/ viernes 19 de marzo de 2021

Revalorar la cultura

El libro de cabecera

Recientemente regresaba a la lectura de unos conceptos particulares que se tratan en el libro Proyectos Culturales: sus configuraciones y desafíos para el cambio social (Secretaría de Cultura, 2016), coordinado por José Antonio Mac Gregor, y me encontré con grata sorpresa con la lectura de uno de los textos más importante de dicho volumen. Me refiero al que lleva por título “Como un tornado: La transformaciones necesarias en el sector cultural” de Gerardo Neugovsen.

El confinamiento por COVID-19 ha acelerado nuestro ingreso a una nueva realidad: la humanidad ha ingresado a la Cuarta Revolución Industrial en donde la automatización, robotización y la inteligencia artificial va a tener un impacto irreversible en la educación y en el empleo. Esto lo vaticinaba Neugovsen en 2018, en entrevista con el periódico argentino La Nación[1], en donde además añadía que "diversos estudios indican que en los próximos 15 años se perderán más de 800 millones de puestos de trabajo por esta transformación productiva, pero también señalan que los trabajos que menos serán afectados son las actividades basadas en la creatividad y en la interacción humana, dado que las máquinas no pueden replicar estos procesos".

La realidad para la gran mayoría de los artistas queretanos parece ser contradictoria al pronóstico de Neugovsen. Parece ser que sus actos creativos se han visto interrumpidos o, en el peor de los casos, suprimidos por consecuencia de la pandemia; y que los bienes culturales estén constreñidos a las directrices que establecen los funcionarios culturales. Sin negar la gravedad de la situación, no se trata sólo de averiguar cómo vamos a regresar al teatro, cómo resolver los conciertos musicales y asumir los protocolos sanitarios para un regreso seguro. Se trata de pensar en el futuro de la cultura a partir de su propia revalorización.

En “Como un tornado…”, Gerardo Neugovsen habla del proceso mediante el cual un acto creativo, del orden que sea, logra ser reconocido como un bien cultural. En este proceso se involucran muchas instancias. Imagínese, caro lector, al escritor que ha puesto el punto final a su última novela para compartirla con su público, aunque también podría aplicar para obras performativas como el teatro o la danza. Esa obra que recién nace está en camino de convertirse en un bien cultural. La definición que el autor propone de bien cultural es la siguiente: es un acto creativo realizado por un individuo o un grupo de personas, al cual se le ha añadido el valor del reconocimiento social. Después de esta definición, Neugovsen invita a hacer un ejercicio de revalorización del mercado.

Una pregunta fundamental que plantea el autor es ¿cuál es el valor que nuestra sociedad asigna realmente a la cultura y por qué? Mientras que por un lado tenemos a autores consolidados que pueden llegar a ganar una fortuna por su trabajo, por el otro la sociedad se empeña a decir que “del arte no se vive”. No obstante, también es recurrente que en la sociedad se acuda a la percepción de que “la cultura es una necesidad”. Pero, ¿es realmente la cultura una necesidad como el aire o la comida?

Un primer paso para responder a esta pregunta es cómo se determina cuáles son y cuáles no son estas necesidades. La necesidad se asocia con la carencia de algo percibido como fundamental para vivir. Pero, insiste el autor, ¿quién y cómo se determina la importancia de aquello que “es importante” en nuestra sociedad?

En el modelo socioeconómico de la escasez, característico de la modernidad, predomina la lógica económica de la escasez mediante la cual el éxito se mide en acumulación de bienes y recursos tangibles o su representación en dinero. En contraste, quien no logre acumular bienes, recursos o dinero, no es exitoso.

Esta idea se instala en nuestra sociedad a través del concepto de riqueza mercantil, heredado de La riqueza de las naciones de Adam Smith, mediante el cual rige al modelo económico. Sin ningún ánimo de despotricar ad hominem en contra del célebre economista y filósofo escocés, Neugovsen considera que, en consecuencia, el trabajo productivo es en primer lugar un trabajo que tiene lugar en los marcos de una sociedad basada en la producción de mercancías. No obstante, la producción simbólica, cultural y creativa no cabe en estas categorías. De hecho, Smith incluía en la categoría trabajo improductivo a los artistas, mediante una visión que nos ha llegado heredada a través de nuestros padres y abuelos, algo que se pone en evidencia cuando nos conminan a dejar de hacer arte para hacer algo productivo, o que nos dediquemos al arte en nuestros tiempos libres, como pasatiempo, o cuando, después de decir que eres músico, alguien te pregunta: “pero, ¿a qué te dedicas? ¿Qué haces para vivir?”.

A partir de un análisis comparativo entre el modelo de necesidades de Maslow y de Max Neef, que por cuestiones de espacio no compararemos, el autor destaca que para éste último las necesidades humanas fundamentales son pocas y son las mismas para todos los individuos, independientemente del tiempo y lugar, lo que cambia son los satisfactores de estas necesidades (ser, tener, hacer y estar), los cuales varían según los avances tecnológicos y el desarrollo cultural de cada grupo humano.

Para los actores que lideran proyectos culturales, industrias creativas o que fungen como funcionarios de la cultura, es esencial poder desarrollar dichos proyectos tomando en cuenta las necesidades humanas fundamentales que pueden ser satisfechas a través de la intervención cultural. Ante el cambio en la lógica productiva, la cual ya no se basa en la escasez sino en la abundancia, el gran enemigo de la creatividad y la innovación en las organizaciones es la tradicional estructura jerárquica piramidal. Es necesario revalorar la cultura, es decir, entender que el sector cultural y creativo entrega valor a la sociedad a través de diversos canales de distribución y que el valor de retorno no sólo es monetario, sino que vuelve en forma de fidelización y prestigio para el autor. Es necesario entonces construir una espiral virtuosa de crecimiento.


[1] Disponible en https://www.lanacion.com.ar/sociedad/industrias-creativas-y-culturales-la-cuarta-revolucion-industrial-nid2128632/

Recientemente regresaba a la lectura de unos conceptos particulares que se tratan en el libro Proyectos Culturales: sus configuraciones y desafíos para el cambio social (Secretaría de Cultura, 2016), coordinado por José Antonio Mac Gregor, y me encontré con grata sorpresa con la lectura de uno de los textos más importante de dicho volumen. Me refiero al que lleva por título “Como un tornado: La transformaciones necesarias en el sector cultural” de Gerardo Neugovsen.

El confinamiento por COVID-19 ha acelerado nuestro ingreso a una nueva realidad: la humanidad ha ingresado a la Cuarta Revolución Industrial en donde la automatización, robotización y la inteligencia artificial va a tener un impacto irreversible en la educación y en el empleo. Esto lo vaticinaba Neugovsen en 2018, en entrevista con el periódico argentino La Nación[1], en donde además añadía que "diversos estudios indican que en los próximos 15 años se perderán más de 800 millones de puestos de trabajo por esta transformación productiva, pero también señalan que los trabajos que menos serán afectados son las actividades basadas en la creatividad y en la interacción humana, dado que las máquinas no pueden replicar estos procesos".

La realidad para la gran mayoría de los artistas queretanos parece ser contradictoria al pronóstico de Neugovsen. Parece ser que sus actos creativos se han visto interrumpidos o, en el peor de los casos, suprimidos por consecuencia de la pandemia; y que los bienes culturales estén constreñidos a las directrices que establecen los funcionarios culturales. Sin negar la gravedad de la situación, no se trata sólo de averiguar cómo vamos a regresar al teatro, cómo resolver los conciertos musicales y asumir los protocolos sanitarios para un regreso seguro. Se trata de pensar en el futuro de la cultura a partir de su propia revalorización.

En “Como un tornado…”, Gerardo Neugovsen habla del proceso mediante el cual un acto creativo, del orden que sea, logra ser reconocido como un bien cultural. En este proceso se involucran muchas instancias. Imagínese, caro lector, al escritor que ha puesto el punto final a su última novela para compartirla con su público, aunque también podría aplicar para obras performativas como el teatro o la danza. Esa obra que recién nace está en camino de convertirse en un bien cultural. La definición que el autor propone de bien cultural es la siguiente: es un acto creativo realizado por un individuo o un grupo de personas, al cual se le ha añadido el valor del reconocimiento social. Después de esta definición, Neugovsen invita a hacer un ejercicio de revalorización del mercado.

Una pregunta fundamental que plantea el autor es ¿cuál es el valor que nuestra sociedad asigna realmente a la cultura y por qué? Mientras que por un lado tenemos a autores consolidados que pueden llegar a ganar una fortuna por su trabajo, por el otro la sociedad se empeña a decir que “del arte no se vive”. No obstante, también es recurrente que en la sociedad se acuda a la percepción de que “la cultura es una necesidad”. Pero, ¿es realmente la cultura una necesidad como el aire o la comida?

Un primer paso para responder a esta pregunta es cómo se determina cuáles son y cuáles no son estas necesidades. La necesidad se asocia con la carencia de algo percibido como fundamental para vivir. Pero, insiste el autor, ¿quién y cómo se determina la importancia de aquello que “es importante” en nuestra sociedad?

En el modelo socioeconómico de la escasez, característico de la modernidad, predomina la lógica económica de la escasez mediante la cual el éxito se mide en acumulación de bienes y recursos tangibles o su representación en dinero. En contraste, quien no logre acumular bienes, recursos o dinero, no es exitoso.

Esta idea se instala en nuestra sociedad a través del concepto de riqueza mercantil, heredado de La riqueza de las naciones de Adam Smith, mediante el cual rige al modelo económico. Sin ningún ánimo de despotricar ad hominem en contra del célebre economista y filósofo escocés, Neugovsen considera que, en consecuencia, el trabajo productivo es en primer lugar un trabajo que tiene lugar en los marcos de una sociedad basada en la producción de mercancías. No obstante, la producción simbólica, cultural y creativa no cabe en estas categorías. De hecho, Smith incluía en la categoría trabajo improductivo a los artistas, mediante una visión que nos ha llegado heredada a través de nuestros padres y abuelos, algo que se pone en evidencia cuando nos conminan a dejar de hacer arte para hacer algo productivo, o que nos dediquemos al arte en nuestros tiempos libres, como pasatiempo, o cuando, después de decir que eres músico, alguien te pregunta: “pero, ¿a qué te dedicas? ¿Qué haces para vivir?”.

A partir de un análisis comparativo entre el modelo de necesidades de Maslow y de Max Neef, que por cuestiones de espacio no compararemos, el autor destaca que para éste último las necesidades humanas fundamentales son pocas y son las mismas para todos los individuos, independientemente del tiempo y lugar, lo que cambia son los satisfactores de estas necesidades (ser, tener, hacer y estar), los cuales varían según los avances tecnológicos y el desarrollo cultural de cada grupo humano.

Para los actores que lideran proyectos culturales, industrias creativas o que fungen como funcionarios de la cultura, es esencial poder desarrollar dichos proyectos tomando en cuenta las necesidades humanas fundamentales que pueden ser satisfechas a través de la intervención cultural. Ante el cambio en la lógica productiva, la cual ya no se basa en la escasez sino en la abundancia, el gran enemigo de la creatividad y la innovación en las organizaciones es la tradicional estructura jerárquica piramidal. Es necesario revalorar la cultura, es decir, entender que el sector cultural y creativo entrega valor a la sociedad a través de diversos canales de distribución y que el valor de retorno no sólo es monetario, sino que vuelve en forma de fidelización y prestigio para el autor. Es necesario entonces construir una espiral virtuosa de crecimiento.


[1] Disponible en https://www.lanacion.com.ar/sociedad/industrias-creativas-y-culturales-la-cuarta-revolucion-industrial-nid2128632/

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