Sin magia, no hay arte.
Sin arte, no hay idealismo.
Sin idealismo, no hay integridad.
Sin integridad, no hay nada, sólo producción.
Raymond Chandler.
El tipo de artista que se es, responde siempre al tiempo que nos ha tocado vivir. De nosotros depende si avanzamos con los cambios o nos quedamos esperando nostálgicamente a que todo vuelva a ser como antes. Hoy pienso que no todo pasado fue mejor. Hoy, tanto las generaciones de jóvenes creadores y creadoras, como quienes contamos con una experiencia de dos o tres décadas, aspiramos a encontrar el sentido de la vida y la esencia de la condición humana, de otro modo no podríamos autonombrarnos: artistas. Tal vez la diferencia entre las generaciones de ayer y hoy no está en el contenido, sino en la forma y no en un sentido general, sino en la coincidencia del tipo de formación inicial que recibimos en un contexto individual. Afortunadamente no todos pensamos igual ni asumimos la profesión de la misma manera, pues las diferentes posturas enriquecen la expresión artística.
Los de ayer, en el ayer y el hoy, llevamos grabado un sentido ritual que se agudiza con la experiencia y que poco tiene que ver con el exhibicionismo; toda la energía está enfocada en la escena y cada uno cargamos un secreto que es el que potencia la presencia, el orgullo casi clandestino de esas pequeñas cosas que se guardan en el pensamiento y en el corazón, secretos para ser y estar en compañía. Buscamos la pertenencia que nos mantiene leales a los ideales y principios del teatro, esos que aprendimos de otros maestros y de los cuales nos hemos apropiado hasta convertirlos en el material central de nuestra expresión. Anteponemos la condición de comunidad y colectividad, con un cierto sentido de sacrificio ante los intereses individuales, manteniendo en alto una consigna: no importa que el otro no haga lo que debe hacer, yo hago lo que tengo que hacer.
Vemos en todo momento el sentido social del teatro. Estamos siempre en la búsqueda de la congruencia, es por ello que solemos ser radicales, no importa cuánto se pierda en el camino.
Tal vez somos más románticos, menos condescendientes, ocupados en lo importante, que dista mucho de lo que la vertiginosidad de la vida nos marca como urgente. Vamos a otro paso, a otro ritmo, siempre por caminos complejos y de procesos largos, desdeñamos las vías directas e inmediatas que pueden conducirnos al resultado.
En cambio los de hoy, que pronto van a ser los del ayer y del mañana, les tocó crecer a otro ritmo y con otros parámetros para entablar las relaciones humanas. Las cosas urgentes se confunden con las importantes porque el sentido de pertenencia ante tanta oferta, se vislumbra nebuloso o distante.
Urge el producto, urge subirse como sea al escenario, urge estar y ser, con menos proceso y más resultado. El individualismo muchas veces se antepone al sentido de comunidad, no hay una preocupación real por el otro. Hay que estar en todo, parece que esto fuera una carrera que ganará quien sea más visible en redes sociales; pero ya no hay rituales secretos porque al parecer vale más quien es más visto. No hay radicalidad, como tampoco hay límites entre lo que se podría fortalecer en la discreción y el silencio y lo que se exhibe. Percibo en estas nuevas generaciones una postura ambigua, maleable y manipulable. Reina la autocomplacencia, la autocrítica casi ausente, faltan ideales, no existen las lealtades. Mucho por hacer…
Alabo sin embargo, la actitud de algunos jóvenes excepcionales que han decidido propiciar un cambio, quienes ávidos de experiencia, cuestionan su realidad, les preocupa la sociedad y el rumbo que lleva esta humanidad que amenaza con autodestruirse a cada instante; actores y actrices que desean fortalecer su espíritu, recuperar el sentido ritual del teatro y enfocan su sensibilidad, talento y conocimientos a la búsqueda personal de su discurso, aunado al desarrollo y perfección de su trabajo técnico y de interpretación.
Acuñan una cantidad enorme de información, –algo que en nuestros tiempos era impensable–, poseen un alto nivel de disertación, su punto de vista es muy valioso, contrarresta, actualiza y enriquece los procesos creativos.
Con apertura, el equilibrio en los equipos entre generaciones de hoy y de ayer, se logra en el entendimiento y la apertura, la escucha y la comprensión.
Y es de esta reflexión que nace el Proyecto huésped, pensado como un espacio de encuentro en el que las compañías que están naciendo, reciben orientación y respaldo, tanto en la canalización de sus inquietudes como en su visión del tipo de teatro que desean fundar y la proyección de sus primeras creaciones escénicas, que sin duda y de facto, poseen por naturaleza la facultad de dialogar con el teatro actual.
Es un programa implementado por Atabal Creación Artística AC, con el que se pretende brindar apoyo a las compañías jóvenes del estado, ayudando a lograr su consolidación como compañías de teatro profesional, impulsando su presencia, permanencia, definición de su lenguaje artístico y proyección en la sociedad mexicana y en el extranjero. Para ello, Atabal pone a disposición de dichas compañías los recursos técnicos, humanos, de conocimiento, experiencia e incluso económicos de acuerdo a sus posibilidades, verificables en operatividad, difusión, producción y/o asesoría profesional para la elaboración y desarrollo de proyectos específicos.
Dicho de otro modo, es el intercambio de experiencia en la convergencia de las diferentes posturas generacionales desde las cuales se aborda la escena contemporánea. Es la mesa puesta para la reflexión tanto de los caminos que puede recorrer un artista para el diseño de sus propios procesos creativos, como para la realización y planeación de vida de una producción escénica.
Psicostasia, teatro, Petate escénico y AtVa, Compañía se unen a este proyecto en el que coincidimos en la visión de que el aprendizaje se verifica en la conjunción de experiencia. Son los primeros y esperamos que pronto se unan otras compañías más.
Porque nadie posee una verdad absoluta de cómo deben hacerse las cosas en materia artística, Proyecto huésped es sinónimo de generosidad, no de adoctrinamiento. Es deber y necesidad de compartir, que en un punto de la vida reconocemos quienes nos hemos consagrado al arte y alimentado de sus frutos desde hace ya algún tiempo. Es simplemente: el encuentro de espíritus creativos, libres, seducidos por la peligrosa tarea de refundar la vida y su sentido.