/ miércoles 22 de diciembre de 2021

Norady y Santé XIV

Vitral

Santé padecía de muchas vacilaciones, pero se aferraba a la personalidad que él mismo se había construido, según muy fuerte, y no quería llorar ni expresar sus sentimientos. No podía decirle a aquel hombre, su padrastro, que le gustaría sentarse con él -como si fuera un padre- en una loma, al atardecer, y conversar de cómo se veían las nubes en el cielo y de cómo brillaba la tenue luz del sol entre las hojas de los árboles, o contarle sus penas. Soñaba con un momento así, se dejaba acariciar por ese guante y recordaba la canción de los Beatles de Todo lo que necesitas es amor.

Pero poco entendía Santé que toda aquella belleza que tanto lo sublimaba, que tanto le provocaba ese loco amor, también podría ser fuente de un gran dolor, pues la belleza de esa mujer no sólo la veía él, también la veían otros, y esos otros estaban al acecho, porque así es la vida, porque así es la realidad, porque somos animales sexuales y Santé poco podía hacer, es más ni siquiera sabía en qué momento todo se podía venir abajo producto del acecho de algún cabrón. Y así fue. Una mujer siempre es acechada, sobre todo si es hermosa, y el hombre no puede estar siempre cerca o atrás de ellas para impedirlo o prohibirlo, así que viene a ser exclusivamente decisión de la mujer a quién le abre las puertas… de su corazón.

Y como somos animales, precisamente por ello, ellas también sienten y piensan cosas exactamente igual que los hombres, e incluso más arriesgadas. Creer que porque son mujeres son toda santidad, decencia o recato, es una mentira, una equivocación, un cuento cultural generado quién sabe históricamente en dónde. La única realidad es que ellas también tienen ojos para otros hombres, y que mientras ruede la ruleta todo puede pasar, eso depende de muchas cosas, edad, condición social, impulso erótico, moral, convicciones, estado del amor.

Para un jovencito todos estos condicionantes son nuevecitos, apenas para estreno, no tiene experiencia, así que el balón está sobre la cancha. Darse cuenta de todo esto hacía de Santé un tipo celoso, posesivo. También Norady lo era. Y así comenzaron los pleitos y las escenitas, a pesar del amor que decían procurarse. No todo era miel sobre hojuelas, el caldero de la vida apenas comenzaba a hervir, y el horno no estaba para bollos. El viaje apenas comenzaba, y había mucho, mucho, por aprender en este milenario camino del amor y el deseo.

Cada día la posesividad del uno para el otro era mayor. No salía uno a la calle sin avisar, con detalles, a dónde iba. Creían que esto era una gran manifestación de amor y de confianza. Sin embargo, esta actitud comenzó a generarles problemas.

Santé quiso ir a Cuernavaca con sus amigos y se lo comunicó a Norady, pero ella se molestó mucho. A partir de entonces comenzaron a pelear más a menudo. Ella no quería que él saliera a ningún lado, mucho menos a Cuernavaca y con sus amigotes. Ninguna explicación le daba, nada más decía que no y que no, rabiaba, pataleaba, apretaba los dientes y se le querían botar los ojos, gritaba, lo pellizcaba en los brazos. Él se encabronaba y la pellizcaba también. Estaban como gallos. En eso pasó un hermano de Norady y se percató de reojo de lo que sucedía. No dijo nada. Entró a su casa y comenzó a gritar: - Oye , papá, por qué no metes a esa pinche escuincla. Está pelándose allá afuera con ese cabrón-. El hermano parecía poseído. Se quitó el cinturón y volvió a salir al patio, y tras él los demás hermanos. Santé quiso explicarles, pero ellos no mediaron palabras. Los cinturonazos comenzaron a volar y Santé corrió a todo lo que daba. Contra su voluntad y sometiendo su orgullo masculino, corrió, corrió y corrió.

Al llegar a la esquina, los amigos de Santé aparecieron como caídos del cielo, venían por él. Se puso feliz. Detuvo su loca carrera y dio media vuelta. Los amigos captaron todo de inmediato y saltaron por él. La cosa no llegó a mayores, pero Santé lloró de rabia, durante todo el camino a Cuernavaca, por la humillación recibida. Se sentía un cobarde, pero cómo iba a enfrentar a esos can-hijos armados con hebillas de cinturón, ¿valía la pena hacerle al héroe? Hubiera terminado todo madreado y quién sabe con qué consecuencias. Así que, más vale aquí corrió que…

En Cuernavaca se emborrachó, y le hubiera gustado conquistar a una mujer y olvidarse de todo, pero no lo hizo.

Qué somos nosotros, Norady, sino dos motas de polvo en el viento volando por el cosmos. Dos seres producto de miles y miles de generaciones a las que ahora les toca estar aquí sin saber muy bien por qué. Tú y yo guardamos toda la carga de nuestros antepasados, todos los genes, los arquetipos que hoy se topan, frente a frente, en este mundo duro y corrupto que a veces parece de piedra. Siento que mi amor hacia ti es sincero y bueno, pero quién sabe, a lo mejor quizá es pura biología, puro deseo, puras ganas de satisfacer mis añejas necesidades biológicas de placer y reproducción. A lo mejor, como dice tu mamá, yo ni te amo. Creí que todo era tan blanco y tan puro, y de pronto lo contemplo todo tan relativo. En momentos de lucidez te veo gorda, no me gustan tanto tus besos, ni tu olor, espaldona, medio bigotona, con ojos de apipizca y grandes cachetes. Y quizá tú, en tus adentros me veas a mi charro, chaparrón, prieto, flaco, sin chiste, desgarbado y feón. Quizá todo entre nosotros sea una simple farsa disfrazada de un gran amor. Quizá sólo seamos un tren de pasajeros el uno para el otro, un boleto de avión para uno de nuestros viajes por la Tierra. Quizá el amor ni exista.

Claro que cuando me atacan esas ideas me digo que no es cierto, que qué me pasa, que claro que te quiero y te amo con locura, pero una lejana voz me dice también que algo hay de cierto en lo que pienso, que no me gustas tanto, que quisiera encontrar algo mejor, que sólo me sirves de entrenamiento, pero que si no me queda otra, pues ya qué, pues le entro. Ya luego se me van pasando estos pensamientos, y me voy ajustando por quién sabe qué mecanismos de adaptación. Quizá son miedos. Miedos profundos de ir más allá, miedo de no tener el valor ni las agallas ni la hombría para tratar de conquistar a otra muchacha más guapa y no saber ni cómo. Sin dinero, sin galanura. Inseguro de mí mismo. A lo mejor de veras estoy re feo.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

Santé padecía de muchas vacilaciones, pero se aferraba a la personalidad que él mismo se había construido, según muy fuerte, y no quería llorar ni expresar sus sentimientos. No podía decirle a aquel hombre, su padrastro, que le gustaría sentarse con él -como si fuera un padre- en una loma, al atardecer, y conversar de cómo se veían las nubes en el cielo y de cómo brillaba la tenue luz del sol entre las hojas de los árboles, o contarle sus penas. Soñaba con un momento así, se dejaba acariciar por ese guante y recordaba la canción de los Beatles de Todo lo que necesitas es amor.

Pero poco entendía Santé que toda aquella belleza que tanto lo sublimaba, que tanto le provocaba ese loco amor, también podría ser fuente de un gran dolor, pues la belleza de esa mujer no sólo la veía él, también la veían otros, y esos otros estaban al acecho, porque así es la vida, porque así es la realidad, porque somos animales sexuales y Santé poco podía hacer, es más ni siquiera sabía en qué momento todo se podía venir abajo producto del acecho de algún cabrón. Y así fue. Una mujer siempre es acechada, sobre todo si es hermosa, y el hombre no puede estar siempre cerca o atrás de ellas para impedirlo o prohibirlo, así que viene a ser exclusivamente decisión de la mujer a quién le abre las puertas… de su corazón.

Y como somos animales, precisamente por ello, ellas también sienten y piensan cosas exactamente igual que los hombres, e incluso más arriesgadas. Creer que porque son mujeres son toda santidad, decencia o recato, es una mentira, una equivocación, un cuento cultural generado quién sabe históricamente en dónde. La única realidad es que ellas también tienen ojos para otros hombres, y que mientras ruede la ruleta todo puede pasar, eso depende de muchas cosas, edad, condición social, impulso erótico, moral, convicciones, estado del amor.

Para un jovencito todos estos condicionantes son nuevecitos, apenas para estreno, no tiene experiencia, así que el balón está sobre la cancha. Darse cuenta de todo esto hacía de Santé un tipo celoso, posesivo. También Norady lo era. Y así comenzaron los pleitos y las escenitas, a pesar del amor que decían procurarse. No todo era miel sobre hojuelas, el caldero de la vida apenas comenzaba a hervir, y el horno no estaba para bollos. El viaje apenas comenzaba, y había mucho, mucho, por aprender en este milenario camino del amor y el deseo.

Cada día la posesividad del uno para el otro era mayor. No salía uno a la calle sin avisar, con detalles, a dónde iba. Creían que esto era una gran manifestación de amor y de confianza. Sin embargo, esta actitud comenzó a generarles problemas.

Santé quiso ir a Cuernavaca con sus amigos y se lo comunicó a Norady, pero ella se molestó mucho. A partir de entonces comenzaron a pelear más a menudo. Ella no quería que él saliera a ningún lado, mucho menos a Cuernavaca y con sus amigotes. Ninguna explicación le daba, nada más decía que no y que no, rabiaba, pataleaba, apretaba los dientes y se le querían botar los ojos, gritaba, lo pellizcaba en los brazos. Él se encabronaba y la pellizcaba también. Estaban como gallos. En eso pasó un hermano de Norady y se percató de reojo de lo que sucedía. No dijo nada. Entró a su casa y comenzó a gritar: - Oye , papá, por qué no metes a esa pinche escuincla. Está pelándose allá afuera con ese cabrón-. El hermano parecía poseído. Se quitó el cinturón y volvió a salir al patio, y tras él los demás hermanos. Santé quiso explicarles, pero ellos no mediaron palabras. Los cinturonazos comenzaron a volar y Santé corrió a todo lo que daba. Contra su voluntad y sometiendo su orgullo masculino, corrió, corrió y corrió.

Al llegar a la esquina, los amigos de Santé aparecieron como caídos del cielo, venían por él. Se puso feliz. Detuvo su loca carrera y dio media vuelta. Los amigos captaron todo de inmediato y saltaron por él. La cosa no llegó a mayores, pero Santé lloró de rabia, durante todo el camino a Cuernavaca, por la humillación recibida. Se sentía un cobarde, pero cómo iba a enfrentar a esos can-hijos armados con hebillas de cinturón, ¿valía la pena hacerle al héroe? Hubiera terminado todo madreado y quién sabe con qué consecuencias. Así que, más vale aquí corrió que…

En Cuernavaca se emborrachó, y le hubiera gustado conquistar a una mujer y olvidarse de todo, pero no lo hizo.

Qué somos nosotros, Norady, sino dos motas de polvo en el viento volando por el cosmos. Dos seres producto de miles y miles de generaciones a las que ahora les toca estar aquí sin saber muy bien por qué. Tú y yo guardamos toda la carga de nuestros antepasados, todos los genes, los arquetipos que hoy se topan, frente a frente, en este mundo duro y corrupto que a veces parece de piedra. Siento que mi amor hacia ti es sincero y bueno, pero quién sabe, a lo mejor quizá es pura biología, puro deseo, puras ganas de satisfacer mis añejas necesidades biológicas de placer y reproducción. A lo mejor, como dice tu mamá, yo ni te amo. Creí que todo era tan blanco y tan puro, y de pronto lo contemplo todo tan relativo. En momentos de lucidez te veo gorda, no me gustan tanto tus besos, ni tu olor, espaldona, medio bigotona, con ojos de apipizca y grandes cachetes. Y quizá tú, en tus adentros me veas a mi charro, chaparrón, prieto, flaco, sin chiste, desgarbado y feón. Quizá todo entre nosotros sea una simple farsa disfrazada de un gran amor. Quizá sólo seamos un tren de pasajeros el uno para el otro, un boleto de avión para uno de nuestros viajes por la Tierra. Quizá el amor ni exista.

Claro que cuando me atacan esas ideas me digo que no es cierto, que qué me pasa, que claro que te quiero y te amo con locura, pero una lejana voz me dice también que algo hay de cierto en lo que pienso, que no me gustas tanto, que quisiera encontrar algo mejor, que sólo me sirves de entrenamiento, pero que si no me queda otra, pues ya qué, pues le entro. Ya luego se me van pasando estos pensamientos, y me voy ajustando por quién sabe qué mecanismos de adaptación. Quizá son miedos. Miedos profundos de ir más allá, miedo de no tener el valor ni las agallas ni la hombría para tratar de conquistar a otra muchacha más guapa y no saber ni cómo. Sin dinero, sin galanura. Inseguro de mí mismo. A lo mejor de veras estoy re feo.


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