De los procesos creativos del teatro hay tanto material para investigar, para adentrarse entre teóricos y practicantes que nos den luz sobre las nuevas vanguardias teatrales y nos permitan permanecer vigentes en la escena local, nacional e internacional, que muchas veces esta luz brillante llega a ser, quizá, cegadora y en lugar de permitir la acción, quedamos inmóviles ante tanta posibilidad que no atinamos a dar el primer paso.
Pero no bastan las charlas de café y los ensayos/discusiones sobre teóricos y tendencias, si no se es capaz, como artista en general, no sólo de accionar, de caminar sobre las posibilidades teatrales y no teatrales, sino de poner en contexto (adecuar dichas conclusiones a las particularidades del entorno, es decir, la sociedad queretana en concreto, por dar un ejemplo) aquello que nos interesa profundizar como creadores: el texto dramático, la narrativa en todos sus aspectos, el juego escenográfico, el uso del espacio respecto a lo que sucede en escena y respecto al público (su inclusión activa o pasiva), los recursos actorales como el ritmo y el tono en la palabra, la expresividad corporal, el manejo justo de las emociones, etcétera, etcétera, etcétera.
Si lo planteo de esta manera, es por el afán de compartir lo que actualmente vivo como creadora escénica. Elaborar un proyecto propio cuya resonancia y referentes no habiten únicamente el plano personal, sino que, de alguna manera, compleja o sencilla, desde la teatralidad convencional o desde la inclusión de nuevos lenguajes (novedosos no en la escena actual mexicana sino en mi proceso como actriz), pueda tocar en lo profundo el espíritu de quien tiene a bien observar y escuchar lo que tengo que decir y lo que tengo que hacer; lo cual conlleva una gran responsabilidad ante el acto de pararse frente a un grupo de personas y compartir experiencias.
Si detrás de cada expresión artística existe un mejor ser humano, como creadores de todas las artes, insisto, debe existir la búsqueda continua de herramientas que esclarezcan nuestro lenguaje, herramientas que den forma al discurso que ya poseemos, y confiar en el otro (dígase el director, compañero de escena, maestro) como primer receptor de nuestro empeño.
Pero la tarea de mantenerse en continua actualización, de entrenarse y de darse tiempo para probar, para experimentar, para crecer, resulta bastante complicada en la realidad de muchos artistas ya que la falta de tiempo (por ocuparse en otras labores que permitan la subsistencia) y la falta de medios para pagar dichos cursos y talleres locales, nacionales o internaciones, reduce, que no imposibilita, la evolución del quehacer artístico que sigue progresando pero lentamente. Y si a la falta de medios sumamos la obstinación por creer, en el caso particular de los actores, que ya sólo la experiencia sobre la escena les puede hacer crecer, con seguridad tendremos un arte fragmentado, inconcluso, mediocre (el que poco, arriesga poco gana; el que poco camina, poco avanza).
Quizá por eso resulte apabullante recibir información que nos saque del estado de confort. Quizá cuando se presentan opciones de aprendizaje y, por tanto, de riesgo, nos sentimos bloqueados e imposibilitados para avanzar. Seguridad ante todo. Pero también es cierto que la confrontación de lo ya andado con el amplio mundo que nos invita a transitarlo, no sólo nos hace mejores artistas sino mejores humanos, reconociendo el apoyo, agradeciendo las oportunidades, la mano tendida del compañero, la sana competencia, todo lo que alimente el sentido verdadero de nuestra profesión, que no es la exhibición del histrionismo, sino el diálogo profundo y sensible de lo que nos duele, de lo que amamos, de lo que creemos importante como sociedad que puede hacerse a sí misma, no desde la destrucción, sino de la creación.
¿Qué nos queda, entonces, como salida al desconcierto? ¿Cómo enfrentarnos al mundo artístico y en particular a la escena teatral, que, al abrirse desmesuradamente ante tantas propuestas, parece devorarnos? Resulta paradójico: siendo conscientes de que los procesos creativos requieren tiempo de reflexión, de diálogo, de prueba y comprobación, nos apresuramos en nuestro quehacer, para que la bola de nieve nos lleve consigo hasta donde las cabezas de cada gremio dicen que va al arte.
La búsqueda que hacemos en cada proceso nos llevará, invariablemente, a nuevas conclusiones y, lo más importante, a nuevas preguntas. Por lo tanto, la única responsabilidad que tenemos como creadores, no es encontrar el hilo negro de las cosas, ni lo nuevo, ni lo espectacular per se, sino aspirar a la Verdad mediante un arte ético. Y esa lucha por alcanzar tan utópico objetivo, sí puede conducirnos a tener mejores proyectos (hablando de contenido, no de presupuesto), a ser mejores artistas, mejores espectadores y mejores seres humanos.
* Beneficiaria del Programa Creadores Escénicos 2017 FONCA.