Resignificación del aplauso

Tinta para un Atabal

Lucía Rosher | Colaboradora Diario de Querétaro

  · lunes 1 de febrero de 2021

Foto: Cortesía | Atabal

A diez meses de la declaración de crisis sanitaria en México por efecto del Covid-19, las y los artistas de teatro hemos experimentado un sinnúmero de emociones y pensamientos en relación con el desarrollo de nuestra actividad profesional. La virtualidad se presentó, como en muchos otros campos de trabajo, como la opción que podría sustituir eventualmente la imposibilidad de reunión y así fue que muchos comenzamos a experimentar la transmisión en vivo de obras de teatro desde foros, casa o espacios alternativos, grabaciones transmitidas en streaming, cortometrajes teatrales, en fin, por creatividad no paramos aunque sin duda alguna, aún en las producciones mejor logradas, la experiencia dista mucho de la que define el acto teatral: la presencialidad, la comunicación con el espectador que va más allá de las palabras, ese tipo de comunicación que involucra nuestros sentidos, la respiración, la energía, el aplauso.

El aplauso es mucho más que una señal de aprobación del público o una lluvia de rosas a los pies de los actores, es también un acto de catarsis para el público, un alivio, una manera de canalizar la energía alterada por una buena representación y desde luego, como lo dice David Victoroff: “...una comunión entre los individuos que componen la asistencia, así como entre los asistentes en conjunto y aquellos a quienes aplauden”.

Foto: Cortesía | Compañía Barón Negro

Debo decir que pocas veces había pensado en el aplauso y creo que mi omisión no es una excepción. A pesar de que todas y todos reconocemos un aplauso generoso cuando sucede o uno triste y desganado y resulta por supuesto un termómetro invaluable para medir el agrado del público por una puesta en escena, he presenciado un sinnúmero de ocasiones, como actriz y como espectadora, aplausos interrumpidos con discursos pocos significativos, o significativos en el menor de los casos, en voz de los propios artistas. Tal fenómeno es indicativo de una omisión terrible en el proceso de comunicación en el acto teatral que, cabe reiterar, sucede gracias a la participación de dos elementos fundamentales: espectadores y artistas, en ese orden de enunciación. Sin la escucha mutua, sin la sensibilidad, sin el respeto correspondiente al espacio de cada uno, no tiene valor el otro.

En el terreno de lo virtual he vivido las siguientes experiencias que dan lugar a la reflexión en relación con la comunicación entre artistas y espectadores.

• Función “teatral” en seminario zoom: En esta no es posible ver a los espectadores ni ellos tienen la oportunidad de hacerse presentes con cámara ni micrófono. La virtud de esto está en evitar en su totalidad la irrupción de la experiencia con voces o sonidos ajenos a la obra por motivo de un micrófono accidentalmente no silenciado durante la función. La desventaja es que ni siquiera al finalizar la función es posible encontrarse con los rostros o la voz de los espectadores, si acaso un intercambio por chat de preguntas y respuestas.

• Transmisión vía facebook o instagram donde las posibilidades de comunicación se reducen a “reacciones” por medio de emoticones predeterminados y/o comentarios al pie de la transmisión.

• Reunión entre artistas y espectadores por medio de zoom o cualquier plataforma virtual, llámese Google Meet, Teams, Jitsi, en donde a través de compartir pantalla se reprodujo material pregrabado. La posibilidad de interactuar en este medio la facultamos al principio y/o al final de la reproducción del material, a través de la palabra oral, el chat y/o de poder ver los rostros de los ahí reunidos.

La primera y segunda opciones han sido, en mi experiencia, las más frías y distantes del público en tanto a la posibilidad de comunicación. La tercera creo que ha sido la más cálida aunque el termómetro del aplauso no se presenta como el más efectivo para leer la sensación del público en relación con la obra.

Costumbres y convenciones

En primera instancia, no siempre suceden e incluso si lo hacen no se manifiestan colectivamente de la misma manera pues, cabe mencionar, aunque el aplauso sí es un acto reflejo y una expresión de emociones, es también una convención y como tal requiere de “algo” para ser reconocido y asimilado como una manifestación propia de determinado espacio y tiempo: “El estilo del aplauso no es igual en el Palacio Real y en la Comedia Francesa. El aplauso de un hombre bien educado debe, por lo menos en ciertos lugares consagrados, ser discreto, siendo sólo los rústicos quienes aplauden por doquier con toda fuerza. <Aplaudían sin ruido –escribe Balzac– como aplauden los italianos, simulando con la punta de los dedos un aplauso>. Si bien se admite, en Francia, que en un concierto no se aplaude entre los diversos movimientos de una pieza y que en el teatro se aplaude solamente al finalizar los actos o al final de las escenas (sobre todo cuando están marcadas por la salida de un actor), en Italia, por el contrario, puede estar toda picoteada de aplausos y, en Alemania no se aplaude para nada en el curso de un espectáculo, a fin de respetar la integridad de la obra” (David Victoroff, 1951). Podemos recordar asimismo cómo en el México de hace algunos años e incluso hoy en espectáculos a los que acude público de clases altas, pervive la costumbre de aplaudir cada vez que entran los actores principales o “reconocidos”.

Las costumbres y convenciones son tan variables como las formas de hacer teatro. En esa medida es que cabe preguntarse, en la virtualidad ¿cuál es el signo que podría dar respuesta a las sensaciones del público ante lo presenciado?, ¿qué medios de comunicación lograremos encontrar en estas alternativas virtuales (provisionales) para el arte escénico?

Personalmente he encontrado como único signo satisfactorio de comunicación en la virtualidad, el poder ver el rostro de las y los espectadores o de las actrices y actores en su caso, el cambio en la mirada de los presentes antes y después de la “función”, saludarles o que nos saluden, presentar el espectáculo, y –en contra de lo que en la normalidad podría ser sobrado o hasta incómodo porque no siempre se quiere opinar después de una función– abrir los micrófonos, propiciar espacios de diálogo entre espectadores y artistas, espacios cálidos y de libertad que logren hacernos olvidar por un momento la distancia que por ahora nos limita.

Ojalá estas hipótesis no fueran necesarias y tuviéramos la certeza de que regresaremos pronto a los teatros sin limitación de aforo y que podremos estar hombro a hombro con otras y otros espectadores. Pero no sabemos cuándo sucederá eso. Mientras tanto, seguiremos probando, nos seguiremos cuestionando y, ojalá, afinando las posibilidades de comunicación con el público para la virtualidad y después de ésta.