Una de los tabúes o incógnitas más interesantes del quehacer teatral es cómo mantener la verdad dentro de la ficción, cómo hacer para que cada palabra se pronuncie desde la verdad absoluta, desde la voz del personaje y que no intervenga la opinión o la intención de la actriz.
Esta ha sido una búsqueda de años atrás: encontrar la organicidad, la verdad del actor; buscar métodos que iban de una situación o un estado emocional con la exploración física, con la respiración o técnicas que llevaban a una profundidad ensimismada y en una conciencia colectiva.
Grandes señores como Stanislavski, Meyerhold, Brecht, Lecoq, Decraux, Grotowski, Barba develaron una manera por donde se podía experimentar para encontrar tu propia forma, para entender tu cuerpo, para saber dónde se sentía y como evocarlo para cuando lo ocuparas. Muchos años me pregunté cuál era la “forma” que a mí me serviría por mis características específicas, por mi contexto social y cultural, por mis necesidades corporales y emocionales.
Con la práctica, conocí a directores y directoras que me pedían cosas diferentes, porque sus estilos y metodologías eran distintos, pero que todos coincidían en la verdad escénica.
Sandra Muñoz trabajaba desde la corporalidad, el entrenamiento físico como principal motor para crear la ficción; Angélica Rogel adaptaba un clásico griego o inglés a la vida cotidiana; Bruno Berth combinaba la habilidad física y las palabras en presente y Tere Rábago hablaba siempre de la verdad absoluta, la verdad detrás del interés de la actriz o el actor. Pero ¿cómo llegar siempre a esa verdad escénica en cada función? ¿cómo hago que mi personaje siempre se sorprenda? ¿cómo hacer que las palabras suenen con verdad, de manera orgánica, natural, sin ser forzadas, sin que las acciones y los movimientos se vean vacíos o exagerados? ¿cómo no perderse en la repetición de las funciones? ¿hasta dónde dejo de probar sin que se vuelva una repetición cada función?
Descubrí en mi actriz tres elementos que hasta hoy han sido mi vital herramienta dentro de la ficción:
1. La escucha. Cuando un trabajo es colectivo, es decir, donde todos participan para hacer que la ficción suceda, escuchar ha sido una de las herramientas más importantes en mi quehacer escénico. Escuchar lo que me dice el otro para poder procesar un entendimiento orgánico y una respuesta, ya sea física o verbal, que me estimule para el efecto de la reacción. Es así como entramos de manera colectiva a un código, a un consenso, al juego de estar siempre presente en lo que el otro me dice para encontrar el estímulo y el sentido de mis palabras.
2. La vista. Recuerdo que en mi visita al Odin Teatret, una de las cosas que más me impresiono fue la mirada de las y los actores. “Tu miras lo que quieres que el espectador mire”, dice Eugenio Barba, director de esa agrupación. Enfocar la mirada hacia el entendimiento de qué es lo que estoy viendo. Cuando se trata de un trabajo colectivo, mirar al otro se vuelve un acto de humildad al decir, tal como lo dijo la actriz Tere Rábago: “Aquí estoy, estamos juntos en esto”, independientemente de la historia que se esté contando, la mirada con el otro ofrece seguridad y confianza, la mirada del personaje hace que ocurra la magia de ver al otro como el otro personaje que te acompaña y que juega contigo en la ficción. Esta bifrontalidad facilita el trabajo con la mirada del estar, del formar parte del otro y del saber que estás ahí para el otro.
3. La respiración. La clave de la voz es la respiración. Claro que la acompañan otros elementos tales como la escucha, la colocación, los resonadores, la tonalidad… pero la respiración, en conjunto con los dos elementos anteriores, lleva a un estado de presente. La respiración ayuda a hacerse consiente del lugar y el estado en el que uno se encuentras, abre el camino a la relajación corporal, mantiene alerta pero no tenso y da la oportunidad de percibir al otro. Desde la respiración profunda podemos hacer el acto de encontrarnos con nosotros mismos, de reconocernos como individuos y de reconocer a los otros como parte de lo que estamos a punto de crear juntos. Entrar a escena sin respirar va bloquear la salida de la voz, va generar tensión en el cuerpo del actor y, por ende, va a modificar a tu personaje. Si bien es cierto que el personaje acompaña al actor porque somos quienes le prestamos voz, cuerpo y emociones, debemos prestar atención a qué es lo que requiere el personaje para que pueda transitar en la ficción.
Asimismo, saber el límite donde las propuestas como actriz/actor pueden modificar el rumbo del personaje. Siempre tendremos, en el mejor de los casos, el acompañamiento del director y de los compañeros que podrán ir delimitando junto a nosotros el destino de los personajes y la puesta en escena.
La combinación de estos tres elementos puede ser una perfecta receta de mantenerte en el presente en la ficción. Estar alerta de las necesidades personales y colectivas para poder responder física y mentalmente a cualquier situación.
Creo que probar y experimentar con diversas técnicas y estilos me han dado la oportunidad de tomar de cada uno lo que he necesitado como actriz. Ver el trabajo de los compañeros y compañeras, también es una de las partes que más complementa el conocimiento. Viendo se aprende.
No estoy descubriendo nada nuevo, lo sé. Yo comparto la experiencia desde lo que a mí me ha servido, no poseo ni la fórmula ni el manual, como ninguno lo tiene. Compartir lo que se experimenta como actriz en las tablas, puede ayudar a reconocerse en otras u otros.
En este medio es complicado hacer mancuernas honestas, pero cuando se conoce a otro como tú, que tiene incógnitas o miedos escénicos y que no habla de ellos por el tabú del gremio, por el miedo a ser juzgado, se puede sentir que uno no está solo. De eso se trata el teatro. El teatro reúne y acompaña desde la magia de la ficción.