A lo largo de mi carrera he visto nacer grupos o compañías de teatro. Algunas se tambalean, otras están en el limbo esperando ser rescatadas y otras más de plano yacen en el cementerio con todo y pompas fúnebres por haber llegado al fin de un ciclo o por ni siquiera haber encontrado el botón de encendido.
Es completamente valido detenerse un momento a valorar lo vivido para colocarlo en una balanza y hacerse preguntas: ¿quién soy ahora? ¿qué me compone? ¿qué necesito? ¿Las fallas son para desistir y pasar a otra cosa o para continuar con base en lo aprendido? ¿cuál ha sido mi crecimiento? ¿estoy siendo congruente? ¿estoy siendo honesto? ¿cuánto vale mi trabajo? ¿a dónde pertenezco?
Formar parte de un grupo o compañía se da hasta donde uno quiere. Requiere de un compromiso mayor que sólo cumplir con la parte que le ha sido asignada; hay que meter mano para impulsar y generar más trabajo, realizar funciones y temporadas, nuevas creaciones, nuevas estrategias; todo esto para contrarrestar la realidad cultural de un país en donde el gobierno lanza programas “culturales” con la finalidad de entretener al pueblo mediantes ostentosas producciones, demeritando el contenido y la calidad, como así lo expone Mario Vargas Llosa en su libro “La civilización del espectáculo”.
Una compañía “exitosa” en el sentido de sobrevivencia, es muy celosa, es como un bebé que requiere atención y cuidados; una compañía que aprenderá a caminar con la suma de integrantes capaces de cohesionar en conjunto para encontrar un lenguaje y una identidad, un lugar llamado hogar.
Quizá los tiempos son distintos y las reprimendas físicas están prohibidas o mal vistas, pero una nalgada bien empleada -a partir de una conciencia y no desde la víscera- es a veces necesaria para curtir la mente y el espíritu. Durante los ensayos de La conspiración vendida y Derrota luminosa Mauricio Jiménez, director de ambas puestas nos decía: “¡Péguele, de esto se trata el teatro, péguele!” refiriéndose a poner en contexto la escena y desde ahí defender la convicción del personaje.
Si de eso se trata el teatro, por consiguiente, la vida también: de dar y recibir estímulos con base en quien se es, esas características particulares de la personalidad. Los individuos forman parte de un todo, en este caso una compañía de teatro que enfrenta a uno con otro y a la vez consigo mismo; es una notable fuerza que se conecta como un sistema nervioso realimentándose mediante impulsos que se transmiten entre un individuo y otro, capaces de bajarte o subirte; una energía que te mantiene y sacude para renovarte o morir.
Sandra Muñoz, actriz tampiqueña y directora de la obra Id descalzos, dice que el teatro como forma de vida es una carrera de resistencia y obstáculos, y lo es, porque requiere de la inversión de un tiempo bien aprovechado, el necesario para que un proceso de creación pueda formarse, crecer y desarrollarse y no sólo el poco tiempo que se le pueda dedicar en los ensayos. La cosa no termina ahí, el trabajo se lleva a casa para atender y asimilar lo construido en el espacio de trabajo, para que al día siguiente no se inicie en cero sino, por el contrario, ir sumando constantemente.
Fuera del escenario, uno de los factores que desanima a los teatreros, al grado de tirar la toalla, es el bajo ingreso económico. La mala gestión, la poca asistencia del público, las instituciones que tardan mucho tiempo en concretar la remuneración, los recortes presupuestales, etc. son fenómenos que amenazan nuestra integridad.
Algunos se van, otros se quedan, sólo el tiempo es el encargado de ir depurando una estructura que al tambalearse no se derrumbe, sino se adapte y transforme en una fortaleza. Desde nuestra particularidad, se alimenta el grupo y se crece juntos, porque incluso en una carrera individual, se corre por todos aquellos que de alguna forma han sido un apoyo y junto a ti corren los que trabajaron codo a codo, a diario, para llegar en primer lugar: el entrenador, el aguador, masajista, los compañeros de entrenamiento, todos representan una parte importante.
Cuando algún factor interno o externo amenaza la integridad del grupo y hay decisiones difíciles de tomar, queda mirar hacia dentro, a los que están y juntos buscar devolver el equilibrio a la balanza, pensando en las necesidades de la compañía pero, sobre todo, en cada uno de los integrantes que la conforman.
El teatro está hecho de algo antiguo, generoso, honesto y ancestral, que toca y sostiene al espíritu. Como integrantes de ese universo, cada quien sabe -o no- por qué pertenece a él, el tiempo y el enfoque que le dedica; sin embargo, es importante conservar la responsabilidad de respetar la base y la esencia teatral. Por eso, henos aquí en la línea de salida, con todas las luces apuntando hacia la compañía y las miradas expectantes esperando lo mejor de un buen espectáculo.
Paralelamente, se trabaja en la gestión para obtener fondos a través de apoyos municipales, estatales, federales o instituciones privadas porque la alcancía no es suficiente para poder subsidiar la mano de obra, la materia prima y todo lo que gira en torno a la construcción de un apuesta en escena.
“Este artículo se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa México en Escena 2018”.