumbra nuestras cuevas y que nos da calor para transformar nuestros alimentos en delicias. Sol bendito que limpias, sanas y fortaleces nuestros cuerpos, que nos das calor y alegría, fuego sagrado renovado ceremonialmente cada año con un pacto cósmico. Helios seas por siempre en nuestros corazones.

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