Pop, onírico y surrealista

  · sábado 5 de mayo de 2018

El artista tiene influencias que van de las criaturas del folclor mexicano, la danza de los tlahualiles y hasta Leonora Carrigton. Fotos: Yoshi Travel

Nativo de Sahuayo, Michoacán, hogar también de los zombies de Trino y los tlahualiles, Fabio Martínez mejor conocido como Curiot, desarrolla sus obras en el umbral de lo onírico y lo real, entre lo pop y lo surrealista, desenvolviendo a cada trazo bestias cargadas de folclore mexicano en una adopción y reinterpretación simbólica, única y fascinante que, entre otras motivaciones, buscan contagiar a los espectadores con el deseo de creación, como una bacteria creativa altamente positiva que contrarreste y brinde una emoción al ciudadano contemporáneo, zombificado y agobiado por el peso de la vida.

Radicado gran parte de su vida en Costa Mesa, Estados Unidos, durante la época dorada del skate, Curiot desarrolló una afinidad por el dibujo que rápidamente se convirtió en amor. Regresó a México a los 19 años, para ingresar a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde comenzó a desarrollar su estilo que, más allá de la figura a veces descompuesta, a veces fina, a veces bestial o intrigante, denota la libertad que ha logrado conquistar en cada trazo, decantando en un estilo personal que recuerda un remix entre los bestiarios de Aloys Zötl con influencias de los decks de skate, las criaturas del folclor mexicano, la danza de los tlahualiles y hasta Carrigton.

Mural

Enigmático y cautivante, el mural de Curiot Tlapazotl muestra una composición en la que destaca un ventanal de bulbo que funciona como una puerta al interior de un espacio tridimensional dentro del domo, en el que se despliega una fuente toroidal de vida que nace del ombligo de una figura femenina parturienta. La toroide, también conocida como curva tridimensional, genera la ilusión de ser un espacio interior, un vistazo a los secretos que la cúpula esconde. En la intimidad de la habitación construida por el artista michoacano vemos a Chalchiuhtlicue, la deidad prehispánica de la fertilidad, el amor y el agua dulce, consorte de Tláloc, dios de las aguas atmosféricas. Ella flota sobre el aire, mientras que de su vientre nacen los ríos y caudales que alimentan los lagos y los mares e inundan la habitación mostrando el amor de la naturaleza por todas las criaturas vivas. Compuesto con los colores del atardecer queretano, este mural danza desde el sur con la pieza de Paola Delfín en el norte del domo. Así tenemos a Chalchuhitlicue y Cosijo-Tláloc, vinculados de norte a sur, una cóncava y el otro convexo, en un eje creativo donde ambas metáforas prehispánicas del misterio se reúnen una vez más, luego de siglos, para hablarle al pueblo de la vida, del agua, de las raíces y de la unidad.