Recuerda que siempre te amaré. Mediocres hay muchos, que destacan muy pocos. Cuando te vuelva a ver, en el futuro, quiero encontrarte superada. Nunca te conformes con lo que eres. Conserva la decencia para que nadie tenga que hablar de ti. No por un deseo pasajero tires tu reputación. Busca quien te quiera y quieras, con mucha seguridad. Y sabe que cuentas siempre conmigo.” Así terminaba su carta.
En la radio sonaba fuerte Sólo sé que fue en marzo, de Juan Gabriel. Su letra era como un cuchillo para Santé. Y la música tan triste y deprimente… Norady estaba cada día más y más lejana. Para Santé esto resultaba demasiado cruel. Tenía que aceptar una voluntad impuesta desde afuera, contra su voluntad, cuando él casi siempre había hecho lo que había querido. Esto lo trastornaba. Por esos días comenzó la temporada de lluvia, y él pensaba en su situación mientras se daba empapada tras empapada bajo tremendas tormentas. La lluvia le calmaba los nervios. Además le daba gusto ver la cara de asombro, ¿o lástima?, de los vecinos cuando lo veían llegar caminando tan tranquilo, como si nada. Incluso, a veces , hasta se quedaba en el patio un rato, pero de Norady ni sus luces.
De entre todos los ruidos que venían desde la calle y de la vecindad, Santé distinguía perfectamente los pasos de su amada, de inmediato le caían encima toneladas de recuerdos. El corazón le palpitaba como loco, pero ya no se asomaba a la ventana, para qué. Ya no. La última idea que le pasaba por la cabeza era la de convencer a Norady de volver para luego mandarla a la goma. No quería perder, no era una vieja la que lo iba a mandar a volar, sino él a ella. Que ellas sean la obediencia encarnada, la sin gusto ni criterio propio. Norady se había zafado de él, pero no de su propia madre.
Santé no quería que nadie sufriera, que nadie pasara por lo que él estaba pasando, pero eso era imposible. Nadie experimenta en cabeza ajena. Él no iba a cambiar nada. Desde que el mundo es mundo habían venido sucediendo esta clase de historias, era la rueda de la historia humana girando, era el eterno retorno, era como si todo volviera a renacer. Para enfrentar su presente los seres humanos tendrían que repasar el pasado, escuchar a los viejos, pero a quién le importaba eso, quién estaba dispuesto. Cada quien, en la construcción de su persona cree saberlo todo, es un mecanismo complejo, necesario, pero limitante. Y lo más seguro es que así siga mientras dure la existencia humana.
Pasado un tiempo Norady y Santé conversaban de vez en cuando. De esas raras ocasiones en que no había nadie en el patio de la vecindad. A ambos se les volvieron a cargar las baterías. Dicen que donde hubo fuego … Agasajaron, quedaron de verse, volvieron a agasajarse. Santé pidió un coche prestado. Su amigo Felipe le prestó su vocho. Santé se sintió en misión secreta envuelta en amor. Recogió a Norady en una esquina. Ella traía una pañoleta puesta en la cabeza y lentes oscuros. Lo más expresivo en una persona son sus ojos, pero ella necesitaba ocultarlos. Santé pensó que con imaginar que nadie los reconocería estaba todo arreglado. Llegaron a un hotel, pero a Norady le cayó en ese momento toda la culpa encima. Arrepintióse, y Santé dejóla. No la violó ni la obligó ni la forzó. Intentó convencerla, pero ella, a cada ruego, se incomodaba más. Él se sintió un traidor a sí mismo. Estaba encabronado, pero su espíritu paternalista, autoritario y machista cedió. Echó a andar el vocho y salieron patinando llanta del hotel. En la salida a la calle tuvo que frenar bruscamente y una puerta se azotó contra el muro del pasillo que conducía y sacaba a la gente del lujurioso hotel.
No hablaban. Cuatro calles adelante Santé detuvo el auto. Le ofreció disculpas a Norady. Ella también se disculpó, es que guardaba su virginidad para su noche nupcial. Santé ardía en deseos de por fin poseerla desnuda, pero se dio cuenta de que sería mejor, o peor, masturbarse. Se besaron y el beso supo a una despedida definitiva. Adiós a tu cuerpo cálido y bello, Norady; adiós a tu amor autoritario y tierno, Santé. Adiós. La dejó en la siguiente esquina. Él siguió su camino. Se sintió iluminado interiormente, tranquilo, sin la agitación que lo enfermó en los últimos días. Todo lo que vivieron desde la primera vez aún le dolía. Los primeros besos, el primer cuerpo femenino que tuvo entre sus manos. Sus senos, las caderas, su boca, la sonrisa, toda ella. Conocieron el amor en otra dimensión más allá del sexo insatisfecho. Les dejó muchos entuertos en la conciencia. Y no, nunca logró concretarse ese beso que cuando menos él siempre anheló. Nunca pudo materializarse ese esperado momento que todo enamorado sueña. Siempre a las prisas, siempre con temor. El vacío producido por tal circunstancia era del tamaño de un agujero negro en la noche, de una impotencia espeluznante, de una amargura y frustración inenarrable. Sólo el que vive esto puede saber cuánta rabia queda contenida entre los labios, en la boca, en las manos, cuántos delirios, cuántas ilusiones. Sólo Dios sabe cuánta angustia y dolor quedan prendidas en las muecas de la cara, y ahí estarán por años hasta que, ojalá, un nuevo y poderoso amor pueda aligerar esa pena y reconstruir el rostro y el corazón con nuevos y apacibles gestos.
Santé siguió masturbándose con los recuerdos de Norady. Después, quién sabe por qué torcimiento, comenzó a comprar revistas de viejas encueradas y hasta de pasquines con dibujos populacheros.
Santé palpó que la totalidad de su ser no podía permanecer en un solo estado. Andaba buscando causas, a pesar de seguir padeciendo sus manías. Era un proceso lleno de contradicciones, pero le interesaba superar la más chafa de ellas: la apatía, la hueva, la desilusión, la desesperanza, la neurosis y el auto aniquilamiento.
Llegó el sacrosanto día de la boda con el nuevo novio. Los tiempos de dudas habían quedado atrás para Norady. Fueron masacrados a golpes de la vida por su mamá y por ella misma. Santé había logrado hacerla titubear, recurrió a sus mejores trucos, a sus poses más amables y caballerosas, pero la mirada y sonrisa de ella ya no era la misma de antes.