El grupo Petate Escénico, en el que colaboro, ha tenido la oportunidad en estas fechas de participar en el 11º Festival Entepola Argentina realizado en la provincia de Jujuy, de este mismo país. El carácter de este festival es de congregar espectáculos teatrales de distintas partes del mundo con un perfil comunitario y/o popular.
¿Cuál es la distinción entre comunitario y popular? Lo popular tiene que ver con las expresiones artísticas propias de la región, provenientes de todos los estratos sociales, sin imperar la formación profesional sino la expresión creativa del pueblo y todo lo que desde este sitio acuda a la escena.
Desde mi experiencia, ésta es la base de este tipo de encuentros pues congrega a la comunidad artística sin barreras de ningún tipo y permite el intercambio de discursos, estéticas y necesidades desde muy diversos contextos.
Por otro lado está lo comunitario, esto tiene que ver particularmente con la presentación de las puestas en escena seleccionadas en foros o sedes centrales, ubicados en el centro de la provincia tanto en escuelas como en foros y comunidades de la periferia de Jujuy.
Lo más importante es el poder llevar el arte de manera gratuita a espacios que tienen dificultad de acceso. Es justo en este punto en donde sucede la trascendencia de festivales de esta índole, pues a partir de estos sucesos en la vida de los espectadores, provenientes de diversos contextos, es que se pueden multiplicar los alcances sensibles, emotivos y sociales del teatro.
Las posibilidades que brinda el teatro de abrir la perspectiva de los espectadores, de alcanzar otras realidades, sin lugar a dudas conforma una sociedad más empática y activa pero además es emocionante vislumbrar la posibilidad de que, ante experiencias de este tipo, en un futuro se sumen a la comunidad artística individuos cuyas posibilidades de desarrollo hoy parecen acotadas por su contexto, pero que en realidad no lo están y el teatro ofrece justamente esa facultad de expandir y ver más allá.
Espacio mágico e indivisible
Entre diversos espectáculos maravillosos que tuvimos la oportunidad de presenciar quiero detenerme en uno que arrebató mi corazón y mi sorpresa. La obra se titulaba De cómo moría y resucitaba Lázaro el lazarillo, de Arístides Vargas; una puesta del grupo Guillermo Troncoso de Mendoza, Argentina. La noche de ese evento una de las organizadoras del festival subió al escenario en punto de las 20:00 horas para presentar la obra en cuestión; casi estaba por terminar su discurso cuando un hombre gritó impaciente desde las butacas: “¿A qué hora va a empezar esto?” Sin reparar mucho en la interrupción la presentadora continuó y mientras ella salía por una de las piernas del escenario la alcanzó otro grito proveniente del mismo sitio. El público se comenzó a incomodar y el hombre en cuestión continuó interrumpiendo el principio del espectáculo. Yo asomaba la cabeza buscando a los encargados de la seguridad del teatro implorando que tomaran acciones, pues eso parecía estar saliéndose de control, hasta que pude ver al hombre, que salió de entre las butacas, expresando entre algunas otras cosas que quería contar su historia. Resultó que el hombre era el actor de la puesta en escena. En menos de 3 minutos ya había logrado meternos en la ficción sin que nosotros nos percatásemos de ello.
Lo más maravilloso de esta intervención fue que mientras sucedía el desconcierto entre los gritos del hombre y el resto de personas, algún teléfono –o algo parecido– timbraba en algún lugar de la sala. Cuando nos percatamos de que el hombre era parte de la obra y él subió al escenario, el sonido del teléfono seguía escuchándose intermitente en la sala. Pronto descubrí que un niño en la fila de atrás jugaba con un teléfono y sus padres sentados al lado no objetaban nada al respecto, hasta que alguno de los espectadores les pidió silencio; entonces, con poco interés, el padre le hizo una seña al niño y aparentemente bajó el volumen del dispositivo. A juzgar por este suceso me atrevo a asegurar que esa familia no acude frecuentemente al teatro, de lo contrario tendrían presentes ciertos códigos de comportamiento propios de este tipo de recintos. Sin embargo, no habían pasado ni diez minutos de este hecho y del transcurso del espectáculo cuando el mismo niño del teléfono celular se encontraba ya absolutamente prendado de la obra, miraba sin parpadear y en diversos momentos en que tuvo la oportunidad de participar desde su butaca –acorde a lo planteado en escena–, lo hizo. Desde luego yo estaba tan prendada de la obra como el niño aunque la curiosidad me ganaba de vez en vez y echaba una mirada por encima del hombro para constatar lo indudable: el niño estaba atrapado por la ficción.
En esta anécdota se logra lo que desde mi postura de participante comprendo sobre los objetivos del festival. No sé de dónde provenía aquella familia ni qué los llevó ese día al teatro, pero sin duda, sus expectativas e interés antes del evento estaban en un sitio muy distinto al que vivenciaron durante el desarrollo de la obra.
Fundación Entepola que tiene su origen en Santiago de Chile tiene como slogan del Festival “Los protagonistas somos todos”, haciendo referencia a que no son los artistas los que hacen de este evento lo que es, sino ellos junto con los espectadores. A través de todos es que sucede el espacio mágico e indivisible del teatro.
Otro espacio de comunidad muy importante en esta experiencia es el que se crea entre los artistas que durante cinco días convivimos congregados en un espacio habitacional común, compartiendo transporte e intercambiando opiniones, experiencias, risas, lágrimas y más desde la sala de teatro hasta la mesa de algún bar. De ser completos desconocidos, en pocos días se conforman familias que te acompañan, comparten y apoyan. Humanos, artistas con los que se pueden compartir estas experiencias son en los que yo creo. Ésta es la comunidad artística que puede compartir y dialogar con la sociedad a la que pertenecen.
En uno de los espectáculos de títeres presentados: Al diablo con el pan, lo hicimos trabajar, de Isadora Plateroti, ella concluyó la obra compartiendo con el público un ritual común entre los titiriteros en el que, acompañado de algunos movimientos, se enuncia la oración: “Si el mundo es redondo nos volveremos a encontrar”. Creo que esa es justamente la lógica y la apuesta del teatro; coincidir una y mil veces tanto entre artistas como entre artistas y público y que estos encuentros sirvan para compartir, aprender, abrazar y abrir caminos por los que todos los individuos podamos transitar sin distinción ni fronteras, caminos comunes.
Si el mundo es redondo nos volveremos a encontrar.