Después de masturbarse sintió ser el más desgraciado de los hombres. El placer le había durado unos segundos, mezclado con odio y enfermedad del alma. Ahora ya no tenía la menor satisfacción, al contrario, se sentía fatigado física y anímicamente. Desde su escondite observó que la pareja suspendía el encuentro al mismo tiempo en que él había terminado. Con la poca luz que se filtraba por la ventana Santé se vio la mano, la tenía escurriendo. Se limpió con un trapo de cocina, fue a su cama, encendió un cigarillo y se quedó dormido sin darse cuenta. El tabaco se consumió solitario en un cenicero.
Los días pasaban y a Santé no se le pasaba la pesadumbre. En vano intentaba hablar con Norady. Ella lo esquivaba, no lo pelaba, o de plano le decía que no podía hablar con él porque ya tenía otro novio, además, si la descubría su mamá la regañaría mucho y no quería problemas. Santé estaba enfurecido, con ganas de llorar de impotencia. Se jalaba los cabellos y se tragaba los corajes.
A las pocas semanas, Norady cedió un poco. Cuando nadie la veía le sonreía a Santé, pero se cuidaba de todos, absolutamente nadie debía enterarse, pues pensarían que era una cualquiera. Así se lo habían dicho, advertido.
Santé llegó a inventar trucos para hacerle creer a Norady que se suicidaría por ella. La vigilaba , y cuando la veía salir e iba a pasar frente a su casa, abría la puerta de par en par y valiéndolo gorro quien estuviera le gritaba -¡Norady, Norady, mira-, cuando ella volteaba se apretaba un cuchillo contra el pecho que le reventaba una bolsita con líquido rojo, aguado y transparente, que no impresionaba en lo más mínimo a Norady. Incluso lo veía ridículo. Le decía -Si te vas a matar, hazlo de verdad-. Y se retiraba tranquilamente.
Santé era incapaz de interpretar toda su vivencia desde el otro punto de vista. En cambio, Norady reía y andaba como si nada, completamente feliz. Su nuevo novio venía a diario, y hasta se quedaba en su casa cuando se le hacia tarde jugando cartas con los hermanos de ella.
A pesar de todo, Santé luchaba, y se daba cuenta de que lo que él creía chafez personal, era de otros también; tenían una causa común, por tanto, la solución debía ser también común. De todas formas. A veces no aguantaba más su ardor y subía a la azotea a plagiar unas pantaletas de Norady, las conocía todas. Esto se le fue convirtiendo en manía, y seguido se dedicaba a espiar a Norady en sus agasajes en la escalera. A Santé ya no le quedaba más que empuñar su propia arma y satisfacerse. La pareja pensaba que nadie los veía, ella vestía hermosos vestidos que le llegaban arriba de las rodillas. Adoptaba posiciones que nunca tomó con él, con sus espléndidas caderas puesta al amor. Toma, toma, toma, los tres se derretían.
Santé era el capitán de un submarino. Navegaba entre los mares más oscuros y complacientes del onanismo enfermizo. Se daba cuenta, pero no tenía fuerza de voluntad para evitarlo, no quería, sentía demasiado doloroso placer. A diario soñaba, dormido o despierto, con Norady.
Santé añoraba la miseria de besos y caricias que le tocaron, y el cálido cuerpo de Norady. Repetía su nombre sin cesar, le componía canciones y poemas. Releía sus cartas. “Gordito, mi amor, papacito, te amo con toda mi alma y mi cuerpo. Me gustan mucho tus caricias, cuando me tocaste ahí, ay, sentí tan rico. Quiero tu cosita en mi cosita. No me gusta verte enojado, pero yo sé cómo contentarte. Perdóname por ser así tan…pues no sé cómo. Luego me haces, porque tengo muchas ganas, me haces mucha falta, te necesito. Te quiero por tu cuerpo, pero también por tu forma de pensar, por hacerte tanto del rogar y porque me quieres mucho. Espero que después de Dios, yo sea tu único amor. Hasta mañana, mi amor. Quiéreme cada vez más. Perdóname por los traumas que dices que tengo, lo que pasa es que me da tristeza que te fijes en otras personas. Quiero que sólo seas para mí y nunca dejes de ser mi novio, mi esposo, mi amante. Si Dios me da permiso ya no voy a ser como soy. Ayúdame, no me hagas pensar otras cosas de ti. Sueña conmigo toda la noche. Yo voy a tratar de soñar contigo.
Quien siempre te ama aunque me digas de groserías y tomes cervezas. Norady” .
A Santé se le humedecieron los ojos. Comprendió cuánto amaba a Norady, pero también cuánto la había maltratado. Qué tonto inexperto había sido, pero a la vez no podía comprender el porqué del cambio tan radical de ella que hasta se negaba a un intercambio civilizado de palabras. También el riesgo de un pleito con los hermanos frenaba a Santé para detenerla y forzarla a hablar. Recordaba las humillaciones, el miedo y la rabia que había tenido que tragarse en situaciones anteriores. -¿Y el collar?- preguntaba uno de sus hermanos cuando Santé llegaba a salir con ellos a alguna visita familiar. Todos se reían y él tenía que hacer como que no se daba cuenta.
Ahh, Norady, tan bien que la habían pasado algunas veces. En esos momentos le parecía estar en un noveno piso de un hotel con vista al mar, el atardecer y un suave viento soplando sobre su cabello. La puesta de sol los alumbraba. O aquellos momentos en que se despedían en el patio, dándose un beso rápido y tratando de fundir sus cuerpos, siempre de prisa para que no los fueran a ver. El dilema era que lo que ellos querían hacer sólo era posible si estaban bien casados por todas las de la ley, no había de otra. Antes no. Entonces tuvieron que inventar un amor carnal que nunca se realizó, aunque ellos se asumían como esposos. Se habían jurado ser fieles por la santa intimidad que habían compartido sus cuerpos jóvenes y vírgenes.
Desesperado, Santé le escribió una carta que le entregaría como fuera. La escribió taquigráficamente. “Siento horrible cuando mi madre me pregunta si tú y yo ya no …. Al pensar en la respuesta se me aclararon varias cosas. No quisiera para ti que cayeras en lo mismo que todas: la mediocridad y el golfeo. Está bien, ya no te voy a buscar, pero quiero saber si te puedo hablar en cualquier momento, como amigos. Tú conmigo puedes hacerlo cuando quieras. Te voy a regalar unos libros, léelos cuando te sientas sola y deprimida. Acuérdate de mí. También te voy a escribir una carta que quiero que guardes muy bien. Será el último de nuestros secretos …”