/ miércoles 1 de diciembre de 2021

Norady y Santé XI

Vitral

Santé pensaba: voy a pedir con toda humildad y contrición a Dios para que me escuche y me ayude en esta encrucijada de mi vida. Amo a Dios, pero también amo a esta mujer, y la deseo, la deseo ardientemente. Pero todo lo que es religión me ha enseñado que no debo ser presa de la lujuria. Sin embargo, no puedo evitarlo, verla a ella, y ya no digas tocarla, me enciende. ¿Se le podrá hablar así a Dios, con toda confianza, como si fuera un amigo?, porque ¿a quién más puedo decirle estas tribulaciones? ¿a mis amigos? Se desternillarían de risa, ¿a mi madre?, no, qué pena, ¿a mi padre… padrastro?, no tenemos amistad ni confianza. Sólo me queda hablarle así a Dios y presentarle mis penas en su altar. Me gusta lo espiritual, pero también me gustan las mujeres, ¿es compatible?, ¿puedo orar con sinceridad, devoción y al mismo besarle los muslos a una mujer?, ¿puedo tocarla y admirar su cuerpo apreciando a Dios en él?

La pareja se arrejuntaba cada vez más. De la extrañez del cuerpo, pasaban al acoplamiento como un sentido. La oposición que temieron de los padres de ella, se ablandó un poco con la condición de que platicarían a un lado de la puerta y no a diario. Ya era una gazenancia enorme, y Santé no tuvo que hablar con nadie, todo lo arregló Norady.

Las caricias de sus cuerpos los apasionaban, aunque siempre eran rápidas, furtivas, limitadas. Santé no lo platicaba absolutamente con nadie, ni con sus amigos. Todas las vivencias las guardaba en su corazón. Además de la pasión, Santé compartía con Norady todo lo que tenía, la inició en el amor a la literatura, a la lectura, al arte. Tarde tras tarde, el patio se llenaba de pequeños besos y muchos libros, caricias y música. Ella también aprovechaba para hacer ahí mismo sus tareas. Leyeron a La Fontaine, Esopo, Oscar Wilde, Guy de Maupassant, algunos tomos de enciclopedias caseras, y otros muchos libros. El padre de Norady había comprado El libro de oro de los niños, que estaba llena de polvo, ellos la limpiaron y la leyeron tomo tras tomo.

Estas acciones crearon un clima de confianza porque eran verdaderas. Jugaban, conversaban. Los padres, aparentemente, no sospechaban mucho lo del sexo -o eso quería creer él-, pero los muchachos se iban necesitando cada vez más. Santé se iba con ella en las mañanas a la prepa, y la esperaba a que saliera. Luego, la volvía a buscar a las 5 pm en punto, y de ahí hasta las 7. Después, con los papás de Norady iban por el pan. Regresaban a las 8.30 de la noche, y así al otro día. Sólo interrumpían sus reuniones cuando ella tenía que partir con su familia algún sábado para ir a visitar a familiares. Sobre todo a un hermano de la mamá que vivía en la Vicente Guerrero. Después de un tiempo, ya los acompañaba también a ver a la familia.

Fue en la Vicente Guerrero donde por primera vez Santé le vio la mitad del cuerpo desnudo a Norady. Fue emocionante, no lo podía creer. Todos los familiares habían salido un momento, ellos se quedaron solos en la casa, y justo desde un ángulo desde donde podían dominar el panorama ella puso la silla de lado, se hincó en ella y recargó los codos en la mesa. Parado al lado él comenzó a acariciarle las caderas. Eran tan hermosas, redondas, proporcionadas, abundantes. Santé detectó su olor animalesco y perfumado. Ahí supo porqué se decía que se podía dar la vida por un trasero. Ella se meneaba con un ritmo que nadie le había enseñado. Después de esto, las caricias sexuales subidas de tono comenzaron a tener vida casi a diario, en la prepa, en el patio, en la calle, a escondidas, pero no podían pasar a más como quisieran, todo tenía que ser muy a las vivas de que alguien los viera. También practicaban el voyeurismo siempre que se podía. Se metían a un salón que estuviera vacío, todo tenía que ser muy rápido porque en la prepa siempre había estudiantes deambulando por todas partes, o luego los salones vacíos estaban cerrados. Ella se ponía de pie y Santé, desde la puerta del salón y echándole aguas, la miraba con la falda levantada y las pantaletas entremetidas. Él no podía más y llegando a casa, con esas imágenes en su mente, se satisfacía. Llevaba un calendario donde marcaba los días para no excederse, pero es que no podía contenerse, su deseo era enorme. Sólo a veces se preocupaba porque había escuchado que se podía quedar loco o impotente.

Sería el destino, el karma, o simplemente la sucesión de hechos los que conducían la vida de ellos por determinados caminos y no por otros. A Santé le hubiera gustado que Cupido disparara unas flechas más poderosas que permitieran la realización de su amor, pero quizá ese no era el trabajo del niño flechador. O quizá, quién lo sabe con certeza, existían fuerzas que él no conocía, pero, cual si estuvieran planeadas, determinaban el rumbo de las cosas.

Cuando venía de visita la tía Erasma, una hermana del papá de Norady, el ritmo de vida de ella y Santé se alteraba por completo, con gran desesperación para ellos. La tía era una mujer recia, que había ayudado a criar a todos los hermanos desde chiquitos, eran siete en total. Erasma estaba casada con un protestante fanático para el que casi todo era pecado. La familia de Norady no era muy católica, pero se sometían a los dictados de Erasma y su esposo Don Julio, el pastor, por unos días. Todos ordenados, nadie salía a la vagancia, oración cada vez que comían, y consejos todo el día. Cuando esta pareja llegaba a casa de los papás de Norady, ella no salía porque la tía se molestaba, la niña era muy chica y salir era exponerla al pecado.

Santé desesperado, encabronado, se asomaba al patio, salía, entraba, silbaba, pero de la amada ni sus luces, parecía que se la había tragado la tierra. Había momentos en que Santé dudaba si ella en verdad lo quería, si estaba ahí o si había salido sin avisarle. Sí, porque para ese tiempo tenían que avisarse a dónde, cuándo y a qué hora salían, y cualquiera de los dos que no lo hiciera era agandallado por el otro.

Pero, por esos días, Norady no salía. La tía Erasma era la que se posaba en la ventana que daba para el patio. Santé la saludaba. Cada vez que salía ahí estaba la señora con la sonrisa dura, la mirada fija y doble, siguiéndolo hasta que daba la vuelta en el patio. Esa mirada galopante de la tía fue la primera en burlar los aguzados sentidos de Norady y Santé. La tía ya tenía dos semanas ahí, y no tenía para cuando irse. El muchacho estaba desesperado.

https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

Santé pensaba: voy a pedir con toda humildad y contrición a Dios para que me escuche y me ayude en esta encrucijada de mi vida. Amo a Dios, pero también amo a esta mujer, y la deseo, la deseo ardientemente. Pero todo lo que es religión me ha enseñado que no debo ser presa de la lujuria. Sin embargo, no puedo evitarlo, verla a ella, y ya no digas tocarla, me enciende. ¿Se le podrá hablar así a Dios, con toda confianza, como si fuera un amigo?, porque ¿a quién más puedo decirle estas tribulaciones? ¿a mis amigos? Se desternillarían de risa, ¿a mi madre?, no, qué pena, ¿a mi padre… padrastro?, no tenemos amistad ni confianza. Sólo me queda hablarle así a Dios y presentarle mis penas en su altar. Me gusta lo espiritual, pero también me gustan las mujeres, ¿es compatible?, ¿puedo orar con sinceridad, devoción y al mismo besarle los muslos a una mujer?, ¿puedo tocarla y admirar su cuerpo apreciando a Dios en él?

La pareja se arrejuntaba cada vez más. De la extrañez del cuerpo, pasaban al acoplamiento como un sentido. La oposición que temieron de los padres de ella, se ablandó un poco con la condición de que platicarían a un lado de la puerta y no a diario. Ya era una gazenancia enorme, y Santé no tuvo que hablar con nadie, todo lo arregló Norady.

Las caricias de sus cuerpos los apasionaban, aunque siempre eran rápidas, furtivas, limitadas. Santé no lo platicaba absolutamente con nadie, ni con sus amigos. Todas las vivencias las guardaba en su corazón. Además de la pasión, Santé compartía con Norady todo lo que tenía, la inició en el amor a la literatura, a la lectura, al arte. Tarde tras tarde, el patio se llenaba de pequeños besos y muchos libros, caricias y música. Ella también aprovechaba para hacer ahí mismo sus tareas. Leyeron a La Fontaine, Esopo, Oscar Wilde, Guy de Maupassant, algunos tomos de enciclopedias caseras, y otros muchos libros. El padre de Norady había comprado El libro de oro de los niños, que estaba llena de polvo, ellos la limpiaron y la leyeron tomo tras tomo.

Estas acciones crearon un clima de confianza porque eran verdaderas. Jugaban, conversaban. Los padres, aparentemente, no sospechaban mucho lo del sexo -o eso quería creer él-, pero los muchachos se iban necesitando cada vez más. Santé se iba con ella en las mañanas a la prepa, y la esperaba a que saliera. Luego, la volvía a buscar a las 5 pm en punto, y de ahí hasta las 7. Después, con los papás de Norady iban por el pan. Regresaban a las 8.30 de la noche, y así al otro día. Sólo interrumpían sus reuniones cuando ella tenía que partir con su familia algún sábado para ir a visitar a familiares. Sobre todo a un hermano de la mamá que vivía en la Vicente Guerrero. Después de un tiempo, ya los acompañaba también a ver a la familia.

Fue en la Vicente Guerrero donde por primera vez Santé le vio la mitad del cuerpo desnudo a Norady. Fue emocionante, no lo podía creer. Todos los familiares habían salido un momento, ellos se quedaron solos en la casa, y justo desde un ángulo desde donde podían dominar el panorama ella puso la silla de lado, se hincó en ella y recargó los codos en la mesa. Parado al lado él comenzó a acariciarle las caderas. Eran tan hermosas, redondas, proporcionadas, abundantes. Santé detectó su olor animalesco y perfumado. Ahí supo porqué se decía que se podía dar la vida por un trasero. Ella se meneaba con un ritmo que nadie le había enseñado. Después de esto, las caricias sexuales subidas de tono comenzaron a tener vida casi a diario, en la prepa, en el patio, en la calle, a escondidas, pero no podían pasar a más como quisieran, todo tenía que ser muy a las vivas de que alguien los viera. También practicaban el voyeurismo siempre que se podía. Se metían a un salón que estuviera vacío, todo tenía que ser muy rápido porque en la prepa siempre había estudiantes deambulando por todas partes, o luego los salones vacíos estaban cerrados. Ella se ponía de pie y Santé, desde la puerta del salón y echándole aguas, la miraba con la falda levantada y las pantaletas entremetidas. Él no podía más y llegando a casa, con esas imágenes en su mente, se satisfacía. Llevaba un calendario donde marcaba los días para no excederse, pero es que no podía contenerse, su deseo era enorme. Sólo a veces se preocupaba porque había escuchado que se podía quedar loco o impotente.

Sería el destino, el karma, o simplemente la sucesión de hechos los que conducían la vida de ellos por determinados caminos y no por otros. A Santé le hubiera gustado que Cupido disparara unas flechas más poderosas que permitieran la realización de su amor, pero quizá ese no era el trabajo del niño flechador. O quizá, quién lo sabe con certeza, existían fuerzas que él no conocía, pero, cual si estuvieran planeadas, determinaban el rumbo de las cosas.

Cuando venía de visita la tía Erasma, una hermana del papá de Norady, el ritmo de vida de ella y Santé se alteraba por completo, con gran desesperación para ellos. La tía era una mujer recia, que había ayudado a criar a todos los hermanos desde chiquitos, eran siete en total. Erasma estaba casada con un protestante fanático para el que casi todo era pecado. La familia de Norady no era muy católica, pero se sometían a los dictados de Erasma y su esposo Don Julio, el pastor, por unos días. Todos ordenados, nadie salía a la vagancia, oración cada vez que comían, y consejos todo el día. Cuando esta pareja llegaba a casa de los papás de Norady, ella no salía porque la tía se molestaba, la niña era muy chica y salir era exponerla al pecado.

Santé desesperado, encabronado, se asomaba al patio, salía, entraba, silbaba, pero de la amada ni sus luces, parecía que se la había tragado la tierra. Había momentos en que Santé dudaba si ella en verdad lo quería, si estaba ahí o si había salido sin avisarle. Sí, porque para ese tiempo tenían que avisarse a dónde, cuándo y a qué hora salían, y cualquiera de los dos que no lo hiciera era agandallado por el otro.

Pero, por esos días, Norady no salía. La tía Erasma era la que se posaba en la ventana que daba para el patio. Santé la saludaba. Cada vez que salía ahí estaba la señora con la sonrisa dura, la mirada fija y doble, siguiéndolo hasta que daba la vuelta en el patio. Esa mirada galopante de la tía fue la primera en burlar los aguzados sentidos de Norady y Santé. La tía ya tenía dos semanas ahí, y no tenía para cuando irse. El muchacho estaba desesperado.

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