/ miércoles 12 de enero de 2022

Norady y Santé XV

Vitral

Y cómo me va a pelar una chica de veras guapa y dulce, me digo, mejor me quedo contigo, pues ya qué, alguna dosis de felicidad me otorgarás. Quizá tú misma piensas cosas parecidas. Los hombres y las mujeres no son tan diferentes, en el fondo somos bastante iguales. Nuestra diferencia sólo es biológica y funcional, pero somos muy parecidos en esencia.

Santé comenzó a plantearse seriamente casarse con Norady. No sabía exactamente cuándo ni bajo qué circunstancias, simplemente quería hacerlo. Para él no había más mujer que Norady, no la engañaba, no era infiel. Es cierto, a veces le caía gorda, la veía fea, pero eso le venía por momentos y nunca era algo permanente. Junto a otras mujeres más guapas o más buenas, Santé dudaba, sudaba, pero su corazón estaba con su gordita. La mañana, la tarde y la noche eran para ella. Su cercanía lo hacía vivir, lo fortalecía. Sus sueños estaban con Norady.

Un día, temprano, en que le estaba ayudando a hacer la tarea, Norady necesitaba unas estampas para ilustrar un tema de historia. Fueron a la papelería. El progreso había llegado a la colonia, y ahora aquellas papelerías de la esquina que surtían al barrio estaban quedando fuera de la modernidad. Ahora comenzaba la época de las grandes papelerías modernas y grandes, de autoservicio. La moda, lo nuevo, lo rápido se imponía. Fueron a una de estas nuevas papeleras -ya no papelerías-. Ahora, lo último eran empleados uniformados con batillas de terlenka atendiendo en los pasillos.

Norady y Santé entraron al recién estrenado negocio y fueron observando mercancías y precios. Santé miraba unas carpetas, se entretuvo, eran su pasión, ahí apuntaba frases célebres de sus autores favoritos, de lo que iba leyendo.

De ahí se fueron al mercado por un kilo de chicharrón, porque la familia de ella iba a comer taco placero. Ella fue por un pasillo, Santé por otro. Él fue a ver si estaba abierto el puesto de los eskimos. De pronto volteó y observó que Norady platicaba con un empleado de un puesto de carnes, ambos sonreían. Sintió inquietud, pero comprendió que podía tratarse de un alucín celoso. De cualquier forma, en otro pasillo, le preguntó en tono bajo y casi sonriente a Norady.

-De qué estaban hablando

- Quiénes, preguntó Norady

Santé se dio cuenta, sintió que ella le ocultaba algo. Bien que sabía ella a qué se refería la pregunta y esquivaba la vista visiblemente nerviosa.

-Como quiénes- dijo Santé-, pues con quién estabas hablando en el pasillo.

- Ah, no , de nada. Le estaba preguntando un precio.

Santé volteó y el empleado los observaba atentamente, sintió que a sangre le hervía, pero no quiso darlo a notar, tenía que controlar la situación. Norady sonreía. Él se sintió mareado, le pareció una pesadilla, pero no, estaba ahí, parado en el mercado, junto a el puesto de aguas de coco, y su chica, a la que creyó casi un caracol de playa de esos que no se mueven, ahora sonreía para sí misma, quién sabe de qué. Santé jaló aire, se irguió más de lo normal y camino como queriendo apantallar, como un gallo, lento, pendiente de todo y girando la cabeza altivamente. Presintió algo…

Qué le diría ese tipo, cómo fue el momento del encuentro, desde cuándo. Seguro ella caminó entre los pasillos del mercado, con su vestido verde esmeralda que permitía delinear su exuberante talle, el tipo la miró y la abordó como si quisiera atenderla, pero en realidad quería conquistarla, poseerla. Como lo que somos finalmente, animales. Claro la máscara sería la amabilidad y la simpatía. Y seguro desde entonces ella buscaba pretextos para ir al mercado para que él la cortejara, pero … si era mi novia. Eso a ella simple y sencillamente no le importaba, rápido ha de haber pensado: corto a Santé, ya es tiempo. Una figura se desinflaba mientras otra crecía, una perdía cualidades mientras otra se volvía el objeto de nuevas y poderosas ilusiones.

Ya en su casa, sentado en el sillón, Santé reflexionó. A pesar de todo, parecía estar casi casado con Norady. Para él sólo les faltaba la bendición oficial. Soñaba con el momento en que por fin pudieran besarse y abrazarse desnudos en un lugar donde nadie los molestara, pero de pronto se le figuraba ver a la mamá de Norady acostada en medio de ellos. Una pesadilla con fondo musical “No tengo edad, no tengo edad, para amarte, y no está bien, que salgamos solos los dos”, pero Norady ya había cumplido los 17, y Santé ya tenía los 18. Qué pronto se había ido el tiempo. Ya tenían edad suficiente para pensar en casorio. Pero casi veía a Norady cantar lastimosamente: “Deja que viva, este amor tan romántico, deja que llegue, el día soñado, mas ahora no”. Mientras, la mamá lo veía con ojos de “ven, todavía puedo”. Eran las proyecciones, frustraciones y sueños de él proyectados al futuro. Se quedó dormido en el sillón, y su mamá le echó una cobija encima para que no tuviera frío.

Al otro día recordó que tenía cita con su amada, se levantó y salió a la calle. La esperó en la esquina, iban a ir al centro. Ella estaba terminando de arreglarse. Se puso unos zapatos blancos que casi no utilizaba porque a Santé no le gustaban. Salió de la casa. Cuando llegó a la esquina la comenzó a cagotear.

-Por qué te tardas tanto, carajo-, dijo él, frunciendo la cara y volteando la mirada. Norady sabía de las reacciones violentas de Santé, y se sentía tensa. El siguió con los zapatos.

- y esas pinches chanclas de payasa qué…

Ella contestó tímidamente

-Ay, oye, a mí me gustan

-Pues te regresas y te los quitas ahora mismo- dijo él en verdad enojado, poseído, y no era la primera vez que se ponía en ese plan. Por lo general iba de la amabilidad a la agresión, de lo directo a la hablada, de lo convincente a la imposición. En su feudo tenía que hacerse lo que él decía. No era capaz de entender que un hombre no podía controlar todo a la vez. Sus críticas iban dirigidas cuando no al vestido, al peinado, a las combinaciones de ropa. Según él, esos temas no le importaban, pero no era así. No se daba cuenta de sus enormes contradicciones y de su violencia, de las que había mamado y con las que lo habían bautizado desde niño, y esa tremenda inseguridad.


Y cómo me va a pelar una chica de veras guapa y dulce, me digo, mejor me quedo contigo, pues ya qué, alguna dosis de felicidad me otorgarás. Quizá tú misma piensas cosas parecidas. Los hombres y las mujeres no son tan diferentes, en el fondo somos bastante iguales. Nuestra diferencia sólo es biológica y funcional, pero somos muy parecidos en esencia.

Santé comenzó a plantearse seriamente casarse con Norady. No sabía exactamente cuándo ni bajo qué circunstancias, simplemente quería hacerlo. Para él no había más mujer que Norady, no la engañaba, no era infiel. Es cierto, a veces le caía gorda, la veía fea, pero eso le venía por momentos y nunca era algo permanente. Junto a otras mujeres más guapas o más buenas, Santé dudaba, sudaba, pero su corazón estaba con su gordita. La mañana, la tarde y la noche eran para ella. Su cercanía lo hacía vivir, lo fortalecía. Sus sueños estaban con Norady.

Un día, temprano, en que le estaba ayudando a hacer la tarea, Norady necesitaba unas estampas para ilustrar un tema de historia. Fueron a la papelería. El progreso había llegado a la colonia, y ahora aquellas papelerías de la esquina que surtían al barrio estaban quedando fuera de la modernidad. Ahora comenzaba la época de las grandes papelerías modernas y grandes, de autoservicio. La moda, lo nuevo, lo rápido se imponía. Fueron a una de estas nuevas papeleras -ya no papelerías-. Ahora, lo último eran empleados uniformados con batillas de terlenka atendiendo en los pasillos.

Norady y Santé entraron al recién estrenado negocio y fueron observando mercancías y precios. Santé miraba unas carpetas, se entretuvo, eran su pasión, ahí apuntaba frases célebres de sus autores favoritos, de lo que iba leyendo.

De ahí se fueron al mercado por un kilo de chicharrón, porque la familia de ella iba a comer taco placero. Ella fue por un pasillo, Santé por otro. Él fue a ver si estaba abierto el puesto de los eskimos. De pronto volteó y observó que Norady platicaba con un empleado de un puesto de carnes, ambos sonreían. Sintió inquietud, pero comprendió que podía tratarse de un alucín celoso. De cualquier forma, en otro pasillo, le preguntó en tono bajo y casi sonriente a Norady.

-De qué estaban hablando

- Quiénes, preguntó Norady

Santé se dio cuenta, sintió que ella le ocultaba algo. Bien que sabía ella a qué se refería la pregunta y esquivaba la vista visiblemente nerviosa.

-Como quiénes- dijo Santé-, pues con quién estabas hablando en el pasillo.

- Ah, no , de nada. Le estaba preguntando un precio.

Santé volteó y el empleado los observaba atentamente, sintió que a sangre le hervía, pero no quiso darlo a notar, tenía que controlar la situación. Norady sonreía. Él se sintió mareado, le pareció una pesadilla, pero no, estaba ahí, parado en el mercado, junto a el puesto de aguas de coco, y su chica, a la que creyó casi un caracol de playa de esos que no se mueven, ahora sonreía para sí misma, quién sabe de qué. Santé jaló aire, se irguió más de lo normal y camino como queriendo apantallar, como un gallo, lento, pendiente de todo y girando la cabeza altivamente. Presintió algo…

Qué le diría ese tipo, cómo fue el momento del encuentro, desde cuándo. Seguro ella caminó entre los pasillos del mercado, con su vestido verde esmeralda que permitía delinear su exuberante talle, el tipo la miró y la abordó como si quisiera atenderla, pero en realidad quería conquistarla, poseerla. Como lo que somos finalmente, animales. Claro la máscara sería la amabilidad y la simpatía. Y seguro desde entonces ella buscaba pretextos para ir al mercado para que él la cortejara, pero … si era mi novia. Eso a ella simple y sencillamente no le importaba, rápido ha de haber pensado: corto a Santé, ya es tiempo. Una figura se desinflaba mientras otra crecía, una perdía cualidades mientras otra se volvía el objeto de nuevas y poderosas ilusiones.

Ya en su casa, sentado en el sillón, Santé reflexionó. A pesar de todo, parecía estar casi casado con Norady. Para él sólo les faltaba la bendición oficial. Soñaba con el momento en que por fin pudieran besarse y abrazarse desnudos en un lugar donde nadie los molestara, pero de pronto se le figuraba ver a la mamá de Norady acostada en medio de ellos. Una pesadilla con fondo musical “No tengo edad, no tengo edad, para amarte, y no está bien, que salgamos solos los dos”, pero Norady ya había cumplido los 17, y Santé ya tenía los 18. Qué pronto se había ido el tiempo. Ya tenían edad suficiente para pensar en casorio. Pero casi veía a Norady cantar lastimosamente: “Deja que viva, este amor tan romántico, deja que llegue, el día soñado, mas ahora no”. Mientras, la mamá lo veía con ojos de “ven, todavía puedo”. Eran las proyecciones, frustraciones y sueños de él proyectados al futuro. Se quedó dormido en el sillón, y su mamá le echó una cobija encima para que no tuviera frío.

Al otro día recordó que tenía cita con su amada, se levantó y salió a la calle. La esperó en la esquina, iban a ir al centro. Ella estaba terminando de arreglarse. Se puso unos zapatos blancos que casi no utilizaba porque a Santé no le gustaban. Salió de la casa. Cuando llegó a la esquina la comenzó a cagotear.

-Por qué te tardas tanto, carajo-, dijo él, frunciendo la cara y volteando la mirada. Norady sabía de las reacciones violentas de Santé, y se sentía tensa. El siguió con los zapatos.

- y esas pinches chanclas de payasa qué…

Ella contestó tímidamente

-Ay, oye, a mí me gustan

-Pues te regresas y te los quitas ahora mismo- dijo él en verdad enojado, poseído, y no era la primera vez que se ponía en ese plan. Por lo general iba de la amabilidad a la agresión, de lo directo a la hablada, de lo convincente a la imposición. En su feudo tenía que hacerse lo que él decía. No era capaz de entender que un hombre no podía controlar todo a la vez. Sus críticas iban dirigidas cuando no al vestido, al peinado, a las combinaciones de ropa. Según él, esos temas no le importaban, pero no era así. No se daba cuenta de sus enormes contradicciones y de su violencia, de las que había mamado y con las que lo habían bautizado desde niño, y esa tremenda inseguridad.


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