Quiero bailar como apache y no, no es nada peyorativo, al contrario, quiero conocer al venado azul con cuernos dorados.
Quiero conocer a la serpiente y deslizarme como ella en el suelo para ver si así comprendo los sueños que tuve anoche acerca del amor.
Bailar las danzas ancestrales y voltear al cielo para mirar las constelaciones nocturnas.
Danzar al ritmo de las flores, pues ellas saben bien cuándo es de día y cuándo es de noche, danzar con las plumas del pavo real sobre mi cabeza, y seguir a la perfección los pasos del coyote.
No, no te burles de mí, no estoy loco, al contrario creo que encontré la piedra filosofal, pero no era la que todo el mundo estaba buscando, ésta se hallaba dentro de un espejo apuntando directo hacia mi corazón.
Quiero recorrer el baile del sapo nocturno, el que te hace ver visiones sagradas y brincar en el charco de Narciso desenmascarándolo antes de que se ahogue.
Danzar toda la noche entre las iguanas verdes y moradas, bailar con María Sabina el trazo de la Constelación Huarache, y luego, ya a solas, escuchar dentro de mi cabeza la canción que sólo es para mí.
Quiero danzar por todos los hermanos muertos, los de antes y los de ahora, por los asesinados y masacrados por Cortés, Coster, y sus amigos.
Quiero danzar con Huitzilopochtli y con Quetzalcoatl, con Toro Sentado y con Gerónimo, platicar con los ancianos para que me muestren el camino de las nubes blancas, el del regreso a casa, el del silencio comprensivo y amistoso que abraza a las mujeres y a los niños.
Quieren danzar de frente a Tatewari, el abuelo, para latir al ritmo del fuego nuevo, el del despertar que ama a la tierra. Quiero danzar contigo compañera, y tomarte las manos en medio de la noche, hasta que el sol asome detrás de las colinas.