/ viernes 14 de febrero de 2020

Socialismo

El libro de cabecera

En el capítulo IV titulado lacónicamente como “Socialismo”[1], Ignacio Sotelo (Madrid, 1936) presenta un texto al que quizás todos los estudiantes de Ciencias Sociales, desde educación básica hasta superior, deberían de tener acceso. Me explico.

En su osadía por “penetrar en la maraña de significaciones que acompaña a cada uno de los conceptos que designan a las grandes corrientes políticas contemporáneas (conservadurismo, liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo)” (p. 79), Sotelo ofrece una sucinta pero lúcida aproximación al concepto de Socialismo, desde sus orígenes hasta su futuro incierto en las antípodas de la Modernidad.

Es curioso, pero desde sus orígenes el Socialismo se manifiesta como una resistencia de sectores populares a proletizarse, neologismo que remite a la adhesión de la clase obrera en un solo grupo. No obstante, los primeros socialistas consideran ya a la industrialización como un fenómeno nefasto a corto plazo (produce miseria y explotación), pero necesario a largo (supone la base del bienestar generalizado allende las relaciones capitalistas de producción).

Es hacia finales de 1830 que aparece el término de Socialismo, vinculado al reformismo inglés de Robert Owen (nuevo laborismo) y al de Saint-Simon (socialismo renovado) en Francia. Como precursor de las reformas sociales tan elementales como urgentes, Owen conminará el planteamiento de un capitalismo con rostro humano, distinguiéndose además por oponerse a cualquier tipo de violencia y por la desconfianza a la politización de la lucha obrera, lo que explica su separación del movimiento cartista.

Por su parte, Henri Saint-Simon goza del privilegio histórico de ser el primero en plantear la necesidad de una ciencia social, ciencia a la que su secretario, Auguste Comte, se encarga de bautizar posteriormente como Sociología. Con su entusiasmo napoleónico, comparable al Síndrome de Stendhal, Saint-Simon propone una reorganización sistemática de los saberes científicos que han de servir al nuevo orden social (el problema del orden ya había sido planteado por Thomas Hobbes). Pero dicha reorganización se topará con la persistencia y agudización del dualismo entre una clase feudal/parasitaria y otra industrial/trabajadora. Es precisamente la constatación de este dualismo lo que justificará la búsqueda de una sociedad armónica, sin clases, en la que los productores se esfuercen solidariamente en el desarrollo de la ciencia para el mejor dominio de la naturaleza: una sociedad científica, solidaria y en armonía que evolucione de un estado feudal a uno científico. Este planteamiento constituye por sí mismo una de las principales contribuciones de Sant-Simon a la teoría social: el origen de la Sociología y el Socialismo surgen como respuestas al despliegue del capitalismo industrial.

Es en la etapa fundacional, entre 1830 y 1864, año de la Primera Internacional, en que el Socialismo, de su estado de búsqueda de una clase en formación –proletariado industrial–, pasa a proponer el concepto del “Materialismo histórico”, por supuesto, acuñado por Karl Marx, quien desde postulados políticos más que eminentemente sociales, plantea una teoría económica general de la crisis a partir de un pormenorizado.

No obstante, es posible encontrar un punto de convergencia entre Saint-Simon y Marx: en ambos casos los planteamientos se originan de una imagen global y maximalista de la historia. Sin embargo, Marx se decanta por la crítica hacia el idealismo histórico que concibe a las ideas como el motor de la Historia, y a los intelectuales como verdaderos héroes.

De esta forma, hacia 1844 Marx desarrolla el Materialismo Histórico, método que coloca en el centro al concepto de modo de producción y relaciones de producción, conceptos clave para comprender la aparentemente compleja teoría marxista (en este momento no nos referiremos a Hegel). Pero Marx se separa de la Sociología y, por supuesto del Socialismo. Para Marx su interés radica en la estructura última de la sociedad, como la de la crisis, sólo puede ser desvelada a partir de la crítica de la economía política.

Mientras que Saint-Simon solamente alcanzó a plantear desde el Socialismo a las dos clases en litigio, Marx hace patente la contradicción básica entre trabajo (proletariado) y capital (dueños de los medios de producción y, por ende, del capital), lo que permite denominar a la sociedad como capitalista, trascendiendo a la sociedad industrial saintsimoniana.

Llegados a este punto, es menester plantear los postulados básicos de los que parte la crítica marxiana hacia las relaciones de producción:

· La identificación a la manera clásica de los conceptos de valor y trabajo.

· La reformulación de la teoría del valor-trabajo, con base en el rechazo moral de que el trabajo humano puede recibir un tratamiento de mercancía.

En este sentido, Sotelo deduce que, si el trabajo es una facultad constitutiva de lo humano y el hombre se define por su libertad, entonces la distinción entre trabajo libre y trabajo enajenado resultará esencial para comprender y efectuar la crítica de la economía política. ¡Esta es su debilidad y a la vez la fortaleza de Marx! Aunque el dilema es asequible, no deja de ser una lógica refractaria e incompatible, a pesar de lo funcional que pueda resultar en el proceso productivo.

El concepto de crisis se pondrá en perspectiva de la periodicidad de acuerdo con los ritmos establecidos por los procesos de producción y acumulación del capital. En este nivel, Marx lo explica a partir de dos principios:

1. Las caídas de las tasas de beneficio.

2. Los efectos de la superproducción.

Es decir, de acuerdo con la lógica marxista, a la que no pocos se han quedado prendidos con un halo, mezcla de feligresía con ignorancia, la inviabilidad del capitalismo queda manifiesta debido a la tendencia de disminución de la tasa de beneficio, en contraste con la implacable superproducción. Aunque también se pone de manifiesto lo que Marx denominaba “el milagro de la superproducción y de la supermiseria”, es decir, un mundo en donde la mayoría carece hasta de lo más necesario, cuenta con mercados saturados a tal grado que es necesario suspender la producción.

Para ilustrar lo anterior, Sotelo recupera la metáfora que Marx refería para representar dicho milagro: las crisis en el Capitalismo son como el vómito para los romanos: hacen hueco para poder continuar comiendo.

En esta primera entrega será necesario pues establecer que Marxismo y Socialismo no son lo mismo. Y que en la etapa fundacional del Socialismo la principal oposición ideológica y sociológica se presenta entre el Socialismo autoritario y el libertario; y entre el Marxismo y el Anarquismo.

[1]Sotelo, I (1998) “Capítulo IV. Socialismo”, páginas 79 a 100, en Mellón, J. A. (1998). Ideologías y movimientos políticos contemporáneos. España: Editorial Tecnos.

@doctorsimulacro

En el capítulo IV titulado lacónicamente como “Socialismo”[1], Ignacio Sotelo (Madrid, 1936) presenta un texto al que quizás todos los estudiantes de Ciencias Sociales, desde educación básica hasta superior, deberían de tener acceso. Me explico.

En su osadía por “penetrar en la maraña de significaciones que acompaña a cada uno de los conceptos que designan a las grandes corrientes políticas contemporáneas (conservadurismo, liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo)” (p. 79), Sotelo ofrece una sucinta pero lúcida aproximación al concepto de Socialismo, desde sus orígenes hasta su futuro incierto en las antípodas de la Modernidad.

Es curioso, pero desde sus orígenes el Socialismo se manifiesta como una resistencia de sectores populares a proletizarse, neologismo que remite a la adhesión de la clase obrera en un solo grupo. No obstante, los primeros socialistas consideran ya a la industrialización como un fenómeno nefasto a corto plazo (produce miseria y explotación), pero necesario a largo (supone la base del bienestar generalizado allende las relaciones capitalistas de producción).

Es hacia finales de 1830 que aparece el término de Socialismo, vinculado al reformismo inglés de Robert Owen (nuevo laborismo) y al de Saint-Simon (socialismo renovado) en Francia. Como precursor de las reformas sociales tan elementales como urgentes, Owen conminará el planteamiento de un capitalismo con rostro humano, distinguiéndose además por oponerse a cualquier tipo de violencia y por la desconfianza a la politización de la lucha obrera, lo que explica su separación del movimiento cartista.

Por su parte, Henri Saint-Simon goza del privilegio histórico de ser el primero en plantear la necesidad de una ciencia social, ciencia a la que su secretario, Auguste Comte, se encarga de bautizar posteriormente como Sociología. Con su entusiasmo napoleónico, comparable al Síndrome de Stendhal, Saint-Simon propone una reorganización sistemática de los saberes científicos que han de servir al nuevo orden social (el problema del orden ya había sido planteado por Thomas Hobbes). Pero dicha reorganización se topará con la persistencia y agudización del dualismo entre una clase feudal/parasitaria y otra industrial/trabajadora. Es precisamente la constatación de este dualismo lo que justificará la búsqueda de una sociedad armónica, sin clases, en la que los productores se esfuercen solidariamente en el desarrollo de la ciencia para el mejor dominio de la naturaleza: una sociedad científica, solidaria y en armonía que evolucione de un estado feudal a uno científico. Este planteamiento constituye por sí mismo una de las principales contribuciones de Sant-Simon a la teoría social: el origen de la Sociología y el Socialismo surgen como respuestas al despliegue del capitalismo industrial.

Es en la etapa fundacional, entre 1830 y 1864, año de la Primera Internacional, en que el Socialismo, de su estado de búsqueda de una clase en formación –proletariado industrial–, pasa a proponer el concepto del “Materialismo histórico”, por supuesto, acuñado por Karl Marx, quien desde postulados políticos más que eminentemente sociales, plantea una teoría económica general de la crisis a partir de un pormenorizado.

No obstante, es posible encontrar un punto de convergencia entre Saint-Simon y Marx: en ambos casos los planteamientos se originan de una imagen global y maximalista de la historia. Sin embargo, Marx se decanta por la crítica hacia el idealismo histórico que concibe a las ideas como el motor de la Historia, y a los intelectuales como verdaderos héroes.

De esta forma, hacia 1844 Marx desarrolla el Materialismo Histórico, método que coloca en el centro al concepto de modo de producción y relaciones de producción, conceptos clave para comprender la aparentemente compleja teoría marxista (en este momento no nos referiremos a Hegel). Pero Marx se separa de la Sociología y, por supuesto del Socialismo. Para Marx su interés radica en la estructura última de la sociedad, como la de la crisis, sólo puede ser desvelada a partir de la crítica de la economía política.

Mientras que Saint-Simon solamente alcanzó a plantear desde el Socialismo a las dos clases en litigio, Marx hace patente la contradicción básica entre trabajo (proletariado) y capital (dueños de los medios de producción y, por ende, del capital), lo que permite denominar a la sociedad como capitalista, trascendiendo a la sociedad industrial saintsimoniana.

Llegados a este punto, es menester plantear los postulados básicos de los que parte la crítica marxiana hacia las relaciones de producción:

· La identificación a la manera clásica de los conceptos de valor y trabajo.

· La reformulación de la teoría del valor-trabajo, con base en el rechazo moral de que el trabajo humano puede recibir un tratamiento de mercancía.

En este sentido, Sotelo deduce que, si el trabajo es una facultad constitutiva de lo humano y el hombre se define por su libertad, entonces la distinción entre trabajo libre y trabajo enajenado resultará esencial para comprender y efectuar la crítica de la economía política. ¡Esta es su debilidad y a la vez la fortaleza de Marx! Aunque el dilema es asequible, no deja de ser una lógica refractaria e incompatible, a pesar de lo funcional que pueda resultar en el proceso productivo.

El concepto de crisis se pondrá en perspectiva de la periodicidad de acuerdo con los ritmos establecidos por los procesos de producción y acumulación del capital. En este nivel, Marx lo explica a partir de dos principios:

1. Las caídas de las tasas de beneficio.

2. Los efectos de la superproducción.

Es decir, de acuerdo con la lógica marxista, a la que no pocos se han quedado prendidos con un halo, mezcla de feligresía con ignorancia, la inviabilidad del capitalismo queda manifiesta debido a la tendencia de disminución de la tasa de beneficio, en contraste con la implacable superproducción. Aunque también se pone de manifiesto lo que Marx denominaba “el milagro de la superproducción y de la supermiseria”, es decir, un mundo en donde la mayoría carece hasta de lo más necesario, cuenta con mercados saturados a tal grado que es necesario suspender la producción.

Para ilustrar lo anterior, Sotelo recupera la metáfora que Marx refería para representar dicho milagro: las crisis en el Capitalismo son como el vómito para los romanos: hacen hueco para poder continuar comiendo.

En esta primera entrega será necesario pues establecer que Marxismo y Socialismo no son lo mismo. Y que en la etapa fundacional del Socialismo la principal oposición ideológica y sociológica se presenta entre el Socialismo autoritario y el libertario; y entre el Marxismo y el Anarquismo.

[1]Sotelo, I (1998) “Capítulo IV. Socialismo”, páginas 79 a 100, en Mellón, J. A. (1998). Ideologías y movimientos políticos contemporáneos. España: Editorial Tecnos.

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