La visión tradicional de la historia de Querétaro establece el origen de la actual ciudad capital como un asentamiento urbano con población europea y criolla. El uso recurrente de la frase “muy noble y leal ciudad de Santiago de Querétaro” ha construido una memoria histórica que niega la presencia de segmentos sociales en beneficio del recuento histórico de la población de origen hispano. Las siguientes líneas tienen el propósito de mostrar la presencia de población nativa y, aunque en menor número, de la población afrodescendiente en el devenir histórico de la entidad.
Desde la década de 1550, respondiendo a los intereses de los invasores europeos, se patrocinó la fundación de diversos asentamientos con población de indios otomíes en la región sur del actual estado de Querétaro. Consecuencia de ello, los residentes nativos, principalmente grupos de cazadores-recolectores, fueron desplazados y, en ciertos momentos, brutalmente exterminados. Desde entonces se establecieron las cabeceras de Querétaro y San Juan del Río, cada una con pueblos sujetos bajo su jurisdicción.
A fines del siglo XVI, ante el descubrimiento de yacimientos de plata en Zacatecas, la región queretana adquirió gran importancia, ya que se convirtió en un punto estratégico del proceso de conquista y dominio hacia el Norte. En consecuencia, a pesar de su naturaleza como pueblo de indios, Querétaro fue residencia de una creciente población europea y, en menor número, africana. Ésta última, en las primeras décadas, como fuerza de trabajo esclavizada.
En 1655, los habitantes peninsulares y criollos del pueblo de Querétaro compraron a la Corona Española, mediante el pago de 5 mil pesos oro, la autorización para conformar un ayuntamiento y la concesión del escudo y título de ciudad. A partir de entonces, dos instituciones de gobierno que durante el virreinato fueron antagónicas, el cabildo indígena y el ayuntamiento español, coexistieron en Querétaro. Lo anterior explica en los valles de Querétaro y San Juan del Río la presencia de indios, peninsulares y demás grupos sociales, incluidos los afrodescendientes.
En 1743, según un informe del corregidor de Querétaro, residían en “la ciudad y distrito” diversas “familias de naturales otomíes”, de mestizos, de españoles y de “negros y mulatos libres”. Lo mismo sucedía en la cabecera de San Juan del Río, donde residían familias de indios, de “mulatos, mestizos y otras calidades” y de españoles. En el resto de su jurisdicción, que comprendía varios pueblos, además de indios y españoles, fueron reconocidos “mestizos, lobos, mulatos esclavos y libres”.
En 1768, la lista de habitantes conocida como padrón “de indios que viven en los barrios de esta Ciudad de Querétaro”, señala ocho barrios de residencia india. Estos fueron: El Espíritu Santo, “de los mexicanos” —localizado al interior del primero—, San Antonio —“vulgarmente llamado San Antoñito”—, Santa Ana, Santiago, La Santa Cruz, San Francisco —“vulgarmente llamado San Francisquito”— y San Isidro. Además de un grupo de familias “arrimadas” en el barrio de La Santa Cruz y la “cuadrilla” de la hacienda de Carretas. En 1781, los pueblos de La Cañada, San Francisco Galileo y San Miguel Huimilpan, sujetos al de Querétaro, también registraron residentes indios, mestizos, “pardos y mulatos” y españoles.
Entrado el siglo XIX, la población india mantenía una presencia numérica considerable. En 1802, el viajero alemán Alejandro de Humboldt, en sus “Tablas geográfico políticas del Reino de Nueva España” apuntaba que en Querétaro vivían numerosas familias indias.
La presencia de la población afrodescendiente fue significativa fuera de la ciudad. Por ejemplo, el padrón del curato de San Francisco Galileo de 1781, que incluía la cabecera parroquial y el pueblo de San Miguel Huimilpan, mostraba los escenarios social y económico donde los mulatos tuvieron cabida. Entonces fueron contabilizados cerca de 500 mulatos. Aunque posiblemente, frente a la población india, resultara reducido su número, su registro es importante porque dio cuenta de su presencia y de su participación en la región.
El caso de las haciendas existentes en la región resulta significativo. A pesar de ser pocas, algunas haciendas concentraron en conjunto cerca del 40% de la población del curato. En San Francisco Galileo fueron 11 las haciendas y sitios de labor que albergaron a mil 951 personas. La hacienda y obraje del Batán fue la más poblada con 594 personas, entre indios, mulatos, mestizos y españoles. Precisamente, en dicha hacienda y obraje se concentró el mayor número de habitantes mulatos —94 individuos—. En el caso de San Miguel Huimilpan fueron 7 haciendas las que alojaron a mil 401 residentes. La hacienda con mayor población fue la de Casas con 249 personas, contabilizando a indios, mulatos, mestizos y españoles.
La información presentada permite plantear algunos aspectos del panorama social que se dio a partir de la interacción entre los diferentes segmentos de la población. Es posible determinar que los indios, mulatos, mestizos y españoles establecieron relaciones de diversa índole. Por ejemplo, en términos económicos, particularmente al interior de las haciendas y en los espacios de mercado, compartir actividades de producción —jornalero— o de manufactura —obrajero— condujo a la población a experimentar diversas formas de sociabilización. Muestra de ello son los matrimonios registrados en la parroquia auxiliar de San Miguel Huimilpan.
Los matrimonios efectuados en dicho periodo dejan ver, entre otros aspectos, la reafirmación y consolidación de relaciones afectivas y de solidaridad entre miembros de diferentes sectores de población. Además de indios, mulatos, mestizos y españoles, en los matrimonios es posible observar el registro de individuos identificados como lobo y castizo, calidades que no aparecen en el padrón de 1781.
Contrario a lo sucedido con el antes pueblo de indios de Querétaro que terminó quedando oculto a partir del establecimiento del ayuntamiento español en el siglo XVII, los pueblos de San Francisco Galileo y San Miguel Huimilpan mantuvieron su condición de asentamientos indios.
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La demanda de fuerza de trabajo en las haciendas y sitios de labor dio como resultado la concentración de grandes contingentes de poblacionales, siendo los escenarios en donde se identifica la presencia de población afrodescendiente.
Para terminar, podemos decir que la concentración poblacional de diversos orígenes, sobre todo indios y, en menor cantidad, afrodescendiente, en los espacios residenciales de la región propició el surgimiento de nuevas realidades sociales. Los procesos de mestizaje fueron una realidad constante que se intensificó a partir del siglo XVIII.
*INAH-Querétaro