La presencia de Kelsen en la UNAM fue todo un acontecimiento, según narran las crónicas de ese tiempo. Pero es seguro que desde muchos lustros atrás sus discípulos transmitieran esa admiración por el checoslovaco a las siguientes generaciones de la Facultad de Derecho. El pensamiento y trabajo teórico de Kelsen era referente obligado para los estudiosos. De ahí viene la influencia que hizo mella tan profunda en el joven abogado.
Si le rascas a cualquier anécdota hay muchos elementos debajo de la piel de encimita, todo es cuestión de serenarse, pensar, escarbar, buscar, preguntar, asociar. Hay más de lo que uno cree. Recordando con más profundidad, creo que don Roberto hasta me mostró un libro de Teoría del derecho, cuyo autor era Kelsen. Era un texto al estilo antiguo, empastado, gastado, con títulos en dorado. Yo era jovencillo, 22 o 23 años, andaba en mi propia locura y no recuerdo haber puesto demasiada atención, aparte me sacaba de onda porque luego el don se poseía y me ponía en su consola Stromberg-Carlson sus viejos discos de 78 rpm con marchas militares alemanas, y ya entrados en confianza salía a relucir algún ejemplar de Mi lucha y algún texto de Salvador Borrego, personajes a los cuales yo aborrecía. También por eso no ponía atención, aunque a Kelsen no lo conocía.
Hans Kelsen nació en lo que entonces era Checoslovaquia, parte del imperio austrohúngaro cuando éste todavía era una potencia mundial en áreas que iban de la economía a lo militar, pasando por las artes y la filosofía. Un entorno excelsamente rico. Kelsen es el creador de la Teoría pura del derecho, hay gente que lo admira por su trabajo, ha influido fuertemente en el desarrollo de esa disciplina, pero también tiene fuertes detractores. Don Roberto fue de sus admiradores, lo escuché citarlo varias veces, aunque nunca lo oí desarrollar un concepto o explicitar un poco más el motivo de su admiración. Sé que son preguntas un tanto tiradas al vacío, pero ¿porqué no siguió el ejemplo de Kelsen de dedicación, estudio, entrega? Don Roberto trabajó en el Registro Federal de automóviles, en Hacienda, y luego en lo relacionado con las vías generales de comunicación y transporte, ahí es donde ejerció su carrera hasta que, a los 30 años de trabajo, se vio obligado a jubilarse porque varios tipos querían quedarse con su plaza. Cuando se jubiló dio la impresión de liberarse de algo, porque jamás volvió a tomar un libro de derecho entre sus manos.
Preguntarse por qué no hizo esto o aquello es un tanto ocioso, y recuerda aquel chiste de Pepito a quien su padre le dice que él a su edad ya trabajaba y estudiaba, a lo que Pepito responde que a la edad de su papá, Napoleón ya había conquistado toda Europa. Aun así, es válido preguntarse por qué un hombre estudiado y con algún talento se apaga hasta terminar jubilado conviviendo con el escuadrón de la muerte –los teporochos– de su colonia. Triste situación que requeriría de un análisis a fondo, pero que vale la pena preguntarse. ¿Fracasó en su matrimonio? ¿Tuvo complejos generados en su infancia que le impidieron poseer una fuerte autoestima? ¿No tuvo los arrestos suficientes? ¿Ni sus hijos lo motivaron para salir adelante? Son preguntas difíciles de responder, sólo se pueden lanzar algunas hipótesis. Sin duda que terminar a mentadas de madre con la esposa de uno debe dejar un desánimo y desesperanza tremendas. El amor es básico, y, viene a ser una gran motivación para rifársela. Cuando hay resentimientos, reproches, incomunicación, el infierno se vuelve tangible para esos seres. Don Roberto nunca supo quién fue su padre hasta ya grande, y el día que emocionado fue a buscarlo para conocerle éste lo recibió con un seco y despótico “¿qué quieres? De seguro ya vienes por dinero”. El golpe brutal al corazón y sentimientos del muchacho debe haber sido tremendo, decepcionante, demoledor. Su madre fue soldadera, y aquel ferrocarrilero le dio el apellido Meléndez al niño que después abandonó para siempre.
Desde muy joven, don Roberto Meléndez agarró el vicio del cigarro y el alcohol, dos malos hábitos que a la larga causarían la ruina de su cuerpo, su mente, su voluntad y sus sentimientos. Esas adicciones lo hundieron hasta límites increíbles como andar todo desaseado y borracho casi todos los días. Y no era mala persona, tenía una bella sonrisa, era amable y servicial, amaba a sus nietos, pero ni ellos ni sus hijos fueron motivación suficiente para transformar su vida. Daba la impresión de que traía clavada una herida muy profunda, abierta, sangrante. De cualquier forma, todo alrededor de él forma ya parte del anecdotario, de la constelación, de la conformación de nuestra familia, y es necesario reconocerlo, evaluarlo y sublimarlo. Hubiera… hubiera…, se hubiera inspirado en Kelsen, este jurista también enfrentó grandes obstáculos, incluso tuvo que huir de Europa debido a la persecución nazi, su propia vida estaba en peligro, y a todos esos graves dilemas se sobrepuso, lo cual refleja un enorme coraje y voluntad, así como inteligencia y habilidad. Victorias que bien valoradas pueden inspirar a cualquier hombre a salir adelante, pero no fue así en el caso de don Roberto Meléndez, ¿por qué? ¿De cuántos factores depende que se dé una respuesta como la de Kelsen a los problemas que se le presentan a un humano?
El ejemplo de los grandes hombres y mujeres que han existido y que se han enfrentado a pequeños y enormes problemas, puede y debe servirnos de inspiración para encarar nuestras propias dificultades. Para eso se escriben las biografías, para que nos inspiremos en ellas, para eso se cuentan las historias de familia, para que tengamos un referente respecto a los fracasos y a los triunfos de los nuestros. Aun con los huecos que haya respecto a esas vidas, o incluso los mitos al respecto, siempre pueden servir de parámetro para medir nuestros propios resultados, para inspirar nuestros planes, para impulsarnos a salir airosos en las batallas de la vida. Así, la historia de Roberto Meléndez y la de Hans Kelsen pueden servirnos de acicate y plataforma para enraizar y conducir nuestro propio devenir. Que así sea.