Para mí, Borges no está muerto

Alfonso Franco Tiscareño

  · miércoles 28 de marzo de 2018

Nunca reconozco a Borges en sus fotos de joven. Dicen que cuando te vas al paraíso se le da a la persona la posibilidad de elegir con qué cuerpo quiere quedarse, si de cuando era joven, adulto o el de viejo. Extrapolando esa idea a lo de Borges, me quedé con el hombre mayor. Ese es Borges para mí, a los otros no los reconozco. El que ha llegado a mi paraíso mental es el hombre de edad, el ciego, el Tiresias de la literatura, el sabio, el oráculo viviente. Ah, porque para mí, además, Borges no está muerto. ¿Cómo podría estarlo si lo veo tan vivo en los videos en Youtube, en las fotografías? ¿Si lo encuentro más vivo aún en sus escritos? El señor joven de las fotos, un Borges que ve, que camina normalmente, que aparece rozagante, que es el sabio en formación, quién sabe quién será. Como al otro Borges, he de acostumbrarme poco a poco, y también platicar y discutir con él.

Comencé a leer muy joven a Jorge Luis Borges, no recuerdo bien, quizá a los 14 o 15 años, por la poesía. Desde muy niño estuve conectado con ella, porque en la primaria nos ponían a declamar, y esas actividades me hicieron mucho bien, me ha proporcionado muchas alegrías. Luego cayó en mis manos la clásica Antología de poemas de Borges. Toda una revelación. Me gustó demasiado, los temas abordados me abrieron tantas ventanas nuevas, me trazaron tantos caminos para andar, que aún no los he agotado ni los acabaré, son inmensos. Tan sólo referiré algunos.

He amado el ajedrez, me ha enseñado mucho de la vida, a planear las jugadas, a estar atento, en fin. Por las muchas ocupaciones y por no ser mi gran vocación, he dejado de jugarlo, pero sus muchas enseñanzas siguen alimentándome.

Hubo un programa en canal 11 allá por ¿finales de los 70? con Juan José Arreola y una muy joven Ángeles Mastretta. En muchos de esos programas Arreola jugaba al ajedrez, y eso acrecentó mi interés. No sé si fue ahí o en dónde, que recapitulé vivamente acerca del poema “Ajedrez”, de Borges. Comprobé mi vieja idea de que la poesía es alimento para el ser completo. Dice un fragmento del poema:

“No saben que la mano señalada / del jugador gobierna su destino, / no saben que un rigor adamantino / sujeta su albedrío y su jornada. /

También el jugador es prisionero /(la sentencia es de Omar) de otro tablero / de negras noches y de blancos días. /
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza /
de polvo y tiempo y sueño y agonía?”

Cuando leí esto el viaje metafísico se aceleró. La figura poética es contundente, golpea lo más profundo de nuestras dudas y certezas, de nuestros miedos y misterios. Movemos piezas, pero pertenecemos a otro tablero, pero aún detrás del que mueve las piezas hay otra mano, y así quizá hasta el infinito juego de fuerzas, la imagen del espejo, el Aleph,en donde todo está relacionado. Una trama del mundo humano que lo contiene todo, lo blanco y lo negro, lo triste y lo alegre, lo monstruoso y lo angelical, la vida y la muerte.

Los que saben jugar ajedrez saben que hay jugadas llamémosles de machote. A un movimiento se responde con otro establecido en la teoría del ajedrez. Sin embargo, también saben que siempre cabe la variación, el contexto diferente donde otra posibilidad distinta es posible. Como en la vida misma. En el juego de fuerzas de lo humano siempre cabe la posibilidad del cambio, de lo otro, de lo distinto, aunque se halla dicho que no hay nada nuevo bajo el sol. Cómo no, cada nuevo juego tiene sus propias reglas, diría Wittgenstein. Y eso es lo que me enseña este gran poema, siempre hay otras manos y están las mías también. En ese juego todo es posible, tú simplemente juega, observa, aprende, decide, influye y acepta.

Otro poema que me cautivó enormemente hasta estremecerme de una manera desconocida e impactante, fue el de “El mar”. Permítanmecontarlespor qué. Me impresionó tanto que me lo aprendí de memoria. Era una delicia apasionada declamarlo en voz alta a la menor provocación. Qué musicalidad, qué imágenes, qué verdades profundas. Eso tiene Borges, la habilidad de ir hasta la raíz que explica y sacude la conciencia, el entendimiento. Es un poema corto, así que vale la pena trascribirlo completo:

Antes que el sueño (o el terror) tejiera/ Mitologías y cosmogonías,/ Antes que el tiempo se acuñara en días,/ El mar, el siempre mar, ya estaba y era./ ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento / Y antiguo ser que roe los pilares /De la tierra y es uno y muchos mares/

Y abismo y resplandor y azar y viento? / Quien lo mira lo ve por vez primera,/

Siempre. Con el asombro que las cosas / Elementales dejan, las hermosas / Tardes, la luna, el fuego de una hoguera./ ¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día / Ulterior que sucede a la agonía.

Del libro “El otro, el mismo”, de 1964.

Es un texto tan portentoso como el mismo mar, como Neptuno, como Poseidón, como el caldo primigenio. Somos sal, somos agua, somos sales minerales, somos del mar. Esa es la fuerza de este texto.

Una noche de Año Nuevo, en el puerto de Veracruz, a las 12 pm, bajo un Norte y en completa soledad, solos el mar y yo, se lo declamé a voz en pecho ante un enfurecido Golfo de México. El viento soplaba muy fuerte, lo bueno que traía puesta una buena chamarra que un gran amigo, que poco después murió de sida, me había prestado. Tenía forro y hasta capucha. Me protegió muy bien. El viento me empujaba, la lluvia, sin ser tormenta todavía, se movía en hilos que se agitaban de un lado a otro. Me paré a la orilla del mar, había bebido unas cervezas alemanas, todo era muy intenso. A eso había ido hasta ahí, una mujer muy bella me esperaba en el cuarto de hotel recostada en la cama. El mar rugía y comencé mi declamación. Las aguas parecieron agitarse aún más fuerte, el nivel subió un poco hasta taparme los tobillos. Continué, línea por línea, palabra por palabra, coma por coma, punto por punto. Qué belleza, todo era extático. Lo recité con conciencia plena del sentido. Vi el origen del mundo bajo aquella tormenta que parecía su culminación. Sólo faltó que se abrieran las aguas. El fondo, al horizonte, era de una oscuridad infinita, el borde que toca al cielo, al universo, la noche inmensa. Todo apareció ahí.

Me regresé al hotel, me quite la ropa empapada, traía al cosmos conmigo mismo, compactado en mi pequeña, pero grandiosa humanidad. Le relaté a mi amada la vivencia, y luego entre sus brazos, sus piernas y sus besos, fui gestado nuevamente esa noche.

Estas son algunas de mis vivencias con Jorge Luis Borges, al que no reconozco en sus fotos de joven. Quizá se trate del que él mismo describió en su célebre cuento “El otro Borges”, y por eso no lo reconozco. Igual los dos me han enseñado, el tipo rollizo y el viejo maduro. Pero el hombre mayor ha sido mi oráculo por mucho tiempo en este jardín de los senderos que se bifurcan. Me ha conducido por los caminos de la amistad, la erudición, la pasión, lo misterioso, y el amor por la literatura y la poesía. Qué poderoso corazón y mente, los de este hombre.

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