¿Recuerdas una de esas tardes en las que tu madre, con los brazos cargados de bolsas, biberones y juguetes, te llevó de la mano hasta la puerta de la abuela? ¿Puedes cerrar los ojos y tratar de recordar cómo tú y tu hermanita lloriqueante fueron recibidos por esa mujer amorosa que todas las tardes reservaba tiempo y energía para jugar con ustedes? Mamá se iba a trabajar para poder pagar las cuentas o para consumar sueños profesionales o para no caer en las garras de la depresión. Papá también estaba trabajando, o tal vez se fue muchos años atrás. El caso es que él no pasaba por ustedes a la escuela. No comía con ustedes. No los ayudaba con las tareas.
Muchos mexicanos nacidos en las últimas cuatro décadas del siglo XX fuimos criados por nuestras abuelas. Muchos niños y jóvenes llegados al mundo en este pujante siglo XXI también dependen de ellas. Generosas y dispuestas, las abuelas nos han brindado un refugio al cual es posible acudir siempre que sea necesario. “Tráeme a la niña, yo la cuido, no te preocupes”. “Que coman conmigo los tres, les voy a preparar el postre que les gusta”. “Yo paso por él a la escuela, si quieres puede quedarse a dormir aquí”. Sin esas abuelas que apoyan a sus hijas o a sus nueras, ¿hubiera sido posible que muchas mujeres se emanciparan y lograran dedicarse comprometidamente a sus carreras?
Ojalá que la configuración social se modifique en este siglo, que las labores domésticas y la crianza logren compartirse equitativamente por hombres y mujeres. Es seguro que habrá cambios, pero estos serán lentos y progresivos. Las pugnas feministas deberán cimbrar los cimientos culturales que todavía sostienen una estructura predominantemente patriarcal, pero lo importante es que están empezando a enunciarse los abusos, las inconsistencias, las injusticias misóginas. En este momento nos encontramos en una fase de transición, reina una especie de caos en el que confluyen una gran cantidad de discursos. Las redes sociales acicatean el desorden y privilegian los enfoques superficiales, lo cual impide que echen raíces algunas tentativas feministas verdaderamente indispensables e inteligentes. Existen hombres que están dispuestos a observar sus actitudes de forma crítica, otros tantos prefieren reaccionar defensiva y violentamente, hay algunos que transitan por el mundo como si nada estuviera cambiando. Hay mujeres que creen haber consumado logros feministas al protestar en el Facebook, otras que se zambullen en lecturas legadas por importantes pensadoras del pasado, muchas que se sienten ofendidas por las manifestaciones que se oponen al machismo, algunas que repudian a las que adoptan posturas de sumisión. Están también quienes no se sienten identificados con los códigos sexuales binarios, o aquellas que decidieron acuñar términos plurales para designar identidades ambiguas. La lista de perspectivas ideológicas, morales o intelectuales es infinita. Esta esquizofrenia deberá poco a poco asentarse hasta que la asimilación cultural trascienda y eche raíces la equidad entre los seres humanos.
Somos una especie compleja que durante miles de años ha debido encarar problemas atávicos aún irresueltos. Aunque los enfoques simplistas de las redes sociales parezcan allanar el camino para abrir atajos hacia cambios añorados, lo cierto es que es imposible imponer transiciones abruptas en el inconsciente colectivo. Es importante no perder de vista que los temas que realmente resultan relevantes y universales entreverán un sinfín de tramas: la noción de género no puede deslindarse de los procesos históricos, de los sistemas sociopolíticos, de las particularidades biológicas, de los discursos culturales y artísticos. Todos los cambios profundos requieren de tiempo suficiente y de personas visionarias que ayuden a los demás a trazar nuevas rutas.
Por eso pongo la lupa sobre las abuelas
Ellas, mucho antes de que los temas feministas empezaran a bullir y a resonar tan drástica y generalizadamente, aceptaron los cambios de paradigmas sociales y fueron pioneras del feminismo. Dijeron sí cuando sus hijas les pidieron ayuda para salir a tomar el mundo poco a poco. Dijeron “sigo aquí” cuando sus nueras (aun divorciadas del hombre que las vinculaba con su suegra) fueron acumulando logros en sus carreras. Dijeron “no estás sola” cuando sus nietas quedaron huérfanas. Dijeron “lo resolveremos juntas” cuando sobrevinieron embarazos sorpresivos.
Yo tuve una abuela, Alicia Mora, que me salvó de la locura de mi madre. Me recibió en su casa, me protegió, me acompañó incansablemente. Me legó el amor por los libros, me llevó al teatro para mostrarme que la escena es el verdadero hogar de quienes no queremos y no podemos habitar del todo en la realidad (porque ésta nos mordió dolorosamente). Gracias a ella, no se derrumba la vida. La casa de mi abuela no es sólo locación y geografía, es un territorio simbólico cuya continuidad se corporiza en las tablas y las letras.
Mi hija tiene una abuela, Cristina Reyes, cuya bondad me deja sin palabras. Ella alguna vez fue mi suegra. A pesar de que me separé del padre de mi pequeña hace muchos años, la voz de Tite responde siempre el teléfono. Cada viaje teatral que me ha llevado a través del mar, al corazón de algún desierto o hacia la grisura de una ciudad cercana, ha sido aplaudido por esa mujer excepcional que, maternalmente, se emociona cuando mis ideas locas se materializan sobre la escena. Tite acompaña siempre a su nieta, la conoce a fondo, la ha cargado y arrullado, la ha reprendido para enderezarle el carácter, la ha consentido y la ha ayudado a estudiar. Cuando llegamos a su casa, me abraza cálidamente y me invita a sentarme con ella para platicar, para bromear sobre los absurdos de la vida. Compartimos lecturas, intercambiamos ideas, denostamos a los políticos corruptos.
En este espacio le he rendido homenaje a muchas féminas ilustres, por eso me pareció importante mencionar los nombres de dos mujeres grandiosas a través de las cuales hoy quisiera que reconociéramos a todas las abuelas del mundo. Abuelas amadas, abuelas incansables, abuelas que buscan a sus nietos y a sus hijos desaparecidos, abuelas que cuentan cuentos en las noches de lluvia, abuelas que comparten sus recetas, abuelas que bailan, abuelas que se adaptan a los tiempos, abuelas feministas que no dejan nunca solas a quienes las necesitan.