2018 se va, con ello vienen los recuentos que para esta compañía significan, en el sentido más literal, la entrega de tres reportes cuatrimestrales al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes que, en promedio, registramos en su plataforma durante una semana; ahí van todos los alcances obtenidos, metas propuestas al inicio del proyecto, actividades de promoción y difusión, gastos e inversiones realizadas, registro de público por función, entre otras cosas. En ocasiones, por la intensidad y enorme cantidad de trabajo que tenemos, el registro de todo este material se cruza con ensayos, funciones o juntas de organización y planeación -sin contar las demás actividades que cada uno, en particular, debemos realizar para nuestra subsistencia- lo que implica un incremento considerable de estrés ya que, como todo, la entrega del mencionado reporte tiene una fecha límite de entrega,.
Después de tanto quehacer y de pensar en el que viene, es tiempo de hacer pausa, un momento de silencio para pensar en otras cosas -más banales quizá (o no)-, darnos tiempo de redescubrir la mística de esto que nos hace seguir en el camino que hemos decidido tomar y en el que, necios, queremos continuar por más veces que estemos al borde de abortar la misión.
¿Por qué es importante el silencio no sólo para el arte sino para el ser humano? Desde la música, por ejemplo, el silencio hace referencia a la ausencia del sonido, lógico, ¿verdad? Sin embargo, si nos ponemos a pensar en cualquier melodía, favorita o no, algún instrumento o beat de sonido en algún punto deja de escucharse para dar paso al resto de los instrumentos, si no, sencillamente la armonía deja de existir y sólo podríamos percibir la emisión de un ruido constante.
Mozart por ejemplo decía que: “El silencio es muy importante. El silencio entre las notas es tan importante como las notas mismas”.
Imaginemos ahora a un bailarín que no se detiene en ningún punto, una explosión constante de movimientos sin cesar durante una o dos horas, ¿habrá quién lo soporte? Como en el teatro, el silencio en la danza apoya la contemplación tanto del movimiento como de su ausencia y lo que sucede internamente en quien ejecuta.
En las artes visuales también existe el silencio, Norma Ramírez, artista chilena, ha profundizado sobre el tema y lo aborda en su obra pictórica; ella busca que “el cuerpo de la obra le exija al espectador reparar en el propio, en los sonidos y silencios corporales, mentales y sociales; en sus propios recorridos circulatorios, nerviosos, respiratorios”. Por tanto, el efecto del silencio, en su caso particular, se da durante la contemplación de la obra, más que en el discurso de la forma. Van Gogh decía: “El silencio es algo frío y mis inviernos son muy largos. Aquí, un ejemplo del silencio como motor de creación.
En el teatro, Marcel Marceau sostenía que: “El silencio no existe… En el escenario habla mi alma, y ese respeto al silencio es capaz de tocar a la gente más profundamente que cualquier palabra.” Claramente nos hace notar que, de no haber silencio, el discurso más profundo sería trastocado al grado de evadir lo verdaderamente importante, sobre todo tratándose de alguien que únicamente habla con el cuerpo.
Si pensamos en otro tipo de discurso teatral más “lleno de palabras”, por ejemplo, también encontramos silencio, y es que los personajes en su calidad de humanos, dioses o entes, son potencialmente generadores de silencios, todo ello para guiar al espectador por el camino que los actores van abriendo para hacer fértil el terreno de la ficción y que ésta pueda ser “comprada” como un hecho verídico. La pausa dramática por ejemplo, es un recurso muy utilizado para lograrlo, es el breve instante en el que el espectador “respira” para entender la historia en sí y alcanzar a leer lo que le está pasando al personaje e incluso a sí mismo.
En el caso de la Filosofía, el concepto de silencio es también fundamental dentro de la multiplicidad de factores que constituyen al ser humano. Kierkegaard y Heidegger postulan: “La perplejidad es una actitud sana, ella lleva al silencio y la espera, invita a la paciencia”. Para los Pitagóricos, el silencio era señal de discreción y autodominio, simbolizando la actitud silenciosa del sabio. Al respecto, Bacon nos dice: “Los hombres conversan por medio de lenguajes, pero las palabras se forman a voluntad de la mayoría, y de la mala o inepta constitución de las palabras surge una portentosa obstrucción de la mente. Ni tampoco las definiciones y explicaciones con que los eruditos tratan de guardarse y protegerse son siempre un remedio, porque las palabras violentan la comprensión, arrojan a la confusión y conducen a la humanidad a innumerables y vanas controversias y errores”.
Por todo lo anterior, es indispensable la pausa, quizá de todo aquello que hacemos, e incluso del rol que desempeñamos, para encontrar el silencio, ese que nos alimenta y ayuda a volver a nuestro cauce, a nuestro destino, que frecuentemente observamos poco claro.
Más allá de cualquier convivencia multitudinal, amable lector, convendría, en algún punto, meditar sobre lo que hacemos o dejamos de hacer y cómo esto nos construye o nos destruye, todas las posibilidades caben, quizá si encontramos el silencio, entonces, todo aquello que nos proponemos y aquello que deseamos salga bien, se materialice después de saber qué estamos buscando real y profundamente.
Es momento de hacer una pausa y contemplar el sonido del silencio después de haber leído estas palabras. Nos vemos, nos escuchamos, nos percibimos mediante su presencia en los teatros y foros hasta enero.
Este artículo se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa México en Escena 2016