“El Cielo en la Piel” es el título de la obra de Edgar Chías que el grupo Galatsia está presentando en la sala teatral La Cartelera. Se trata de una obra que expone la violencia que sufren las mujeres en nuestra sociedad; sus temas son la violación, el asesinato, y también las ilusiones que se despiertan a pesar de la cotidianidad que mantiene en guardia a las mujeres.
Pudiera pensarse que las actrices y el actor del elenco se han sumado a la moda que denuncia los feminicidios, pero más bien se podría decir que han agarrado por los cuernos el toro de la cotidianidad para poner en la piel del público, así como el autor pone “el cielo en la piel” de la víctima teatral, la sensación de la violencia que en muchos casos solamente se conoce en la teoría.
El teatro, con o sin lo que se llama “la cuarta pared”, coloca en el sistema nervioso y en la epidermis de los espectadores sentimientos y sensaciones que de otra manera jamás coparán al público. Es lo que sucede con los celos, por ejemplo, que en el “Otelo” de Shakespeare llegan a desorbitarse hasta un extremo que, probablemente, resulte ajeno a las maneras de ser de los espectadores. Si es así, el teatro habrá ofrecido una experiencia que se volverá profilaxis.
Cuando el terapeuta propone al paciente la recreación de algún episodio traumático, lo hace para revivir la experiencia y permitir observar a “toro pasado” ciertos aspectos que darán luz al problema. Lo mismo sucede en el teatro: al sentir con los actores una experiencia desagradable, el sistema nervioso de los espectadores acusa recibo y, probablemente, se gane algo de conciencia.
Desafortunadamente, la violencia se percibe como estadística, esto si no se torna rutina que se tapa con otra violencia cotidianamente reiterada, por eso el afán de dar nombre e historia a las víctimas, tal como lo pretende el movimiento que encabeza Javier Sicilia, afán similar al que mantuvo en vida Javier Valdez, el periodista sinaloense asesinado hace un año.
Lo dice Edgar Chías en la obra que estamos comentando: “Matan al otro, violan a la otra”: Es entonces que el teatro personaliza la experiencia y quizás suceda lo que le pasó a Mahets’i, mi hija, que después del estreno salió odiando a Mauricio Figueroa, el actor que encarna al depredador.
Queremos pensar que probablemente los espectadores tomen conciencia del asunto, aunque, no lleguen a la conciencia en sí, categoría que es la única que permite incidir en la realidad. Pero algo es algo. Después de todo, el teatro es ficción y como tal es juego, pero lúdico y ficcional si te toca, te toca, y eso debe ser saludable en el nivel individual y colectivo.
En este sentido se podrían “tocar” a las instancias burocráticas que se ocupan del problema, para superar el sabor a trámite con el que se deshumaniza la situación que, en el corazón de los parientes de la víctima, resulta desesperante cuando se pospone o se traspapela.
Hará falta entonces buscar a las funcionarias y los funcionarios para intentar tocarlos con la experiencia ficcional de las actrices y el actor del grupo Galatsia, para ver si algo se echa a andar para que nadie termine con “el cielo en la piel”. Si las instancias oficiales son tocadas, y si con ellas se alcanza a los espectadores, tal vez se pueda arrimar el hombro para poner un granito de arena para curar la purulencia social que desde hace rato se ha salido de control.