Leer | alas-de-Pegaso | espacio vivo para insuflar a más de un introito | circunstancias que teje el viento desde la mitología y los orígenes de la filosofía. Viejo reclamo a la manera de Parménides: la unidad del texto como absoluto es inamovible. No hay movimiento, no hay fragmentación, mucho menos deconstrucción alguna. Elevarse de forma es fondo. Atrevimiento fatal.
Heráclito podría protestar: el texto no deja de fluir. Nunca es el mismo texto. El lector es mil lectores. De ahí la necesidad del Pegaso (por ser lector de alturas). Mirada nunca aquiescente que no hace concesiones en nidos ausentes de eternidad,
Sin detenerse demasiado en los detalles (que crean espacios de luz gramatical), extiende sus alas | vuelo que recrea el texto | texto que hace renacer la figura del lector. La imaginación vuelve a la interpretación.
Sin embargo la rea|lidad sigue siendo posibi|lidad ambivalente. No hay, en ese sentido, una sola hermenéutica para interpretar el texto. Cada letra es una aleph א, un infinito de infinitos, que se fragmenta en la interpretación | explosión | implosión | y de nuevo implosión | potencia constante para ser un acto literario dinámico. Así, cada mirada se convierte en una nueva necesidad epistémica. Ver es leer, forma primigenia por demás anti-sistémica de la que surgen continuamente posibilidades prístinas.
Se trata de mundos literarios que se encuentran y desencuentran, donde la lectura se vuelve sujeto de sí. En otras palabras: al leer siendo Pegaso, desde las alturas que permite el vuelo de la imaginación, se recrea el texto; o mejor: el texto permite la recreación del lector, simbiosis literaria.
Cualquier posibilidad de voz no enunciada puede ser realidad en fuga. No hay límites en la deconstrucción que hace el Pegaso cuando lee. El mismo texto es –en todo caso– una especie de pegaso que extiende sus alas en los lectores. ¿Podría ser de otro modo? El texto se teje a través del mismo texto. Texto | Tejido | una sola raíz etimológica para advertir la multiplicidad ontológica de las letras que se acomodan y desacomodan entre los párrafos.
La imaginación vierte –una vez más– su materia incierta, para construir espacios de luz y canto. Tierra para nuevos adanes. Del Edén hebreo al Paraíso persa no hay ni un solo paso. La esperanza es la misma: reacomodación de la realidad (regresar a un estado primigenio –recordado o imaginado, da igual–). En todo caso, interlocución en proceso | yecto | alas-de-pegaso para imaginar un texto en el texto.
Sobrevolar la materialidad apenas reconocible de una grafía difusa, para decodificar intenciones no siempre claras (ni siempre escritas). El texto se reacomoda en la mirada, toma posesión de las intenciones del lector. Abduce de él hasta el sentido más profundo de la interpretación: de una coma puede surgir una página completa (hermeneusis para una episteme en ciernes). En ese sentido el texto se desprende del mismo texto cuando se reconoce como un ser de letras infinitas. De ahí que, casi al instante, su sentido original se multiplique y fragmente en el lector. Así nace el texto en el «ser», como un ser-siendo propio, del que emergen volutas de imaginación (espira de la espira).
Leer significa –entonces– apropiación y deconstrucción de la realidad (no necesariamente in situ). Si no se posee lo que se leyó, no hubo lectura en un sentido profundo. Por eso el Pegaso, como ditirambo en fausto de tinta impresa, hace de la letra escrita una forma de retener la sustancia (voz-intencional) del autor. | Insistencia para la Existencia | Pensamiento que detona hybris desde el texto. La escritura, en ese sentido, se ve rebasada por ella misma, porque… qué otra cosa podría ser el Pegaso sino una nueva forma de escritura alada.
No hay límites cuando se trata de introspección. El ser humano es un abismo de ideas inmensurables, desde las que se podrían arrojar Raskólnikov, el personaje de Crimen y Castigo, de Dostoievsky, o el protagonista de El corazón delator, de Edgar Alan Poe. En cualquier caso el Pegaso que vuela por encima del texto, no siempre deja rastro; pero en él implotan (después de leer) nuevas posibilidades escriturísticas.
Pero la realidad sigue siendo realidad para interpretar. No se agota en ninguna introspección. Nada detiene la posibilidad de que haya nuevos sujetos-para-el-abismo-de-las-letras. De ahí que el texto no deje de crecer, de ser yecto; arrojado, desde la mirada del lector, hacia espacios abiertos. Por eso hay textos intra-textos, textos inter-textos y textos pos-textos. Vorágine literaria de la que no dejan de surgir aporías (o paradojas para su mayor comprensión). En fin, todo es –en suma– una inmensa textualidad, ontológicamente literaria. El texto teje, es tejido el ser que lee. Texto-ser-para-leer-para-ser –Texto (con mayúscula).
Una mirada no basta. El texto necesita «ser» para «ser-siendo» en la lectura. Dinamismo que desenvuelve la interpretación | Interpretación que envuelve y reorienta el dinamismo del lector. Término que no termina (no se elimina como el término medio de la lógica formal). Entonces la terminación apenas inicia. Inicio que desencadena reacciones en el ser para no-ser.
Pegaso de alas extendidas. Mirada que señala miradas de alas extendidas. Pegaso al fin.