Poseía el complejo manolomuñocesco, el de la llamarada de petate. Aparte, lo amenazaban principios de alcoholismo. Se sentía muy chingón y con sangre de artista. Santé seguía hable y hable con la mamá de Norady, sus palabras caían como piedras, entre los lavaderos, sobre las orejas de la señora, que sólo le daba el avión, entre la complacencia, el chisme y la lástima. Además, ahora estaba encantada con la dulzura y caballerosidad del nuevo yerno, al que Santé no dejaba de tirar mala leche.
Lo odiaba, no a él, sino a lo que representaba. Le recordaba a algunos amigos de la banda, del barrio, que desde muy chavos entraron a trabajar a los bancos, traían dinero en los bolsillos, ya traían un carrito viejo -su primer auto-, e invitaban a Santé -el mísero estudiante sin un peso n la bolsa-, a cenar al Toks o al Denny’s, esos nuevos palacetes de comida, a los que entraban sin saber cómo comportarse. Fueron ahí guiados por anti Dantes y pseudo Virgilios a esos lugares vigilados por capitanes de meseros, en vez de feroces mastines, y en lugar de látigos les preguntaba qué querían ordenar.
Y, ahora, un tipo parecido a los cuates antiguos, trabajadores y con dinero en la bolsa, le había dado baje con la novia amada. Qué gordos le caían. Ahí, entre café y molletes en esos restaurantes, las pláticas fueron cambiando de las broncas y las conquistas en la calle, a las tarjetas de crédito adquiridas. El ñoño, ñero del barrio, ahora sacaba a relucir su cartera repleta de tarjetas del Palacio, París-Londres, Liverpool, Suburbia, Bancomer, junto a las credenciales de su trabajo que ahora lo aseguraban como un ciudadano respetable en el mundo.
Hoy, uno de esos tipos, un cero treintaynueve, se había llevado a su novia, y lo que eso le dolía, válgame Dios. Por eso lo odiaba y lo envidiaba. Sus castillos quedaba demolidos. El error fue creerla suya. Olvidó que el tiempo no siempre está de nuestro lado. Heredero de roqueros pesados, y ahora postrado ante discursos fresas y gente vendida al sistema. Escuchaba y escuchaba música, fumaba, cerraba los ojos, y le parecía no poder salir del estado catatónico en el que estaba. ¿Qué era lo que en el fondo de su ser lo iluminaba y seguía impulsando? Entrever esta idea lo ayudó a no decaer totalmente y a darse cuenta de que podía salir adelante. No se trataba de algo metafísico, pero captaba que era una lucha entre su razón y corazón y otras posibilidades más chafas. ¿De dónde le provendría?
Escuchaba el programa “Vibraciones”, de Radio Capital. Entre las sombras le parecía ver el rostro de su madre cuando joven, volviendo de trabajar. También como que escuchaba las risas de su hermanos cuando jugaban de chicos. Veía también a su maestra Maricruz, de primero de primaria, tan cariñosa y comprensiva, y que le provocó uno de sus primeros impulsos eróticos. Veía también a su padrastro y su constante lucha por el dinero para comer, para vivir. Sin pláticas, sin espacios más allá que el que les dejaba la televisión que casi todo el día estaba encendida. Recapacitó acerca de lo buenas que habían sido con él algunas chavas a las que consideró feas en su momento. Repasó en su mente la actitud de Jesús para con las mujeres. Lo visitó Bola de sebo, de Maupassant, aunque a decir verdad, Santé preferiría tener a Claudia Islas entre sus brazos.
¿Hasta cuándo seguiría todo así?¿por dónde encaminar aquello sin perjudicar a nadie? ¿Sería cuestión de conformarse?: las viejas buenas y bonitas eran para los ricos, las otras para los demás. Si entre éstas últimas te tocaba alguna flor del barrio que aguante, pues tuviste suerte. ¿Sería por eso que muchos papás tenían mujeres por otros lados? ¿no les llenaba lo que tenían en casa? Esas eran las preguntas de toda la vida. Cuando encontró a Norady creyó que habían sido superadas, pero ahora , sin ella, se le agigantaban.
Era un hombre común y corriente, más corriente que común, igual a los que había criticado. Creyendo y hablando de libertad cuando no la practicaba ni siquiera para sí y para su entorno. Al atar a otros , se ataba a sí mismo. Estaba en un estado de tensión que no hallaba reposo, ¿era sólo por lo de Norady? No, había algo más. Sintió que todo había sido chafa en su vida. Sabía más de John Lennon que de Benito Juárez, pero la verdad, no sabía bien ni de uno ni del otro, pero le gusta una cosa de ambos, su lucha por la paz. El respeto al derecho ajeno, y que llegue la paz, pero él mismo vivía una tormenta interior sin paz. Dependiente, rebelde, confundido, pero resuelto a salir de este embrollo. ¿Le bastaría con buscar la solución en los libros Og Mandino y Dale Carnegie que había en su casa? ¿Qué posición adoptar? ¿Conformismo, odio, revancha, amargura, sumisión?, ¿podría luchar contra esos monstruos bellos? ¿Era la maldad cuestión de personalidades? ¿existía en él algo más serio y profundo que no conocía? Se le abrieron los ojos. Él no era ni mártir ni víctima.
Sus especulaciones se vinieron abajo y se pusieron aprueba el día que encontró a Norady y a Alberto Salcedo besándose apasionadamente al amparo de la oscuridad. Se fajaban como a Santé le hubiera gustado haberlo hecho. En otra ocasión los encontró en las escaleras. Ella arriba de un escalón. Tenía puesto su vestido verde. El tipo le metía la mano. Santé pasó con la mirada puesta al horizonte como si no se diera cuenta de que ahí estaba alguien. Tragó saliva y sintió que una flecha atravesaba su corazón, una flecha con veneno paralizante. Entró a su casa y se asomó por entre las cortinas de la cocina. Ellos se agasajaban ardientemente. ¿por qué nadie les caía? ¿por qué no salían los hermanos hechos una furia? ¿por qué no estaba ahí la cuñada para caerles y acusarlos? Se le erizó todo, se estaban fajando a su vieja. No pudo contenerse y se satisfizo. La realidad y el placer tuvieron un encontronazo ese día. Los maldijo. Entre la venida veía la cara de Norady llena de placer, pero estaba con otro que no era él. Los observaba desde atrás de la ventana, en silencio, sin hacer ruido para no interrumpir el agasajo. Se tambaleaba entre el auto placer y el llanto más amargo.