Se acerca la celebración del Día Mundial del Teatro y con ella ha llegado ya a nosotras y nosotros el emblemático mensaje escrito, como cada año, por un artista diferente.
En esta ocasión el mensaje quedó a cargo del dramaturgo pakistaní Shahid Nadeem, fundador y director del Ajoka Theatre, una organización de teatro profesional que a pesar de su contexto plagado de problemáticas políticas y sociales, ha logrado sostener un proyecto teatral que no sólo es un evidente espacio de respiro y esperanza, sino que sin perder sus tradiciones y ser portavoz de su cultura, ha acercado experiencias y técnicas del teatro contemporáneo, ofreciendo tanto a los artistas como a su público una visión expandida del mundo, de la cultura y de la expresión.
En su mensaje, Shahid habla de la necesidad de recuperar el teatro como un espacio sagrado en donde, entrelazando la cultura con la espiritualidad, las actrices y actores pueden ser avatares, reencarnaciones de los personajes que representan. Habla de la necesidad de recuperar la simbiosis entre artistas y público, pasado y futuro.
Quise poner como punto de referencia este mensaje para que desde esta visión de la realidad actual y las necesidades del arte (no para el arte, sino del arte para con la sociedad), reflexionemos sobre la realidad que ha permeado desde hace siglos y que demanda hoy cambios radicales, comunión, posturas sociales y políticas claras. ¿Se puede ser artista sin estos compromisos? Creo que no. Definitivamente no.
En 1967, Helene Weigel, actriz austriaca, fue la elegida para escribir el mensaje para el Día Mundial del Teatro, la primer mujer elegida para participar en esta dinámica. Su mensaje es breve, y poco más de una tercera parte de él es cita de un importante dramaturgo: Bertolt Brech que, ¡oh casualidad!, era su esposo. La cita inscribe “El arte puede aumentar la ignorancia o incrementar el conocimiento (...) puede apelar a las fuerzas que muestran su potencia en la destrucción o a las fuerzas que muestran su poder en la ayuda”.
Desde hace siglos reconocemos el arte como un transformador social, somos testigos de sus alcances y trabajamos por potenciarlos a través de la creatividad, del conocimiento y el perfeccionamiento de nuestra técnica y sin embargo, parece que seguimos fallando en dos aspectos que me parecen primordiales, el primero ¿cómo acercarnos al público o cómo acercar al público a las salas de teatro? Y el segundo, ¿cuál es la calidad humana y conciencia de los y las artistas?
Desde 1962 cuando se instituyó el 27 de marzo como el Día Mundial del Teatro, los artistas hablan de sociedades oprimidas, hablan de guerras, de la pérdida de público pues el teatro no es prioridad y, sobre todo, no conviene a los intereses políticos; hablan de la pérdida del público por la modernidad, por la tecnología, por la economía. Casi 60 años han pasado desde entonces y seguimos en crisis.
Los mismos que nos quieren arrebatar la cultura siguen ganando la guerra y con ello se llevan la consciencia del pueblo, nos tienen aletargados, quizá en el mejor de los casos pues en el peor nos han hecho parte de sus ideologías, consumimos lo que ellos nos dictan y a veces hasta somos la herramienta justa para que ellos continúen ejerciendo el poder.
Fathia El Assal, dramaturga egipcia, presidenta de la asociación de escritoras egipcias, escribió en 2004 el mensaje del Día Mundial del Teatro y fue la primera que escribió desde su ser mujer y ser mujer en el teatro. Assal enuncia lo que los otros dicen y se atreve a postularse, a decir no y a decir qué sí, qué sí podemos, qué sí somos. “Dicen que el Teatro es un arte basado en estructuras sólidas desprovistas de cualquier artificio superficial y que sus diálogos deben ser firmes, concisos y alejados de la farfulla. También dicen que por esta misma razón es incompatible con la naturaleza de la mujer, que es incapaz de disociarse de su ego, y en consecuencia no puede expresare con objetividad ¡Eso dicen! A esto replico: la mujer, que es capaz de llevar en su seno una nueva vida durante nueve meses, es igualmente capaz de crear un obra de teatro sólida y coherente”.
Parece absurda la aclaración de “es igualmente capaz”, es obvia y sin embargo –lo sabemos–, no lo es, porque incluso a 16 años de entonces es aún necesaria. Shahid dice “El teatro tiene un papel, un papel noble, debe dinamizar y hacer avanzar a la humanidad” y sin embargo ¿dinamizar? ¡Han pasado 16 años y sigue siendo necesario pedir el reconocimiento de la mujer en el teatro! ¡Han pasado 58 años desde que se celebra el Día Mundial del Teatro y de 58 artistas que han tenido voz en el mensaje anual, de ellos tan sólo han sido nueve mujeres. Han pasado 58 años que se hablaba de la guerra y Shahid vive en un país atravesado por esta.
Fathia escribió “Siempre he creído que los dramaturgos se distinguen por sus nobles sentimientos humanos” y cuando leo esto no puedo dejar de pensar en la gran cantidad de dramaturgos, directores, compañeros actores, expuestos en el último año por casos de abuso de poder, violencia de género, acoso sexual.
Mientras se habla en los escenarios de justicia, de paz, de conciencia, se practica en el gremio la injusticia, la violencia, la inconciencia cotidiana y algo no menos grave: la indiferencia. Nos hace falta, como artistas, avanzar para invitar a avanzar. Nos toca observar el mundo, construir a diario nuestra trinchera, ser irreverentes, diría Sabina Berman en 2018: “inventar posibles futuros para la tribu, para ser más libres y más felices” Nos toca, a pesar de las terribles realidades, no perder la esperanza.
Creo que también de eso se trata la espiritualidad de la que habla Shahid, de conectar internamente, reconocernos y hablar desde ahí al público, con congruencia y con convicción vehemente como con la que describe Fathia El Assal cuando escribió su primera obra: “Le pedí a mi pluma bajo juramento que rechazara el escribir una sola línea si era para expresar debilidad o frustración, y le pedí bajo juramento que se negara a obedecerme si me sentía cobarde ante la verdad”. Parece que este año celebraremos el Día Mundial del Teatro desde casa, que las crisis sociales, políticas y económicas nos han alcanzado de tal manera que amenazan a la salud global. Quizá el espacio de pausa obligado sea afortunado para dialogar y dirigir nuestros propósitos artísticos con humildad y conciencia de nosotras y nosotros mismos así como de nuestro entorno.