Otras maneras de usar la boca

El libro de cabecera

Carlos Campos

  · lunes 26 de noviembre de 2018

Rupi Kaur, poeta, ilustradora y actriz hindú-canadiense. Foto: Especial

“El día que me encargaron la traducción de rupi kaur (sic) sonreí con ilusión, como el niño que desenvuelve el regalo que ha pedido?” Así comienza la escritora y traductora Elvira Sastre su prólogo a Otras maneras de usar la boca (Espasa, 2018) de Rupi Kaur, poeta, ilustradora y actriz hindú-canadiense.

El libro, cuyo título original es Milk and Honey (2014) junto a The sun and the flowers (2017), ambos de prosa poética, la han consolidado como una de las autoras más interesantes y leídas en la poesía contemporánea, a pesar de que solamente cuenta con 25 años de edad.

Kaur guarda en su memorialas palabras de su madre: “Dibuja lo que guardas en el corazón”. Un mantra que se va desplegando entre las intensas callejuelas de sus versos desde donde se respiran los lejanos aires de haikus.

Es inmigrante. Con solo tres años de edad, llegó a Ontario desde su natal Punyab, India. Es mujer. Con la determinación que solamente puede dar la vocación literaria, abandonó la carrera de Derecho para licenciarse en Retórica al tiempo que, casi de manera simultánea, publicaba sus Otras maneras de usar la boca.

“Nos pasábamos horas debatiendo sobre un poema de una línea” recuerda Kaur refiriéndose a su padre, con quien comparte la pasión por la profunda sencillez de los haikus. Fue allí precisamente en donde se establece su voz poética que respira intensamente de la influencia feminista y que cada día reclama a más lectores tanto hombres como mujeres.

Es poeta. Acaso la concreción de sus versos, ese canto sólido de una poesía que no se pierde en la pretensión de los reductos de lo que habiamos llamado posmodernismo, ni en la nostalgia de un berriche de género, es lo que ha convocado a tantos lectores. Duros, certeros, amargos y latentes. Así se nos muestran los poemas desde la primera lectura, con la vivacidad de una primera voz que por momentos se decanta hacia una confesión al oído, como si la propia Kaur se nos hiciera presente a través de nuestra voz.

“Lo que me ha pasado con rupi kaur (sic) ha sido consecuencia de su poesía. Con una crudeza y una sinceridad envidiables, esta mujer con la que comparto –no sin sorpresa– edad da una lección de vida y de sabiduría que no deja intacto a nadie”, continua en su prólogo Sastre. Leer a Kaur es acudir a una emoción emergente que tiene prisa por recuperar nuestros sentimientos, a inventar nuevos, y a conmovernos. La traducción de Sastre es efectiva, atiende a una comunión extraña y cómplice que se refleja en cada palabra: se llora, se tiembla, se imagina, se reencuentra uno mismo con su propia paz, a partir de los versos.

El libro es un encuentro con temas dolientes: el daño, el amor, la ruptura, la cura. El lector es el principal encargado de andar cada tema, el camino es la poesía:
“anoche mi corazón me despertó llorando

cómo puedo ayudarte le rogué

mi corazón contestó

escribe el libro

El dolor, el desgarro y los traumas familiares, el desamor, el abuso, las violaciones y la implacable reinvindación se configuran como esas otras formas de usar la boca. Allí la poesía cobra vida en forma de autodescubrimiento violento, tal y como lo es nuestro reflejo. Los versos son cortos, caben en cualquier boca. Se hinchan, el lector podrá sentirlo en la cabeza, en los labios, en el cuello o en el corazón.

“Aquí está mi corazón en tus manos”, decía en el aún cercano 2011 cuando presentó por primera vez su libro. Contaba con veintiún años. El catálogo doloroso y dulce de sus temas la regresaba a las enseñanzas que mamó en el seno familiar. Como el resto de las personas, ella se reparte en fases: “marchitarse”, “caer”, “arraigar”, “levantarse” y “florecer”. Pero en el libro también hay un retorno, al amor de la poesía urbana, a mezclar dulzura y hostilidad, a recuperar la amistad, la pérdida, el deseo, el racismo y los estándares de belleza. En otras formas de usar la boca la sensibilidad y la denuncia se funden, y se acompañan con ilustraciones minimalistas realizadas por la propia autora. Ella misma -se define meticulosa- se encarga de mediar el espacio y cuadrar la ilustración con la página o elegir el color.

El primer chico que me besó

Me apretó los hombros

Como el manillar de

La primera bicicleta

En la que se montó

Yo tenía cinco años


Sus labios olían

Al hambre

Que aprendió de cuando

Su padre devoraba a su madre a las cuatro de la mañana.

@doctorsimulacro


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