Norady y Santé VII

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 3 de noviembre de 2021

Foto: Cortesía | Nacho López / Mediateca- INAH

Los papás de ambos seguían viendo esa “amistad” con recelo. A Norady no la dejaban salir sola más que a la tienda. No había forma de platicar largo y tendido. Situación ridícula y desesperante, pero el cuerpo de Norady no era para nada ridículo. Santé la fue imaginando como en fotografías, pose tras pose, la mirada, la sonrisa, de frente, de espaldas. No había otra igual. Quizá la veía así porque era la primera novia que tenía, pero estaba convencido. -Es una chamaquita sin chiste, olvídala, ya se te pasará, búscate algo mejor, ella es del montoncito-, decía la madre de Santé. Él ardía de rabia. La madre no comprendía que hería su tierno tallo, que aún no se convertía en vara al viento, poderosa, resistente.

La mamá de Santé se había vuelto a casar. Después del abandono de su primer esposo sufrió mucho, pero tuvo la fortuna -así lo consideraba ella- de encontrar un buen hombre que la aceptara ya con un hijo en brazos. Y ese hombre, aunque no era el padre de Santé, lo quería bien, como a un hijo, y lo conocía más y mejor que el que en los hechos era su padre biológico. Se daba cuenta de que el muchacho era presa de sus pasiones, sí, el chavo razonaba, pero sus impulsos eran más fuertes, detectaba que era caprichoso y rebelde. Y por su experiencia sabía que la realidad iría ajustando, por las buenas o por las malas, a Santé. Sabía que eso implicaba, dependiendo de la respuesta, sufrimiento o maduración.

Foto: Cortesía | @mediateca.inah.gob

Norady salió a la calle por un mandado. Santé la espiaba como animal en celo. La vio pasar y fue tras ella. Como eran vecinos cualquier carrera loca habría resultado sospechosa. Así que, según él, abrió la puerta de su casa tranquilamente, mirando al cielo como si la Virgen le hablara. Y en efecto, le hablaba una virgen, pero terrestre, que le había insinuado la apertura del templo sólo para él. Ante lo desconocido, Santé se imaginaba entrando a aquel santuario suave, cálido, acogedor, con cariño, con respeto, con amor. Al final había un cofre con oro y brillantes. A los 17 años, Santé no había dado ni un buen beso. Hacía tiempo había buscado a una muchacha para aprender y luego no pasar el ridículo, pero habían sido escaramuzas desagradables, insípidas.

Metros adelante alcanzó a su templo viviente. Pronunciar su nombre aún le sonaba raro, pero lo hizo. -Norady -, ella volteó y a ambos se les iluminó el rostro. Los ojos de Norady, un tanto rasgados, tenían un aire alegre y pizpireto, expresivos. -¿A dónde vas?-, preguntó él. -Voy por jabón-, dijo ella. -Vamos, te acompaño. Comenzaron a caminar por las ruidosas calles. Cruzaron la avenida y dieron vuelta. Esa calle era más silenciosa. Él vivía un estado mental de mucha emoción. -¿Cuándo podemos vernos para platicar?

-Pues, si ya estamos platicando.

-No, pero más, con calma.

- No me dejan salir sola, y menos en la tarde.

- Pues, como que sales a comprar algo, aunque sea con tu hermana.

El vocabulario de los que comienzan a amar está lleno de preguntas. ¿A qué hora? ¿En dónde? Ahí estaré. Son los pasos de todos los enamorados. Increíblemente, Norady consiguió salir al caer la noche. Para Santé, todo brillaba en la esquina de la calle ruidosa. Incluso había menos tráfico que de costumbre. No corría tanta rata metálica y de fibra de vidrio. Norady tardaba. Santé se metió a una farmacia y compró unas pastillas de miel con limón, para el aliento. Qué tal si como a el “Flaco”, un compañero de la prepa, le apestaba la boca y no se había dado cuenta. Ese día, cuidó esmeradamente su presentación. Desde la mañana se arregló, pantalón de rigurosa mezclilla, camisa de manga corta, de color claro, y chamarra.

Foto: Cortesía | @mediateca.inah.gob / Nacho López

Por fin apareció en el horizonte la hermosa Norady. Traía un vestido que parecía de seda, aunque no lo era. Muy entallado, arriba de las rodillas. Venía acompañada de su cuñada, Glenda. Norady caminaba erguida, sinuosamente, con pasos cortos. Soplaba un poco de aire y el vestido verde bandera con flores ondeaba patrióticamente. Clic, otras vez, clic, otra fotografía, ahora en contrapicado. Qué bien retrataba al ojo de la cámara, su grandes ojos, su hermosa cara, su sonrisa discreta.

-Hola, te presento a mi cuñada, Glenda.- Santé ya la conocía, la había encontrado varias veces, pero apenas se saludaban.

- Hola, qué tal, mucho gusto-, contestaron casi al mismo tiempo. Glenda era delgada, muy morena, de baja estatura. De inmediato enfilaron hacia la papelería “Nancy”, iban a comprar unos listones. Ya había caído la noche, por esas calles había poco tránsito, poco ruido, estaban oscuras, como perlas negras. La cuñada estaba extrañamente contenta de alcahuetear a Norady. Los dejó atrás mientras ella se adelantaba en el camino. Ni Santé ni Norady sabían exactamente qué hacer. ¿Debían besarse?, pero, cómo empezar. ¿Tomarse de la mano? Calladamente la tomó. La sintió carnosa, cálida. Ninguno sabía lo que era una relación de pareja, sin embargo, ahí estaban, dando los primeros pasos.

Sacó su paquetito de pastillas, le ofreció una. El momento se acercaba, sin duda. Siguieron caminando por aquellas calles solitarias platicando banalidades. Al doblar una calle, aprovechando que Glenda dejó de verlos un momento, Santé la detuvo y la besó. Degustaron el raro y caliente sabor de sus bocas. Norady cerró los ojos, él no, la quería ver. Santé sintió que se desmayaba. Un incipiente pero volcánico impulso sexual despertó en ellos. Sí, si hubieran podido y estuvieran en otro lugar, sus prendas de vestir caerían hasta dejarlos desnudos. El amor los inundaría. Mas …no era así. El encanto terminó y recordaron que podía pasar por ahí un conocido, un familiar, o que la cuñada podía regresar. Y regresó. Les buscó la mirada, ellos la ocultaron. Era cuestión de dos.

Al otro día Norady sentía cierta inquietud, no sabía exactamente qué era, cierto ardor, calor corporal. Se sorprendió al acariciarse un poco a ella misma y ver que le gustaba. No había nadie en casa. Los hermanos en la escuela, el papá platicando con los amigos, la mamá había ido al mercado.


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